Capítulo Veinte

883 61 11
                                    

Alexandra


Los días pasaban y todo parecía seguir igual. Johnson y yo seguíamos igual, él ayudándome cuando podía en mis clases y asistiendo a las suyas, hace unos días había empezado a tomarme muchas fotografías, porque según él había aprendido nuevas técnicas en sus clases. Y me alegraba tanto por él. 

Cada vez iba quedando más poco del mes de noviembre, y con eso se acercaban las vacaciones. En la segunda semana de diciembre, las clases terminaban y nos iban a dar un descanso, para regresar a los últimos dos meses al colegio. Sí, en marzo saldríamos.

Y yo no tenía definido que hacer una vez saliera del colegio, ¿qué carrera iba a estudiar? No sé qué me gusta o que se me da bien.

Johnson evitaba mucho este tema, ya que su mamá lo tenía muy presionado con esto, sin embargo, en algún momento teníamos que hablar de esto.

Estaba haciendo limpieza en la sala de estar de la casa, ya que desde que se fue Martina, papá no contrató a nadie.

Alguien empezó a tocar a la puerta con mucha urgencia, me dirigí a ver quién era, y me llevé la peor sorpresa de mi vida.
¡Johnson!

Y no, no era él. La persona que tocaba a mi puerta era nada más y nada menos que, Gabriela.

Decidí abrirla con cuidado, para no dejarla entrar, sin embargo, fue mucho más fuerte y me apartó. 

—¿Qué diablos te pasa? ¿qué haces en mi casa? —pregunté, pasando por su lado y parándome frente de ella.

—¡Estoy aquí porque quiero que dejes en paz a Daniel! —me gritó 

—¿Que lo dejé en paz? —pregunté, confusa. 

—Yo estoy muy enamorada de él, y él también lo ha estado por mucho tiempo —tragó saliva—. Debes alejarte de él, porque él cree estar enamorado de ti, cuando no es así, solo imagina que soy yo.

—¿Y tú piensas que yo me voy a tragar ese cuento? —me crucé de brazos.

—No. Porque no es ningún cuento, es la verdad, maldita zorra —ni sentí en qué momento fue, pero se me lanzó y me agarró del pelo.

Me dio dos bofetadas, mientras me retenía contra el piso, me defendí y la golpeé muy fuerte en su rodilla derecha, se quejó del dolor y en eso aproveché para dejarla por debajo de mí.

¡Dale! ¡Con la silla!

—Estás mal, debes entender que Daniel solo te ve como una amiga —dije, de la manera más amable posible, para que no se sintiera mal.

¡Qué diablos fue eso, Alexandra!

—Tú qué sabes, yo lo conozco desde pequeños, su mamá me quiere para él, es más me adora —dio una sonrisa de triunfo, burlándose de mí. 

—¿De qué te sirve que te quiera su madre? Si él no te quiere —me levanté, y como pude, la levanté a ella, para llevarla hasta la puerta.

Intenté sacarla, pero era muy fuerte. 
—Daniel me quiere —respondió agitada.
—Si. Como a una hermana.

—Te vas a arrepentir de esto, maldita perra —me señaló. 

—Claro.

—Te lo juro, maldita —me sacó el dedo corazón y yo le cerré la puerta en la cara.

Me había dejado el pelo hecho un desastre. Me di cuenta que me dejó un rasguño muy notable en el brazo derecho, estaba muy colorado. Con un poco de hielo y podría quitarme lo colorado, eso esperaba.

Miradas oscurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora