Capítulo 20: La calma antes de la tormenta

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Los días siguientes no vieron apenas a Alice, y los dos hermanos pudieron respirar aliviados. No sabía donde se había metido, ella y Gordon claro, pero les daba igual. Con tenerse el uno al otro el resto del mundo se podía ir al demonio.

Volvieron a las clases como Alice les había ordenado. Los profesores estuvieron muy atentos con ellos y apenas les pusieron deberes. Georg y Gustav les ayudaron con los apuntes que se perdieron y cada tarde iban a su casa a estudiar para los exámenes finales.

Estaban ya en junio y en menos de una semana se acabarían las clases. Luego vendrían las vacaciones, que no sabrían como las iban a disfrutar.

Una noche en la que Alice estuvo fuera de casa, Tom escuchaba como Bill le contaba lo bien que se lo pasaba de pequeño, su padre alquilaba una casa en el lago y pasaban allí un mes entero.

Con Bill sobre su pecho, le escuchaba hablar mientras le acariciaba su sedoso cabello. Le contaba como todas las noches y tras acostarse su madre. Él y su padre jugaban a las cartas mientras hablaban.

Arrugó la frente al escuchar el dolor de su voz. Cuando se hizo más mayor, Alice pensó que ya no era un niño y que debía hacer algo útil en la época de vacaciones. Por mucho que su padre le dijo que no necesitaba más clases, Alice le apuntó a un curso de repaso, a pesar de sus buenas notas.

Solo quería pasar con su hijo el menor tiempo posible. Cada día se iba pareciendo más a su padre...y a la "otra". Hasta un ciego vería que no era hijo suyo. Cada día le recordaba que su padre amó a otra...

—Nunca volvimos a la casa del lago—seguía Bill explicando—Alice iba a un balneario porque decía que la espalda le estaba matando, y papá comenzó a trabajar en su despacho solo por las mañanas. A lo mejor fue entonces cuando empezó a ver las deudas que nos ahogaban...

—Puede ser—murmuró Tom.

—Me gustaría ir, esta vez contigo—dijo Bill apoyando una mano en su pecho—Solos los dos, vivir en una casita sin que nadie nos diga a quien tenemos que amar y a quién no.

—Puede ser—repitió Tom otra vez.

—Estás distraído—riñó Bill dándole un pellizco.

Gimiendo por lo bajo, Tom le abrazó con fuerza y comenzó a besarle profundamente. Pero no se conformaba con un beso, y Bill tampoco. Desnudo como estaba sobre él, comenzó a frotarse contra su miembro, que se puso duro al momento.

Sintiéndole hacer presión sobre su estómago, Bill sonrió y separando las piernas se quedó a horcajadas sobre él. Bajó una mano y le guio hasta su entrada, donde se coló con facilidad gimiendo contra sus labios.

Comenzaron a moverse a un ritmo lento bajo las sábanas. Sus labios no se separaban, y ellos simplemente suspiraban hasta que la pasión pudo con ellos y aumentando el ritmo terminaron al mismo tiempo, uno dentro y el otro sobre su estómago.

Sintiendo a Tom salir de su cuerpo, Bill se dejó caer sobre su agitado pecho, jadeaba él también por el esfuerzo, y sentía que se le cerraban los ojos.

—Me duermo, lo siento—dijo con un bostezo.

—Duerme sobre mí, yo velaré tu sueño—susurró Tom a su oído.

Le beso en el cuello y pasándole las manos por la espalda le hizo caer en un profundo sueño. Pero él no dormía, y nunca más lo haría. Alice planeaba algo, y eso le tenía muy asustado.




Tras lograr escapar de la cama de Bill sin despertarle, volvió a la suya en la que se acostó sin abrirla. Desde ella vio amanecer y solo se levantó cuando escuchó a Bill tararear desde el baño. Sonrió imaginándoselo. De pie ante una fina lluvia que le caía por su desnudez, con el pelo largo hasta más debajo de los hombros, dándole la espalda y enseñándole sus nalgas....

Hermano hielo, hermano fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora