Capítulo XVI

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"El amor es extrañar a alguien cada vez que estás separado, pero sentir el interior caliente porque estás cerca de corazón." (Kay Knudsen).

Caminaba con una media sonrisa por la acera, disfrutaba ver a las personas entrar y salir de las tiendas apresuradas comprando regalos, comida y lo que necesitaran de última hora, siempre le pareció curioso ver como las personas acogían el día para ser consumistas, los llenaba de felicidad. Mordió su labio inferior evitando reírse, comenzó a sostener con fuerza su abrigo para cubrirse del gélido frío que se empezaba a sentir con fuerza, llevaba en su cuello una bufanda que la hacía sentir aun más abrigada, así como un lindo gorro en su cabeza, también se dirigía al supermercado, ya era parte de ese mercado consumista sin darse cuenta. La Navidad había llegado más rápido de lo que esperaba y eso la tenía muy ilusionada, debía ir a comprar los ingredientes para la cena, esta se llevaría acabo en su casa. Sabía que ahí estarían todos sus amigos, no podía creerlo, por primera vez en su vida tendría una como soñó, únicamente faltaría el amor de su vida, pero estaría en su mente a cada instante.

Cada vez que salía de su trabajo, no se cansaba de admirar las diversas decoraciones llamativas y creativas para dicha celebración, unas que existían de igual forma en su hogar. Las vitrinas decoradas con luces, esferas de diversos tamaños y formas, ni qué decir del olor a galletitas con canela y jengibre que se escapaba de las cafeterías, una época muy especial a la que amaba siendo niña. Siempre que salía a pedir limosna con su madre; se quedaba mirándolas por largo rato, deseando con toda su inocente alma que Santa Claus llegara a su pequeña casita bajo el puente, con una bolsa llena de aquellos jueguetes. Cada vez que se lo comentaba a su madre, le generaba un dolor tan grande, no necesitaba preguntarle, con solo ver como sus los ojos de su madre se tornaban llorosos lo comprendió, nunca tendría todos los juguetes que veía, ni tampoco tendría un árbol tan bonito como el que adornaba la avenida principal todos los años, eso cambió, por supuesto, ya no existía algún impedimento material de por medio.

Con el tiempo fue creciendo con esa mentalidad, hasta que su madre no tuvo más remedio, le contó la verdadera historia detrás de aquél señor vestido de rojo con una enorme barba blanca. Ahora, teniendo casi veintisiete años, sentía ese mismo dolor por todos aquellos niños que deambulaban en su antiguo estado de calle, le dolía en sus entrañas que eso fuera así, todos los niños del mundo merecían una Navidad hermosa, ni tampoco era justo que vivieran de esa manera. Toda esa dura realidad le creaba una serie de pensamientos un tanto radicales, como por ejemplo; buscar a su padre, Lionel Luthor, con eso pensaba que podría reclamarle (monetariamente hablando), todos los años de su ausencia, pero eso le traería consigo las consecuencias que su madre le estuvo evitando tener, además, tampoco quería tener el apellido Luthor, no quería ser parte de esa manchada familia.

"Ojalá estuviera, Kara. Las dos sabríamos qué hacer", pensaba intentando no llorar, había amanecido un poco sensible. Los primeros dos días desde que la vio atravesar el aeropuerto fueron difíciles, se levantaba con un vacío en su interior casi inexplicable; extrañaba todo, sus risas, sus abrazos, su voz y sus besos. Su ausencia se notaba en todas áreas en que ella diariamente se desenvolvía, como su trabajo y ensayos de baile que, por cierto, tuvo grandes equivocaciones recurrentes gracias a su falta de concentración, casi podía sentir que en cualquier momento su entrenadora la iba a echar. Los otros dos días fueron diferentes, comenzó a asimilar mejor sus sentimientos y comprendió la importancia de ser independiente a pesar de estar en una no-relación, su cambio empezó a verse reflejo en su baile, ahí expresaba todo lo que sentía. E indudablemente, su estado de ánimo mejoró gracias a la Navidad, como anteriormente se menciona.

Llegó al supermercado y tomó un pequeño carrito de compras, esperó a que unos salieran con sus carritos casi desastrosos por la prisa e ingresó. El ambiente era muy bullicioso, se escuchaba los sonidos de la escaner marcando los productos con velocidad y, en el fondo tenía villancicos navideños. Respiró profundo esperando poder salir rápido de ahí y sacó la lista que Elizabeth le había entregado, no eran productos tan difíciles de encontrar, otra cosa era que no estuvieran agotados. Bueno, ¿cuántas personas prepararían una cena irlandesa en Estados Unidos?

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