IV

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Era un día glorioso, tan glorioso como los otros... eso diría si tuviera el optimismo de Makoto, y es que desde que llegó al restaurante no ha dejado de repetir aquello, como si fuese un mantra, yo no podía entender aquello, para mí no era un día glorioso, a pesar de que dormí como una roca me sentía totalmente cansado, apenas y podía mover un musculo, quien sabe como he hecho mi rutina. La noche anterior, y hasta ahora, no había desaparecido, viajando miles de millones de años para encontrarme con mi otro yo y vivir una vida tan extraña en aquel desierto, al parecer, y yo pienso que es así, es por lo que me siento de esta manera. En todos mis años, que a pesar de que no son muchos, ya me siento un anciano, nunca me había pasado algo como esto, siempre, todas las noches, al amanecer, en la tarde, siempre, tenía esas visiones, repito, no había ni un solo día que no me transportara.

Y me extrañaba, ¿lo del contacto con el pelirrojo aquel tendrá algo que ver con esto? Suspiro, si sigo pensando en eso me dará una jaqueca, la cual no quiero, porque Makoto me obligará a regresar a casa y cerrar el local, o buscar un reemplazo. No, eso jamás, una vez lo había intentado, me encontraba tan enfermo que no podía ni levantarme; para no perder el ingreso de ese día Makoto tuvo la grandiosa idea de contratar a alguien, sólo para los días en los que estuviera ausente. El resultado: una pérdida de clientela del casi 86% en tan solo tres días, y todo por aquel inútil que intentó pasarse de listo, al parecer era amigo de Makoto, y sabía cocinar... sólo un poco. El que su madre le dijera que era un chef profesional por solo freír huevos era algo muy ridículo.

Aun enfermo me presenté en el local antes de que ese desquiciado nos dejara sin comensales. Afortunadamente llegué justo a tiempo, aquel día sólo tres personas ocupaban una sola mesa, su rostro al ver los platillos frente a ellos fue como el de una película de terror, como si unos extraterrestres hubiesen puesto huevecillos en su comida, o en vez de comida quemada y maloliente, se encontrase un feto rostizado.

-¡Haru! Tienes que venir -la puerta es abierta estrepitosamente, dejando ver a un histérico castaño.

-¿Huh? Estoy ocupado -giro el rostro a los vegetales que corto en julianas.

-Haru~ Tienes que venir. Rin esta aquí -susurra lo último retorciendo su delantal azul. Abro los ojos con sorpresa.

-¿Quién es Rin?

-¡Haru! -me regaña tomándome del brazo para arrastrarme fuera de la cocina, observo alrededor perplejo, el día de hoy iba demasiado tranquilo, y veía por qué, no había demasiadas personas en el local, y era bastante extraño.

Al fin nos detenemos, el recorrido ha sido de medio local, frente a mí se encuentran un par de chicos, a uno lo conocía, o lo recordaba, o le había visto, tenía el cabello rojizo, un perfil afilado, salvaje y unos labios que... verdad, ahora lo recordaba, era el policía al que había besado. Y de pronto siento la mirada iluminada, el ver a aquel chico una alegría titánica me invade.

-Ah, Haru, ¿no tienes algo que decirle a Rin? -Esa misma mirada de borrego, dedicada sólo a mi. Tuerzo la boca.

-Gracias por lo del otro día -pronuncio antes de inclinarme, pero soy detenido por las manos de mi amigo. Mi entrecejo se frunce.

-Ammm, é-él es Yamazaki Sousuke -me gira un poco, mostrándome al otro tipo, sentado frente a Rin. Un chico de cabello color caoba, de ojos turquesa, o aguamarina, más claros que los míos. Su rostro era casi tosco, admito que es bastante atractivo, pero se veía rudo.

Por alguna extraña razón, con el simple hecho de verlo, el estomago se me ha revuelto, tenía tantas ganas de lazármele encima y golpearlo, tomar su enorme cuello entre mis manos y apretarlo hasta dejarlo sin aire. Y la mirada de Yamazaki no se quedaba atrás, me miraba de una manera donde al reflejarme en sus ojos podía verme convertido en un cadáver, o mi cuerpo siendo torturado en infinidad de posibilidades.

"Y Si En Otra Vida..."Donde viven las historias. Descúbrelo ahora