Nethery llevaba dos noches sin poder dormir.
No comprendía la razón. Era como si su cuerpo estuviera entumecido, rígido como piedra y helado, y su cama estuviera hecha de clavos oxidados que se enterraban en él apenas se recostaba en ella. Y por alguna razón la fortaleza que era su alcoba ya no se le hacía acogedora y cálida, por el contrario, parecía que el lugar entero era un mausoleo de figuras extrañas que se alzaban entre las sombras, a la espera de poder devorarlo.
No importaba qué lo había provocado, solo sabía que debía deshacerse de todo aquello que le repugnaba.
—¡¿Cuánto tiempo más deberé sufrir a causa de la miseria de este reino?! —gritó arrancando los enormes cortinajes que guardaban a sus aposentos de la abrasadora luz del sol; tan molesta como dañina para su delicada piel.
—Mi señor... —rogó Savannah en un intento de llegar a él; no pudo. Fue empujada con violencia hacia atrás por el mismo príncipe enmascarado.
—¡No me toques, sucia esclava!
—Majestad... —intentó un sirviente—. No podemos hacer nada si la reina ha rechazado la remodelación de su ala de palacio.
—¡¿Estás insinuando que esa culebra rastrera tiene más jerarquía que yo, único hijo del rey Harlan?! —El hombre negó con desesperación, comenzando a ponerse de rodillas para implorar por su vida—. ¡No tengas el atrevimiento de rogar por tu cabeza!
Nethery gritó de frustración y se abalanzó sobre un biombo de bronce que exponía nuevas sedas que habían llevado para él. Lo empujó con fuerza y este cayó, las sedas rasgándose cuando tiró de ellas. Por los suelos rodaron vasijas de adornos, cofres con joyas y bandejas con frutas. Los sirvientes no decían nada, ya acostumbrados a los constantes asaltos de temperamento que el príncipe tenía.
Nethery solo menguó su ataque de ira cuando escuchó golpes en la maciza puerta doble que permitía el paso a su alcoba, respirando pesado y con ojos vidriosos a causa de las lágrimas. Dio la orden para que abriesen la puerta y su mal humor decrementó un poco al ver ingresar por el umbral al general Malhik; siempre gallardo con su armadura y su espada envainada.
Nethery hipó, y giró el rostro para esquivar su mirada en un gesto de capricho infantil. Rhekan solo dio la orden para que todos abandonasen la habitación, dejándolos a solas. Cuando ya no hubo nadie más que ellos dos, el general hizo un camino lento hasta Nethery, arrastrando su mano hasta la espalda baja de este y guiándolo hasta el desastroso camastro donde níveas plumas estaban a la vista. El príncipe de Rosalles se dejó guiar y sorbiendo su nariz se sentó sobre la cama, esquivando en todo momento la mirada del general.
Rhekan se arrodillo frente a él y del bolsillo que había al interior de su cota de malla, a la altura del pecho, sacó un pañuelo que ofreció al príncipe. Nethery lo aceptó y se quitó la máscara, usando el pañuelo del general para limpiarse los restos de lágrimas que molestaban en las esquinas de sus orbes y que habían dejado un rastro húmedo en sus mejillas.
—¿Algún día seré digno del obsequio que me otorgas al dejar que presencie la belleza que se esconde bajo la máscara? —preguntó, acunando el rostro de Nethery con una mano; su pulgar deslizándose en una caricia suave por todo su rostro.
Nethery rió con voz inestable, aguda y desacorde por el llanto. Hipó una vez más y se permitió dejar los umbrales arqueados que daban vista al jardín para observar al general.
—Quiero —tragó un hipido—, quiero nuevos cortinajes. Y... tapetes.
Quería dejar de sentir que se encontraba en un lugar ajeno, acechado por demonios en forma de sombras.
ESTÁS LEYENDO
DRAKÁN [DISPONIBLE EN FÍSICO]
General FictionTras perder la guerra, Rhada, el último Drakán de la tribu de los dragones, fue tomado como botín y arrastrado bajo cadenas a los perfumados aposentos del caprichoso heredero del reino de Rosalles; Nethery Devhankur. Un enmascarado príncipe que olía...