Es el jueves más triste de la historia.
En el medio de la noche se asoma el aeropuerto a la distancia, los aviones despegando y aterrizando tapizan el cielo estrellado. La luna brilla a cuarenta y cinco grados de nosotros, iluminándonos a través de la ventana, preocupada por nosotros. Luz me aprieta la mano aún más en cuanto cruzamos la primera desviación y nos acercamos a la terminal dos del aeropuerto de Santa Elena. La aprieto de vuelta, aferrándome a ella sabiendo bien que son las últimas horas que pasaremos juntos.
Gabriel nos mira de reojo con la cabeza baja, su mamá se guarda las lágrimas al escucharnos a ambos berrear de tristeza. El cosquilleo de la falta de sangre en mis dedos empieza a sentirse más presente, así que la suelto por un momento y mejor la abrazo. Sin decir nada, respiramos lento, profundo, tomando todo el aire que podemos de este lugar y de este momento, de este último día el uno al lado del otro.
Al estacionarnos un silencio punzante invade la camioneta, ninguno de nosotros quiere ser el primero en abrir la puerta, un minuto más tarde, Gabriel sale porque alguien tiene que hacerlo. Empieza a sacar las maletas de la cajuela, mi papá le ayuda, la mamá de Luz hace un esfuerzo para verse contenta y sale también, le sigue la mía y al final nos quedamos Luz y yo adentro. Su papá los recibirá cuando lleguen allá y empezarán juntos una nueva vida en un lugar más seguro y próspero a cambio de todo lo demás.
Los muros del aeropuerto son de concreto y la gran mayoría de ellos no están pintados, el panorama gris hace aún más triste el momento en el que caminamos hacia una de las pantallas para ver en qué banda tienen que registrar el equipaje. Es la banda cinco, a la vuelta de la esquina.
La bocina anuncia que el vuelo a Philadelphia está a tiempo y que cerrará el registro en un par de minutos, hemos llegado tan tarde como nos ha sido posible para aprovechar el día, pero ahora su mamá se mira nerviosa, no sabe si tomar el vuelo o si dejarlo perder. No para de ver la salida y más allá a lo lejos, Vallejo, la ciudad en la que han pasado todos sus años, la historia que han construido hasta ahora perdida en la neblina fúnebre del camino. Toda una vida guardada en un par de maletas.
Las luces brillan tanto que me lastiman los ojos, el suelo desprende un olor a cloro y limpiador multi usos que me revuelve el estómago. Algo en el aire y en la manera en que rebota el sonido, en los colores deslavados del mural azteca muy fuera de lugar que yace en una de las paredes maltratadas me hace sentir que estoy soñando y que en realidad esto no está pasando. Me pincho el brazo para ver si ese es el caso, pero no, estoy despierto y estamos viviendo el final de todo.
Todo ha sucedido tan rápido, apenas hace dos semanas éramos muy felices y teníamos mil y una cosas por hacer y así, de la nada, ahora tenemos que dejarnos ir. El sueño que hemos construido durante los últimos seis años se desvanece con cada minuto que pasa, con cada anuncio de la bocina y con cada vuelo que despega, hemos luchado tanto para estar juntos, si tan solo nos hubiéramos atrevido antes, sin tan solo tuviéramos otra opción. Nos encontramos con la mirada en dirección a la salida, tal vez las cosas no tienen que ser así.
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Cielo por tu Luz
Teen FictionTodos tenemos tres amores en la vida... Cuatro años después de desvanecerse sin dejar rastro, Lucía Hernández regresa como si nada a Santa Elena, poniendo de cabeza todo a su paso, especialmente el mundo de Alex, su ex-novio, a quien dejó con mentir...