Capítulo Veintitrés

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Alexandra

La mañana comenzaba tranquila, bueno, yo me sentía bien. Hace unas semanas había empezado a ir al psicólogo. Me sentía bien, las noticias sobre la investigación por la muerte de Marco ya no habían llegado, solo eran llamadas sin sentido.

Hasta esa mañana…

El teléfono sonó, como todas las mañanas y respondí. 

—Buenos días. 

—Buenos días, señorita —saludó, como todos los días hace unas semanas—. Le tenemos nueva información sobre el caso del joven Marco. 

—Si, ¿Qué pasa ahora?

—Sucede que está una señorita llamada Sofía que habló a la estación para declarar en contra suya.

—¿Y?

—Ha dicho cosas que podrían comprometerla mucho.

—¿Qué cosas? Dígame —me asusté.

—Que usted quedó muy dolida porque ellos dos la engañaron —movió unas hojas de lo que supongo que es un portafolio—. Y que es la única que lo podría haber matado.

—¡Está loca!

—Si. Lo saben todos aquí —afirmó—. Se nota.

—Mi abogado se encargará de eso —dije.

—Eso es bueno, no se vaya a dejar intimidar por ellos, ¿Si me escucha? No se deje. 

—No. No sé preocupe.

Y colgó la llamada con su respectivo saludo y a mi me dejó más que desconcertada.

¿Quién se cree para aparecer como si nada? 

Después de todo el daño que ellos me hicieron a mi. 

Yo tenía que vengarme y nunca lo hice.

Quizás de alguna forma ellos ya lo están pagando.

—¿En qué piensas? —la voz de mi padre hizo que diera un brinco del susto.

—En nada.

—Pues no lo parece —replicó. 

—Está bien —confesé—. Estoy pensando en lo que pasó con Marco. Tengo miedo, me acusan de su muerte y yo nunca le hubiera hecho nada. 

—Lo sé, lo sé.

Este era el día más extraño de mi vida, mi padre hablando tranquilamente, ¿Qué más pasaría hoy?

Tan sereno, parecía su versión de hace unos meses, cuando no había descubierto su verdadera cara.

Tomó un poco de zumo de naranja, unas galletas y las empezó a comer.

Yo empecé a analizarlo, sorprendida.

—¿Y ahora? ¿Qué te pasa? —preguntó sin siquiera mirarme.

—¿Qué te pasa, papá?

—¿De qué?

—¿Por qué quieres escucharme? No entiendo.

—Prácticamente solo dije "Lo sé" —comió una galleta—. No he dicho mayor cosa. No te alteres.

—No se puede contigo. Me voy.

Empecé a caminar por el jardín, estaba en el pasto una cáscara de guineo y casi caigo. Como siempre en desastres.

Me senté a un lado de unas flores y en seguida burbuja llegó a que la acariciara.

—¿Cómo está mi pequeña? ¿Quién la quiere? ¿Quién la quiere?

Miradas oscurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora