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—¿Todavía no le dijiste lo que sientes?
Soraru negó, manteniendo su seriedad, Eve, por su parte, parecía decepcionado.
—¿Pero lo has visto?
Soraru asintió.
—El otro día lo vi... Bien, estaba en su casa, era lógico, pero con su madre pensábamos que llegaría más tarde —contó—. Pero me vió practicando las señas, y cuando quise decir algo se fue... Y yo sólo me congelé, no pude ir —mintió.
Eve se frotó el rostro, suspirando pesadamente.
—Qué idiota...
—¿Por qué? —Soraru alzó una ceja— ¿Por no decir mis sentimientos?
—Exactamente —concordó el más alto.
—Oh, vaya, a quién me suena —dijo el pelinegro con ironía.
Eve lo miró unos segundos hasta comprender a qué se refería.
—Bien, bien... Nunca dije que yo no fuera un idiota, digo, somos amigos, tenemos cosas en común.
Soraru lo miró con el ceño fruncido.
—Idiota empedernido —dijo y tomó su mochila para levantarse del pasto y caminar hacia la escuela.
—No me dejes hablando solo, Soraru —Eve apareció luego de correr hasta llegar a su lado.
El azabache lo miró alzando una ceja con indignación.
—Mira, no eres mejor que yo en esto de confesarse, así que no actúes como si yo estuviera haciendo mal las cosas —dijo Eve.
—La gracia de la vida es que tienes que ser mejor que el resto —Soraru sonrió, largó el aire en un corto suspiro—. Yo... Voy a confesarme a Mafumafu hoy, aquí en la escuela.
Eve sonrió y aplaudió.
—Al fin demuestras algo de huevos en la vida.
Soraru hizo una mueca de asco ante la expresión.
—Me disgustas —dijo por lo bajo.
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