Primera vez
Alexandra Rossi.
Un silencio pesado rodeó el espacio en el que estábamos. Él tenía miedo de lo que yo podía decir. Él sabía que yo soy de esas personas que les gusta escarbar las cosas, hasta descubrir esas verdades, así sean dolorosas.
Y esta si que lo era…
Él no se atrevía a contestar y yo le di su tiempo. No podía presionarlo a hablar de algo que yo sabía que le dolería.
Al fin de unos minutos se atrevió.
—¿De qué tenemos que hablar? —preguntó con la voz temblorosa.
—De una carta que mamá dejó —me levanté y me dirigí hacia donde había dejado el bolso—. Es que tampoco sé si es conveniente que la leas. Te puede doler mucho.
Como me dolió a mí.
—Quiero hacerlo. Quiero leerla —susurró.
Saqué la carta que había vuelto a meter al sobre, las dos paginas, esas dos páginas que cambian todo. Que descubren la farsa que era mi padre y en la que hemos estado viviendo.
Desde no se cuanto tiempo...
Me dolía hablar así de él, pero él era eso. Una completa farsa.
Le di la carta a Mateo y empezó a leerla, se sentó en el sofá y a los segundos que empezó a leer, como me temía, sus ojos se empezaron a llenar de lágrimas y de odio.
Susurraba palabras muy despacio, palabras que no alcanzaba a escuchar.
Terminó la carta y la aplastó, le hizo una bolita con sus manos y se levantó. Puso las manos en su cabeza y gritó. Él lloró.
Y algo cambió. Lo cambió todo.
Esa carta lo cambió todo.
Lo abracé y él me preguntaba por qué se había convertido en esa persona nuestro padre. En una situación tan miserable y superficial. Mi madre era hermosa y él se dejó alucinar por otra señora y se le olvidó lo bonita que era mi madre.
Era la más hermosa.
Mateo lloraba desconsolado. Se fue a su habitación y dijo que quería descansar y asimilar todo. Yo recogí la carta y la extendí, luego la guardé.
* * *
Pasaron horas y horas. Mateo no salió de su habitación por horas. Ya eran las nueve de la noche y yo no sabía si ir y decirle que enfrentamos la situación, porque yo tampoco estaba bien.
Decidí salir al jardín a pensar en todo, miré al cielo y recordé a Johnson, una sonrisa estúpida se dibujó en mi rostro. Sonrisa que desapareció cuando recordé que papá no vino todo el día a casa y que tampoco Johnson se había aparecido. Acaso habían salido a pasear como una familia feliz.
Intenté no llorar.
Estuve allí viendo las estrellas, pensando en todo. En todo.
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Miradas oscuras
RomanceLa vida de dos jóvenes de diecisiete y dieciocho años está a punto de cambiar. Pero siempre hay algunas personas que te ayudan a salir del precipicio al que has caído. Dos jóvenes que se ven envueltos en las jugadas del destino. Deberán aprender a s...