Capítulo Diecinueve

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Quédate

Alexandra

Los rayos del sol traspasaban la ventana. Entre abrí los ojos para ver a Johnson, pero no estaba.

Me levanté asustada, pensé que todo había sido un sueño, pero no. Era su habitación.

Me puse una de sus camisas, que a mi me quedaban súper grandes.

Sabanas negras, una cama más grande que la mía, un estante con muchísimos zapatos y figuritas en una mesa, que no sé de que eran. Y fotos de él y su madre. Y cuadros de pinturas en las paredes.

Caminé a ver algo que me llamó la atención. Era una papeleta con una lista de canciones, sus favoritas.

Entre esos papeles estaba otro que llamó mi atención, pero no pude leerlo, ya que el estaba atrás de mi.

—¿Qué haces? —Johnson venía caminando, con una charola y comida.

—Curioseando —bromeé.

—Curioseame a mi, por favor —puso la charola en la cama, con cuidado y se acercó a mí.

—Lo haría, pero ahora no tengo ganas —sonreí.

—Traje esto para ti —sacó tres tulipanes, no sé donde los traía, pero logró sorprenderme.

—¡Están lindos! ¡Que bueno que ahora no sean de mi jardín! —me senté en la cama.

—¿No te gusta que robe los de tu jardín? —frunció el ceño.

—Nada de eso, puedes robarlos cuando quieras, siempre y cuando sea a mi que se los regales —agarré un trozo de melón de la charola.

—No hay nadie más, solo te las regalaría a ti. —dijo sentándose en la cama.

Empezamos a comer y sentí que en ese momento no podía ser más feliz. El día era espectacular, todo estaba tan bonito.

Luego bajamos a la sala, (el fue antes por mi vestido para cambiarme)

Eran las diez de la mañana y estábamos comiendo golosinas, ya teníamos una adicción por ellas, creo que en algún momento nos podía afectar este vicio.

—¡NO, DÉJAME ESE! —grité, apartando su mano.

Estaba agarrando un dorito súper grande y que se veía muy picante.

Él levantó las manos en señal de rendición y yo lo tomé ligeramente.

—Toma todo de mi y no me quejo —dijo aún con las manos levantadas, sonriendo.

—No seas exagerado —agarré otra golosina.

Estábamos peleando por la bolsa, cuando escuché que alguien bajaba por las escaleras.

Era una señora, con una canasta de ropa. Sus ojos se clavaron en mí y me sentí pequeñita, se veía intimidante.

—¿Qué pasa? —preguntó Johnson.

—N-nada —dije viéndolo a él, nuevamente.

Luego él se dio la vuelta y la vio.

Luego de eso, en un abrir y cerrar de ojos, se levantó. Y fue directamente a ella.

—¡Aliciaaaaaa! —dijo, abrazandola.

—¿Cómo amaneciste, mi niño? —le preguntó ella, pasando una mano por sus rulos.

—Muy bien. Mira, te quiero presentar a mi novia —dijo él, abrazándola y encaminándose hacia donde estaba yo.

—Alicia, ella es mi novia, Alexandra Rossi —hace una pausa— Y Alexandra, ella es mi nana y mejor amiga, Alicia.

Miradas oscurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora