CAPÍTULO XXIII. BODA

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Vio a Rhada marcharse y con él la única parte humana que Nethery había logrado guardar para sí mismo todos esos años. No le dijo adiós. No iba a permitir que tuvieran uno.

Y presentía que Savannah partiría con Rhada, pero de todas formas verla a su lado fue recibir la puñalada de una espina directo en la garganta. Ella desapareció en el mar de personas y mientras todos los ojos estaban puestos en él, esperando que Nethery arrancara de sus corazones el dolor que perder a los representantes de los dioses significaba, él solo intentaba entender.

Porque no lo hacía.

¿Tantos juramentos de lealtad terminaban ahí? ¿Era así cómo funcionaba el corazón? Haciendo que uno olvidase todo lo que juró siempre recordar, que amase lo que juró odiar y perdonase lo que juró condenar.

Rhekan, quien se encontraba a su espalda, apretó su hombro con precaución y Nethery sintió la urgencia de jadear por aire. Recuperó la compostura y logró salir a flote de sus pensamientos antes de que fuera demasiado tarde, antes de ahogarse en ellos.

—Todo estará bien, lo prometo —susurró Rhekan sobre la Nuca de Nethery—. Es tu reino, Nene. Tómalo.

Asintió.

Miró de por encima del hombro a su padre. La certeza y confianza destellaba implacable a través de sus ojos. Era el momento de probarse a sí mismo, de sepultar cualquier duda sobre quién era y la huella que estamparía en la historia de la humanidad.

—¡Mi pueblo! —Vociferó desde lo hondo de su pecho, con las manos enlazadas sobre su vientre y el corazón pulsándole en las sienes—. La tragedia ha golpeado nuestra capital. El veneno que ha corrido por la abadía de los monacales ha alcanzado nuestros hogares y se ha inyectado en nuestras almas. Y la pregunta que todos nos hemos estado haciendo desde que sonaron las campanas anunciando sus muertes es... ¡¿Por qué?! ¿Por qué ha pasado esto? ¡¿Quién lo hizo?!

El llanto y los gritos masivos no se hicieron esperar. Nethery guardó silencio durante minutos hasta que los capitalinos se callaron. Giró la mitad del cuerpo hacia la reina y luego a su padre, quienes sobre sus tronos observaban en aparente calma toda la situación.

—Adelante —enunció su padre.

Nethery asintió y volvió su rostro hacia el frente. Crispó sus dedos con fuerza sobre la seda en su vientre, lo suficiente para que no le temblaran las manos y se llenó el pecho de aire.

—Yo traigo a vosotros la única respuesta... Los dioses.

—No —jadeó con pánico su madre. Nethery no necesitó voltear nuevamente para tener la certeza de que todos los linajudos estaban igual que ella. Desconcertados, asustados por sus palabras y las repercusiones de estas.

—Los dioses nos han castigado... De testigo tenemos a todos los sirvientes y aprendices de la abadía. Nuestros monacales y el sumo Augur estaban corrompidos y han perecido bajo el veneno de cientos de escorpiones. —Los ciudadanos comenzaron a mirarse entre sí. Todos confundidos, asustados. Nethery podía oler el miedo en el aire. Esperó unos cuantos segundos y levantó las manos, brazos abiertos y palmas extendidas a la altura de sus hombros—. ¿No son las empuñaduras en las espadas de Daméo, escorpiones? ¿No nos ha enseñado Armis que la avaricia es causa de su desprecio y desamparo? ¡¿Y no hemos sido soberbios y ciegos a sus enseñanzas? ¡Miren en lo que hemos convertido a la hermosa Ternes! —Los apuntó con las palmas de sus manos—. En la cuna de la ambición, en un prostíbulo para ofrendas a los monacales a cambio de favores sagrados, nunca por plena devoción y agradecimiento. ¡Yo mismo me ofrecí a tomar los votos monacales para caer en gracia a los dioses! ¡¿Y cuál ha sido el resultado?! —gritó a punto de desgarrarse las cuerdas vocales. Toda la capital guardó silencio y Nethery dejó caer sus hombros—. La muerte... El desamparo de nuestros dioses. Es a causa de esta punición que hoy vengo a ustedes, de rodillas si así lo desean, a pedir perdón en nombre de la corona.

DRAKÁN [DISPONIBLE EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora