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Soraru se preguntaba porqué las cosas habían terminado así.
Mafumafu ya no le hablaba, no contestaba sus mensajes y ni siquiera lo miraba, haciéndole preguntarse qué había hecho mal.
Para su desgracia, Eve también había comenzado a juntarse más con él, confesando que también sentía un distanciamiento con Mafumafu, ya que el mudo había decidido juntarse con Sou y él seguía sin animarse a hablarle.
¿Por qué las cosas tenían que ser así?
A Soraru le costaba ver a Mafumafu de lejos, quería al menos volver a ser los amigos que eran antes.
Quería volver a intentarlo.
Quería estar a su lado de nuevo.
—¿Por qué no aprendes lenguaje de señas? — le preguntó Eve un día—. Así podrías acercarte a él de nuevo, de una forma distinta, incluso serán más cercanos.
Soraru negó.
—¿Alguna vez aprendiste un idioma? Tardas muchísimo tiempo, Eve, años. No puedo dejar tanto tiempo.
—No tienes que aprender todo el idioma, sólo lo que quieras decirle.
Y Soraru pensó que Eve era un genio.
Le preguntó a la madre de Mafumafu si podría ayudarlo con su plan, y con vergüenza le explicó lo que había pasado, desde el beso hasta que Mafumafu lo ignoraba.
La señora no se negó, y confesó que había notado un cambio en Mafumafu en esos últimos días.
—¿Por qué no me lo dijeron antes, mocosos? —protestó la mujer, haciendo que el pelinegro se encogiera en la silla—. Lo dicen como si tuvieran miedo, como si estuviera mal, si ustedes se quieren tanto, ¿qué importa?
Soraru se sentía regañado, pero a su vez agradecido.
—Soraru, nadie a cuidado a Mafu tanto como tú. Y sí, puede que sea algo nuevo para mí esto de... Las relaciones entre dos chicos, pero... Le haces mucho bien a mi hijo.
Soraru sonrió.
—Y en parte siempre lo supe, ¿Crees que los padres somos tan ciegos como para no ver esas cosas?
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