CUARENTA Y CINCO

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Incapaz de dejar solo a su exhausto Gatito, Soobin lo acomodó con cuidado sobre el sofá del salón y lo arropó con la manta antes de encargarse de los cachorros. Finalmente destetados, se empujaban unos a otros intentando llegar al comedero. Los sonidos de lametones satisfechos y respiraciones ruidosas llenaron la casa mientras Soobin limpiaba el desorden y les ponía papel nuevo. Yeonjun planeaba sacarlos al jardín al día siguiente para que se acostumbraran a sentir hierba bajo las patas.

Una vez acabó, puso a Yeonjun sobre su regazo, no se despertó excepto para gemir cuando su culo lastimado se frotó contra los jeans que Soobin llevaba puestos. Gatito tendría problemas para sentarse durante un tiempo.

Su sonrisa se desvaneció cuando pensó en Arin, que había usado su turno de azotar a Yeonjun para desahogar su ira. Tendría que vigilarla. Un sumiso despechado podría ser tan destructivo en un club como un mal Dom, convirtiendo un ambiente grato en una debacle emocional. Esa era otra razón por la que endurecería los requisitos para convertirse en miembro de Dark Heaven, como el club de BDSM que había visitado en China. Por supuesto, él no tema intención de que su club fuera tan exclusivo y caro. Los miembros locales venían de todos los estratos sociales.

En la piscina, dos cachorros se enzarzaron en una lucha de tira y afloja con un trozo de cuerda. Otro saltó y usó sus afilados dientes de leche sobre uno de sus hermanos, consiguiendo a cambio un fuerte chillido.

Yeonjun abrió los ojos.

—¿Qué? —Trató de incorporarse y siseó cuando los músculos de su culo protestaron.

—Relájate, mascota. Son sólo guerras de cachorros —al igual que los miembros del club, las crías volvieron a jugar felices juntas, todas las transgresiones perdonadas. Aunque él y Yeonjun tenían que hablar de lo ocurrido aquella noche, había conseguido su objetivo y Gatito era bienvenido otra vez en el club.

Y lo que era aún mejor, cualquier rastro de la sensación de traición que Soobin había albergado, había desaparecido. Cuando las cejas de Yeonjun se unieron, Soobin siguió el delineado y sedoso arco con la punta del dedo.

—¿Por qué me estás abrazando? —preguntó.

—Porque quiero hacerlo.

Yeonjun le dedicó una dulce sonrisa.

—Amo arrogante.

—Exacto —sus ojos destellaron con diversión—. Ahora que estás despierto, quiero examinarte.

Sin soltarlo, abrió la manta y vio que sus pezones presentaban algunas manchas rojizas debido a la máquina de succión. Buena idea haberla puesto en el nivel más bajo. Sonriendo ante la forma en que Yeonjun se retorcía, lo obligó a abrir las piernas y le inspeccionó la polla y su saco. Seguían hinchados pero tenían mejor aspecto.

—Ponte de pie —lo ayudó a levantarse y le palmeó la cara interna de los muslos ligeramente.

—Ahora gira e inclínate —ordenó—. Manos en los tobillos y rodillas dobladas —Yeonjun no se movió—. Ahora, mascota —su voz adquirió un imperioso tono de mando.

Yeonjun lo miró con cierto asombro, ya que él no solía mostrarse dominante fuera del dormitorio. Después obedeció sin protestar.

Tenía un moretón en la nalga derecha, probablemente por el alto porcentaje de diestros que habían empuñado el remo, y el resto de la piel aparecía hinchada con diversos tonos de rojo. Sanará sin problemas.

SÍ, MI SEÑOR ❱ soojun/ʸᵉᵒⁿᵇⁱⁿDonde viven las historias. Descúbrelo ahora