Capítulo 22: No se puede tener todo en la vida

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Se sentía como si flotara en una nube, que su cuerpo descansaba en algo muy blandito y a su alrededor había una silenciosa paz.

Pero solo era su imaginación, el dolor que sentía en su cabeza era tan real como la mano que cogía la suya con firmeza. Gimió por lo bajo y poco a poco fue pestañeando hasta que la luz dejó de herirle los ojos.

Logró enfocar la vista y solo vio un techo blanco. Giró con cuidado la cabeza y vio un escritorio en un rincón de la habitación en la que estaba y al momento lo reconoció.

— ¿Georg? —murmuró.

—No, soy yo—contestó Tom al momento.

Se le acercó más, estrechando con más fuerza su mano que acariciaba con la suya. Sonrió con esfuerzo para que Bill no sintiera miedo, pues desde que salió de la casa y se le desmayó en sus brazos llegó a pensar que estaban haciendo lo equivocado.

¿Cómo iba a poder cuidar de él en esas circunstancias? Se acababa de enterar de que había estado viviendo una mentira, que la mujer que le crio y él pensaba su madre era en realidad una extraña que le odiaba con toda su alma.

Casi gritó aliviado al ver el coche de Georg parar frente a la casa. Entre él y Andreas, que le acompañaba, le metieron en el asiento trasero, donde él también se sentó apoyándole la cabeza en su regazo.

Por el camino no dijo nada, ni sus amigos preguntaron. Solo le estaban llevando lejos y a salvo, donde iban Alice ni el abogado lograría separarlos ni hacerles daño.

Llegaron a la casa de Georg, quien les ofreció su propia habitación para que Bill descansase y no se asustara cuando abriera los ojos y se encontrara en un lugar extraño. Se abstuvo de preguntar si Bill reconocería el lugar, o la cama en la que descansaba...era obvio que habría pasado algún tiempo en esa habitación cuando él y Georg eran novios.

Se sentó a su lado en la cama y le cogió la mano esperando a que abriera los ojos y le sonriera, o al menos lo intentara. Pero Bill solo pudo mirarle y dejar escapar un sollozo por lo bajo.

— ¿Mamá? —logró susurrar.

—Está muerta, Bill—contestó Tom con pesar.

Le vio arrugar la frente con dolor y maldijo por lo bajo. No debió permitir que su padre le contara esa mentira pensando que cuando llegara el día que debiera conocer la verdad él estaría a su lado para consolarlo.

Pero estaban solos, muy solos. Él solo podía contarle lo poco que recordaba, lo que su abuela le contó y eso fue lo que hizo. Se tumbó a su lado en la cama de su amigo y estrechándole con fuerza en sus brazos le contó la verdadera historia de su vida.

Le contó quien fue realmente su madre, una joven muchacha que cayó rendida ante su padre. Una mujer que en una noche dio a luz dos hijos cuando solo esperaba uno, muriendo cuando nació el segundo, sin llegar a verlos ni saber lo que le deparaba el cruel destino.

— ¿Papá nunca supo de ti? —preguntó Bill acomodándose contra su pecho.

—No, nuestro abuelo Jack solo pudo venderte a ti y cuando descubrió que había otro bebé quiso hacer lo mismo conmigo, pero la abuela se lo impidió. Le echó de casa esa misma noche y nunca más le volvió a aceptar—explicó Tom acariciándole la espalda.

—Si las cosas hubieran ocurrido de otra manera...mamá estaría viva, puede que papá viviera con nosotros como en una feliz familia...—susurró Bill.

—Y nosotros seríamos solo hermanos—dijo Tom suspirando—No se puede tener todo en la vida.

—Me tienes a mí—susurró Bill alzando la cara.

Hermano hielo, hermano fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora