Capítulo V

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¿Cuán irónica puede ser la sociedad que, necesitas lucir bien para poder encajar con los demás? Solo con un buen aspecto físico, modales finos y, alta versatilidad para dirigirse hacia los demás. Esos eran los requisitos para poder ser admitidos dónde fuera, ni siquiera, en la mayoría de casos se detienen a pensar qué hay más allá; qué hay de sus intenciones y lo que habita en el corazón. Y, ahí es donde surge una pregunta conocida; ¿qué pasaría si nos quedaramos sin poder ver? Aunque fuera solo un día, respondería a tan profunda pregunta, tendría una variedad selectiva de respuestas, unas que sin duda serían puras, en su mayoría. Nadie podría ver más que la oscuridad, no habrían caretas, no habrían críticas por cómo se luce, o como se viste, en otras palabras, se conocería la verdadera esencia del ser humano, tal como se lo mencionó el autor en su obra maestra, el Principito. Aun así, por más irónica que sea la vida, no se le puede buscar la perfección, porque es parte del ser humano y, muy importante, no se puede generalizar, en muchos de los casos como ese, no solo se debe ver la mancha.

Se juraba así misma que podría pasar horas viéndola comer, no lo hacía con desesperación, al contrario, saboreaba cada cucharada que probaba, cerraba sus ojos como si descartara la idea de estar soñando. Eso lograba hacerla sonreír con el corazón en la garganta, quería llorar ahí mismo, deseaba meterla en una pequeña caja de cristal donde nada malo le vuelva a suceder. Escuchaba cada pensamiento, comentario que le daba sobre cualquier cosa, eran tan inteligentes, era como si escuchara a sus propios padres hablarle. Cuando le preguntó sobre su grado escolar, se sorprendió mucho con la respuesta; le contó que fue su madre quien le enseñó a leer y escribir, pero que nunca fue a la primaria, ni mucho menos al jardín de infantes. Y, que todo lo que logró aprender fue por medio de los libros que ella encontraba en la calle de cualquier cosa, en especial, sobre cualquier tipo de Ciencia, así como le expresó su amor incondicional por la lectura.

Entonces, Kara lo entendió como si fuera una epifanía, estaba sentada sin algún duda frente a una mente brillante. Solo necesitaba ser pulida como un diamante, o una hermosa esmeralda en este caso. Sus pensamientos iluminados fueron interrumpidos por la llegada del maître con una bandeja de acero inoxidable, en ella traía un postre que no recordaba haber pedido, ni a Lena hacerlo.

— ¿Pediste un postre? — le preguntó con cariño a la ojiverde.

— No, no realmente — colocó los cubiertos con cuidado en su plato vacío. Kara asintió dirigiendo su mirada al maître que distraídamente lo colocaba sobre la mesa.

— ¿Disculpa? — le dio una sonrisa un tanto forzada — Nosotras no hemos pedido ningún postre.

— Cierto — asintió con tranquilidad — El caballero de allá se lo mandó a la señorita — señaló con su mano a Lena. Kara giró un poco su cuello para observar cuál.

— Ya veo — asintió Kara con la mandíbula un poco tensa — Dígale al caballero que no aceptamos el postre.

— Concuerdo, no me apetece que un desconocido me invite ¿podría devolverlo? — Lena no quería nada de un hombre desconocido.

— Pero, señoritas, no puedo devolverlo — refutó él con una sonrisa nerviosa.

— A ver, amigo — comenzó la rubia tratando de tener compostura — No es problema nuestro, mi amiga aquí no pidió que el señor le mandara un postre de "regalo" — Lena contuvo su respiración, no quería problemas.

— Mejor nos vamos, Kara — le sugirió para evitar que el joven maître le diera un ataque de tan pálido que se estaba poniendo.

— Tienes razón — suspiró calmándose un poco más — Deja el postre aquí, pero tráenos la cuenta, por favor — él asintió yéndose con rapidez — Odio tener que desperdiciarlo. Mucho menos cuando sé lo que viven — dijo mirando a Lena que tenía una pequeña sonrisa.

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