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Mafumafu llegó a su casa un día y escuchó las voces en el comedor, frunciendo el ceño, extrañado, fue hacia allá.
Encontró a su madre hablando lentamente mientras movía las manos, en gestos lentos.
Su madre desde hacía bastante tiempo que no enseñaba el lenguaje de señas a nadie, ya que no tenía a nadie interesado en aprenderlo.
Pero le parecía más raro que la mujer no le hubiera dicho nada.
Su madre solía usarlo para establecer conversaciones de señas con sus alumnos, siendo él el mejor estudiante de su madre, solía corregirlos, Mafumafu era como la prueba de fin de cada semestre.
Se sorprendió al ver la cabellera negra que conocía bien.
Soraru.
¿Por qué su mayor estaba aprendiendo señas?
Al chico no le había interesado aprender nada a lo largo de los dos años que llevaban siendo amigos, ¿Por qué lo haría ahora?
Los ojos de Soraru notaron su presencia y se congeló a mitad de una seña.
—Mafumafu.
—¡Oh! — la señora se sorprendió, mirando a su hijo como si la hubiera atrapado haciendo algo ilegal, soltó una risa nerviosa. — Mafu, llegaste temprano, ¿Qué...?— se calló cuando escuchó los pasos del chico subiendo las escaleras.
Iba a decirle algo a Soraru pero el chico actuó por su cuenta, esquivándola para seguir a Mafumafu.
La mujer reprimió el instinto de ir ella también.
Si había un momento donde Soraru debería mostrar todo lo que habían practicado, sería ese.
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