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HELADO CON RUSIA,⠀⠀⠀⠀⠀ capítulo veintiuno — en drogas
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Encaminados a salvar el pellejo de Steve y Robin, realizaron el plan del ruloso en el que primero harían una parada por la sala más transitada —esa que luego los lleva a la de comunicaciones—, él y Erica derramarían el líquido verde de uno de los cilindros que se llevaron para desintegrar el piso, y posteriormente saldrían de allí a toda prisa para rescatar a ambos heladeros cuando sean dejados de vigilar por la conmoción.
Dicho y hecho, esperaron en una esquina a que los soviéticos dentro de la habitación salieran mientras sonaba la alarma por el incidente para luego entrar con todo. Dentro aún se encontraba un hombre, que fue derribado por Dustin con el arma de electroshock traído por la morena antes.
Una vez asegurados de que el desconocido no se levantaría, procedieron Claire y Henderson a desatar sus amigos.
—¡Oye, Henderson! Que loco, justo estaba hablando de ti —saluda con júbilo al adolescente que lo liberaba.
La castaña se fijó en ese momento de que tenía la cara ensangrentada e hinchada, a parte de su extraña forma de recibirlos luego de haber sido notoriamente torturados.
—¡Steve! ¿Qué te pasó en la cara! —exclamó la chica alarmada. Miró a Robin confirmando que por suerte no estaba en la misma condición.
—¿Esto? Pfff, no es nada —respondió, como si nada ocurriera. Dustin y Claire se vieron preocupados, actuaba como un borracho...
O drogado. Oh no.
—¡Oh por Dios! —exclamó la rubia. Demasiado contenta de verlos. Ella también estaba en ese estado—. ¡Claire ahora es soviética!
La nombrada baja la mirada, había olvidado que traía el uniforme robado. Y hablando de eso debían darse prisa si no querían cargar también con ese problema.
—Prepárense para correr —advirtió Dustin.
—No vamos a correr —corrigió la castaña obvia.
Finalizado de desatarlos, aceleraron el paso hasta donde dejaron aparcado el carrito rojo de carga y Claire se encargó de conducir para llevarlos hasta el ascensor, así huyendo con la tarjeta que tenía. La adrenalina para los tres lúcidos estaba al máximo y para colmo debían hacerse cargo de la excepción que no hablar estupideces teniendo en cuenta el lío en el que se veían.
—Por Dios, más lento —se quejó Steve en una vuelta que por la velocidad fue brusca.
—Sí, ¿Qué es esto? ¿Las quinientas millas de Indianapolis? —reclamó también Robin.
