Capítulo 2: Una cálida bienvenida

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Tras despedirse calurosamente de Andreas, Tom Trümper subió al autobús y enseñó su billete que tanto le costó pagar al aburrido conductor, que ni le dirigió la mirada.

Caminó por el pasillo con el autobús ya en marcha, el conductor ni esperó a que se hubiera sentado. Ocupó un asiento libre que había al final del todo, dejando su apreciada guitarra y la bolsa con sus pertenencias en el del al lado.

Se puso a mirar por la ventanilla. Era la primera vez que salía de Leipzig  y no sabía lo que se podía encontrar. Se había pasado toda la vida trabajando muy duro tras salir del colegio para llevar a casa el único sueldo que le mantenía a él y a su abuela, quien cosía para los vecino sacando así algún dinero extra.

Les llegaba para comer, y con eso se conformaban. Ahora se miraba las ropas que llevaba. Siempre eran de dos tallas más, así tardaban más en quedárselas pequeña, como decía riendo su abuela....

Pero le gustaba vestir así. Camisetas anchas y pantalones iguales. Llevaba su largo y trenzado pelo recogido en una coleta. Se hizo las rastas siendo un niño y las cambió por unas trenzas morenas cuando Andreas se lo sugirió de tan dulce manera, y desde entonces siempre las llevaba.

Arrugó la frente al pensar en él. Descubrió que era gay y su abuela no puso el grito en el cielo. Empezó a tontear con Andreas cuando él le confesó que desde siempre le había gustado, pero nunca pasaron de unos escondidos besos robados. Ninguno estaba preparado para dar ese gran paso...

Y tras su marcha, sin saber si le volvería a ver, no tuvo el valor de pasar su última noche con él...

Suspiró sacudiendo la cabeza. Era mejor dejar atrás el pasado. Se recostó en el incómodo asiento y trató de dormir algo en ese largo viaje que tenía por delante.

Pero no lo consiguió, no podía creer que iba conocer a alguien que era idéntico a él. ¿Cómo sería? ¿Habría heredado la sonrisa de su madre, como su abuela decía de él? ¿Tendría su mismo rostro? ¿Estaría tan asustado como lo estaba él?




El final de su viaje llegó y se levantó emocionado. Recogió sus cosas y se bajó en una gran estación de autobuses, nada comparada con la polvorienta parada que había en Leipzig. Pero Berlín era otra cosa.

Pegó un bote al oír un disparo....se llevó la mano al corazón y sonrió por su estupidez. No era un disparo, sino un petardo. Estaban en pleno carnaval y lo había olvidado. El no estaba para fiestas...

Miró a la derecha de donde le había venido ese ruidoso sonido y vio a un grupo de chicos de su misma edad riendo y bromeando. No puede evitar reír con ellos, desear ser uno de ellos....no tener esas preocupaciones que tenía en esos momentos, no estar nervioso por ver a un padre que nada más ponerle los ojos encima negaría con la cabeza diciendo que ese mendigo no podría ser hijo suyo.

Sacó del bolsillo el arrugado y envejecido papel en el que estaba apuntada la dirección en la que vivía su padre. Tras tantos años pasados, rezaba porque no se hubiera mudado.

Se acercó a información y le explicaron que la calle que buscaba estaba en uno de los barrios más elegantes de Berlín. Se quedó alucinado al escucharlo, así que su padre era rico, y mientras él y su abuela apenas llegaban a final de mes....

Se puso en marcha de inmediato. Caminó entre la gente que corría a su lado tirándose confeti y serpentinas. El carnaval había comenzado hacía varios días  y había mucha gente disfrazada. Sonrió pensando que su atuendo no pasaría desapercibido.

Hermano hielo, hermano fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora