Capítulo 31

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Cuando llegamos a la playa el sol ya estaba poniéndose y lucía en su mejor punto. Nos tiramos en la arena y Marion cerró los ojos, yo la observaba ensimismado, estaba temblando; sus ojeras marcadas, sus labios partidos, sus brazos y piernas llenos de cicatrices, en sus muñecas marcas de donde la sometían. Y fue porque no supe cuidarla esta vez.

—Deja de culparte. —me dijo aún con los ojos cerrados como si hubiera leído mi mente.

—No lo hacía, eres muy petulante.

—Ojalá lo fuera. —abrió sus ojos, esos ojos que me descolocaban. Siempre tenía razón. — Así no tendrías porque culparte. Prométeme que dejarás de hacerlo.

—¿Dejar de hacer que? —llevo su mano a mi mejilla, y por un momento volvimos a ser esos adolescentes que huían de todo.

—De culparte. No había nada que pudieras hacer.

—Claro que podía. —dije negando con la cabeza y vi que el dolor corría por sus ojos.

—Ni tú, ni Kali, así debía ser. Así que deja de culparte. Deja de hacerlo, porque solo te dañas, pero me dañas a mi también en el proceso.

—Marion, es que no soporto saber que te haya hecho yo no se que cosas... si me hubiera quedado un poco más... si hubiera...

Bajo la cabeza y noté cómo sus mejillas comenzaban a empaparse, me calle de golpe y luego levanto la vista hacia mi, sus mejillas estaban húmedas y sus ojos demasiado rojos, no imagino cuantas veces lloro ahí dentro. Mi corazón se encogía ante su imagen de dolor.

—Necesito que me jures que no insistirás más. Deja de pensarlo, me salvaste, llegaste a por mí. Solo eso importa. —no quería mirarla, tenía un poder en sus ojos sobre mí, podía convencerte de cualquier cosa, y yo juraba que debí haberla salvado.

—Yo... te lo juro. —luego se pegó a mi pecho y lloro, lloro hasta empapar mi camisa, hasta que estuvo satisfecha, cuando se sintió libre. Abrazaba mi cuerpo y mis muñecas con demasiada fuerza, sin embargo, no me queje en ningún momento, demasiada falta me hacía que estuviera así a mi lado. —¿Cuando volvieron?

—¿No pudiste resistirte? —no me miro cuando me contesto.— El día del ataque. Vinieron a mi, me dijeron que ya no podía salvarme... solo quiero que se callen, que me dejen tranquila, que se larguen... quiero que se larguen. —repetía una y otra vez, hacía ademán de taparse los odios y eso me destrozaba, hacía que mi corazón se parara. Solté unas lágrimas silenciosas y las limpié rápidamente. Ella no debía verme así.

—Se irán. Haremos que se vayan juntos. Solo quédate conmigo, ¿sí? Prométeme que no harás nada que te arriesgue, prométeme que no te iras.

—Yo... te lo prometo. —dijo sin mirarme. Necesitaba convencerla, ella debía ver la magia de la vida, necesitaba que mirara que la magia existía y estaba a nuestro alrededor.

Duramos un rato más tirados en la arena, riendo mientras recordábamos algunas travesuras, viajes y besos. Comenzamos a hacer un castillo de arena como cuando éramos niños, esa mierda no salió bien, sólo un montón de tierra.

—Esto es una mierda.

—Cállate, la falta de luz no nos deja ver bien.

—Marion, jamás supiste hacer castillos, siempre fui mejor que tú. —ella se levanto muy ofendida cruzándose de brazos y la mire desde el suelo.

—Retráctate.

—No. —alzó una ceja con malicia y me ofreció una sonrisa igual de mala, y hasta muy tarde supe sus intensiones. Pateo el estúpido y patético "castillo" llenándome de arena el rostro, soltó una carcajada digna de enmarcar y comenzó a correr.

MarionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora