Capítulo 1: Despedidas

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De pie ante la tumba de su abuela, el joven Tom Trümper se despidió de ella con un gesto de la cabeza. Miró la lápida que se alzaba a su derecha. En ella descansaba su madre, muerta hacía ya 17 años cuando le dio a luz...a él y a su hermano...

¡Hermano! Costaba creer que hubiera estado todo ese tiempo engañado, pensando que era hijo único hasta que en su lecho de muerte su abuela le confesara que había otro igual a él.

Miró la tumba de su izquierda. Su abuelo descansaba en ella desde hacía 10 años. Siempre le odió desde que era pequeño, y más ahora que conocía lo que había pasado.

Siendo pobres, su abuelo planeó la venta de los gemelos desde el mismo momento en que supo que su hija Simone se había quedado embarazada. Sabía que el padre era uno de los ricachones de la zona alta de Berlín, y ni corto ni perezoso se presentó a la puerta de su casa exigiéndole una indemnización por haber abusado de su única hija.

Jörg Kaulitz no le echó de casa a patadas de puro milagro. Alice, su amante pero infértil esposa enseguida conectó con su abuelo y planearon la compra del bebe, que harían pasar por suyo para evitar el escándalo en el vecindario.

La pobre Simone no sabía en lo que se había metido, y menos que no esperaba un solo hijo, si no dos. Fue en el día del parto, más bien en la noche. Rompió aguas y su abuelo corrió a comunicárselo a Jörg.

Cuando quiso volver él ya había nacido y su hermano lo hacía 10 minutos después, pero su madre no lo pudo soportar y murió en los brazos de su abuela que lloraba porque no podía hacer nada por salvar su vida.

Enseguida su abuelo comenzó a echar cálculos mentales. Si por un bebé le daban una buena suma, por los dos pediría el doble. Pero su abuela fue rápida y cogiendo al bebé que tenía más cerca echó a su marido de casa.

Le dolía desprenderse de uno de sus nietos, pero al menos se quedaría con el primero, en recuerdo de su hija.

Y así fue como perdió a su hermano gemelo. Su abuelo lo envolvió en una raída manta y se lo pasó a Jörg, quien lo cogió en sus brazos sonriendo y le acostó en la canastilla que llevaba preparada.

Su mujer no le acompañaba, se suponía que estaba en casa fingiendo su propio parto mientras que su marido regresaba del trabajo.

Pagó el precio acordado y se llevó al niño sin hacer preguntas, ni si quiera por el estado de esa chica a la que conoció un caluroso día de verano y se acostó con ella para luego no volver jamás a verla.

Maldijo por lo bajo a su abuelo. Por su culpa, había crecido sin saber que tenía una familia. Y todo el dinero que consiguió con la venta de su gemelo se lo bebió en dos días, dejándolos más en la miseria en la que se encontraban.

Tras la muerte de su abuela, no le tocó más remedio que vender la pequeña casa en la que creció a duras penas para poder darle un entierro digno y conseguir un billete de autobús que le llevara lejos de allí.

Se iría a conocer a esa familia que le esperaba, no con los brazos abiertos. Se lo prometió a su abuela antes de morir, no quería que se quedara en ese pueblo en donde ya no le quedaba nada. Le suplicó con su último aliento que buscara a su padre, que conociera a su gemelo y vivieran como la familia unida que debieron ser desde el primer día.

Solo había una persona a la que iba a echar mucho de menos. A su mejor amigo, Andreas. En esos momentos se encontraba dos pasos tras él, roto de dolor también por la pérdida de esa persona a la que él también llamaba con cariño abuela.

Suspiró y se dio la vuelta tras echar una última mirada a la tumba de su madre y abuela. Se acomodó de nuevo la pequeña bolsa en la que llevaba sus escasas cosas, junto con la vieja guitarra que compró con lo que pudo ahorrar trabajando para los vecinos.

Alzó la mirada y vio los tristes ojos de su amigo. Le tendió los brazos y sonrió al verle correr y echarse a llorar en ellos.

—Andreas— trató de consolar en vano.

—No te vayas— suplicó su amigo entre sollozos.

—Debo hacerlo, se lo prometí a la abuela—contestó Tom con dolor.

—Él no es tu hermano, tras tanto tiempo solo le serás un extraño...—dijo Andreas alzando la cabeza.

—Debo intentarlo—cortó Tom poniendo un dedo en sus labios.

—Te olvidarás de mí—susurró Andreas rompiendo a llorar de nuevo.

—Nunca lo haré—prometió Tom rozando sus labios con un beso.

Se separaron con esfuerzo y cogidos de la mano salieron juntos del cementerio. Echaron a andar a la improvisada parada de autobús que había en las afueras de Leipzig, el pueblo donde ambos se habían criado. Una vez en ella, esperaron en silencio hasta que vieron acercarse al autobús que se llevaría a Tom Trümper lejos de su hogar....de la persona a la que una vez llegó a amar...

Hermano hielo, hermano fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora