Anoche acabamos las cuatro un poco idas, menos Hermione, claro. Luna más que nosotras porque ella de normal ya es así, decía que veía unicornios y todo. Pillamos un taxi y llegué a casa. Como ya vivo sola, no me importó encontrarme a mis padres, porque simplemente ya no están. Están en la casa de enfrente de la mía, la que les regaló Draco. Este chico... ¡regala el dinero!
Ahora tengo una resaca impresionante. O sea, ¿por qué nadie me había avisado de esto? ¡Creo que voy a morir! Me duele muchísimo la cabeza...
Me levanto de la cama y me doy una ducha. Cuando termino, bajo al salón y me tiro sobre el sofá, dejando una pierna fuera.
— Hm —gruño.
Sin querer, me doy la vuelta y me caigo al selo. Lo que me faltaba. Ante me dolía la cabeza por la resaca, ahora, también se ha añadido el dolor del golpe. Me levanto del suelo y me doy cuenta de que la ducha no me ha servido para nada, porque sigo tan dormida como antes.
Voy a la cocina y preparo un desayuno con muchas vitaminas. Las voy a necesitar. Cuando termino, vuelvo al sofá, pero suena el teléfono de casa. Es un sonido tan irritable que tengo que esconder mis oídos entre los cojines del sofá. Pero como el sonido no cesa, cojo el teléfono de mala uva y descuelgo.
— ¿Sí? —intento parecer amable, pero no lo consigo.
— Vaya, nos hemos levantado con el pie izquierdo, ¿eh? —es Ron.
— Más bien con resaca.
— Ajá —dice entre risas—. A lo que iba, que me ha dicho Hermione que te pregunte por un tal Jack, o Joss, o Jesh, o como demonios se llame.
— Jasper, imbécil —le corrijo, pero me hace sonreír—. Dile todavía que no le he llamado.
— ¡HERMIONE, QUE TODAVÍA NO LE HA LLAMADO! —grita Ron desde el otro lado de la línea. Oh, Dios. ¡El dolor de cabeza aumenta!
— Adiós, Ron —y cuelgo.
Hermione y Ron llevan viviendo juntos desde hace dos años, como Neville y Lun y Ginny y Harry. La única que vive sola y sin novio soy yo.
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Después de comer, como ya se me ha pasado un poco la resaca a base de pastillas (a lo yonqui no, ¿eh? Pastillas para el dolor de cabeza), decido llamar a Jasper, por curiosidad. Aunque dicen que la curiosidad mató al gato.
Suena un par de veces y me lo coge una mujer. Oh, ¿estará casado? ¿O será la novia?
— Hola, buenas tardes. Soy Flora, la secretaria del señor Pure Blood, ¿qué desea?
Suspiro aliviadamente.
— ¿Puede pasarme con su jefe?
Silencio. A los segundos, se oye un pitido y me habla esa voz dulce y melodiosa.
— ¿Sí? —pregunta, indiferente.
— Hem... Bueno...
Oigo una risita.
— ¿La chica de ayer? —parece divertido.
— Sí —digo tímidamente.
— Dame tu dirección.