Hermano hielo, hermano fuego

Capítulo 8: Pensando en ti

Casi no había pegado ojo en toda la noche. Desvelado como estaba tras lo ocurrido con Bill, no apartaba la mirada de la puerta a pesar de haberla dejado candada a cal y canto. Tenía miedo de que la próxima vez que Bill se le metiera en la cama no le dejara salir de ella, que mandara al diablo los lazos fraternales que les unían y se apoderase de sus labios queriendo llegar más lejos...

Entonces le daría la lección que necesitaba, le haría bajarse de ese pedestal al que él solito se había subido y desde el cual observaba el mundo y se reía de él. No pudo evitar sonreír al recordar la sonrisa de su hermano, esa misma tarde al lado de la piscina, aunque su "novio" estuviera al lado y fuera él el destinatario.

Arrugó la frente con dolor. Él también había dejado atrás a un "novio". Andreas... Negó con la cabeza, lo suyo no pasó de unos simples besos robados en el granero de su abuela, o de unas caricias en la parte de atrás de la vieja furgoneta del padre de Andreas.

No, eso de ser novios se acabó. Y también en pensar en Bill de la manera que no debía.

Se estiró en la cama y decidió levantarse. Era el primer día de clase y no quería llegar tarde. Se levantó y entró en el baño, donde se dio una corta y merecida ducha fría.

Se vistió con las ropas nuevas que le compró su padre, escogiendo una camiseta de aspecto caro. Maldijo por lo bajo, parecía que su padre quería recompensarle con ropas caras. Con el dinero que se había gastado en él podría vivir una familia un año entero.

Suspiró resignado y salió de su habitación llevando una carpeta que también compraron el día anterior y los libros que le dieron en el instituto cuando fueron a hacer su inscripción. Entró en el comedor y saludó muy nervioso a su padre, quien lo notó a la primera.

—No te preocupes, ya conoces a Georg y a Gustav, enseguida hará más amigos— dijo tratándole de animar.

Se sentó a su lado y trató de tragar su desayuno. Sentía el estómago cerrada por los nervios. No por ir a un instituto nuevo, si no por pasar el día entero en compañía de Bill , verle moverse en su ambiente. A saber cómo era....y lo que hacía.

Saludó a su madrastra cuando bajó a desayunar con ellos, aún en camisón y bata. Se abstuvo de preguntar a qué se dedicaba, si tenía algún trabajo o que hacía en su tiempo libre. Se moría de curiosidad, pero también tenía miedo de preguntar.

De su padre ya lo sabía todo. Dirigía una pequeña empresa en compañía de su socio, un tal Gordon. Las cosas le iban muy bien, el negocio era de su familia y lo dirigía desde que acabó la universidad para orgullo de su padre, su otro abuelo, al que desgraciadamente no conocería, pues murió de un infarto hacía ya 8 años.

Recordaba el dolor de su voz cuando su padre le explicó que mucho se temía que cuando él ya fuera mayor tendrían que vender la empresa. No se imaginaba a Bill haciéndose cargo de ella, aunque tras su llegada podía haber otra salida. Le veía como un chico muy listo y responsable, capaz de llevar las riendas de los negocios familiares.

Además, él era el mayor. Iba a cambiar el testamento que hizo nada más nacer Bill, nunca se sabía.... Le iba a poner a él también como su heredero más directo, pero no le incluiría en la cápsula en la que estaba Bill, en donde si algún día le pasara algo, la empresa la llevaría su socio Gordon hasta que Bill tuviera edad y conocimiento necesarios para llevarla.

En caso de venderse, el dinero obtenido sería de igual modo administrado por Gordon. Era un buen abogado, además de su socio. Confiaba plenamente en él con los ojos cerrados.

Arrugó la frente con dolor. No sabía porque mantuvo esa conversación con su padre. Era como si ya le estuviera previniendo que en el momento menos pensado se iba a ir de su lado. Temía miedo de preguntar si estaba enfermo y le quedaba poco tiempo de vida o que...