Dios sabe que no quiero ser un ángel

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Narración primera persona

Una vez que entré y me quedé completamente sola me dediqué a explorar la casa, parecía de construcción reciente pues poco tenía que ver con la arquitectura tradicional japonesa. La planta baja contaba con sala, comedor, cocina y baño. Revisé el refrigerador y no había bastante comida adentro, apenas lo suficiente para cenar esta noche. En la planta superior pude hallar la habitación principal que presumo es de los padres de Umi cuando se dignan a venir, un baño más grande con tina incluida, un estudio y otra recámara, al parecer mi recámara.

Ésta parecía bastante simple por no decir vacía, la cama y ropero era lo único que podía decirse tenían algo de personalidad, las paredes estaban limpias de toda decoración y el escritorio en la habitación no tenía ni un adorno encima. Me parecía un poco triste por la chica que anteriormente tuvo que estar aquí, era casi como si hubiera tratado de pasar desapercibida incluso en su propia recámara.

Para bien o para mal la casa contaba con un jardín de buen tamaño en la parte de atrás, si bien este se veía descuidado no sé si por los días que estuve fuera o porque de por sí no se le daba cuidado diario. Aunque podía ver el potencial que tenía así que ya me ocuparía de eso más tarde.

Bajé y después de una muy ligera cena me dispuse a atender mi principal problema. Me concentré lo más posible y aquella visión humanoide apareció frente a mi, estando preparada no volví a gritar y aprovechando mi soledad me dediqué a observar aquella criatura para tratar de obtener respuestas.

Era de un color grisáceo en todo su cuerpo pero su piel poco a poco iba volviéndose más oscura conforme se acercaba a sus extremidades, como los brazos, es por eso que sus manos eran totalmente negras, que en realidad debería llamar garras o algo así debido a contaba con grandes dedos finalizados en filosas uñas. También contaba con cabello medianamente largo de un hermoso color blanco aperlado que parecía flotar mágicamente a su alrededor, orejas largas que ligeramente me recordaban a la de los murciélagos. Pero lo más impactante eran sin duda aquellos ojos negros.

No había ningún detalle de pupila o algo similar solamente podía ver un abismo negro, incluso me preguntaba si el ente no sería ciego, aunque por el hecho de que podía seguir mis movimientos lo más probable es que no tuviera ninguna dificultad para poder ver lo que pasaba frente a él.

Traté de tocarlo y me sorprendió la suavidad de la piel con la extraña sensación de que era como tocar algo suave pero como por debajo del agua, aunque de un momento a otro dejé de sentir, por más que movía mis dedos sobre la piel del ente era como si mi brazo ya no pudiera percibir nada, simplemente no podía sentir nada.

Espantada por la falta de sensación retiré mi brazo tan rápido que caí hacia atrás golpeándome la parte trasera del brazo con una mesa, solo así me percaté de que mi sensibilidad había regresado pues un agudo dolor se extendía por mi codo, seguramente el golpe había sido fuerte y yo terminaría con un moretón.

Voltee a ver a la criatura, que había tenido un cambio significativo, bueno en realidad era totalmente radical. La piel ahora era color violeta que también iba oscureciéndose en las extremidades volviéndose así de un morado oscuro, el cabello era color negro pero brillante como el ónix y los ojos seguían siendo de un solo color, pero esta vez eran blancos, dando aún más la impresión de que estaba cegado.

Pude comprobar que no estaba ciego pues se acercó a mí y terminó tomándome con una de sus manos, no sentí miedo pues intuía que no me haría daño, después de todo se supone que es la manifestación de mi alma ¿No?. Mis sospechas fueron gratamente comprobadas cuando el ser solamente puso sus manos alrededor de mi codo, pero mi asombro solo fue en aumento cuando me percaté que el dolor de mi brazo iba disminuyendo hasta desaparecer completamente.

Segunda oportunidad, mi estrella guíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora