18. Puentes Colgantes

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Hay un par de parques en Vancouver y me atrasaría bastante ir a buscar a su amiga uno a uno, afortunadamente Frank se ha acordado del que Luz le platicó: originalmente construido en 1889, el Puente Capilano es un puente de suspensión simple con se...

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Hay un par de parques en Vancouver y me atrasaría bastante ir a buscar a su amiga uno a uno, afortunadamente Frank se ha acordado del que Luz le platicó: originalmente construido en 1889, el Puente Capilano es un puente de suspensión simple con setenta metros de altura y ciento cuarenta de longitud, ha aparecido en McGyver y en Sliders, y apareció en un documental de la banda de Kpop NCT 127 anuncian en el poster de la entrada. Me da reflujo estomacal de sólo ver las fotografías, trato de calmarme. No por el Kpop, me gusta el Kpop, sino por la altura.

—¿Alguien ha muerto por caer del puente? —Le pregunto al que vende las entradas.

—¡Oh, por supuesto! —Sonríe, tomando mi dinero y dándome el boleto.

—Gracias —respondo, sonriendo de vuelta nervioso. Al lado de la ventanilla hay un letrero que dice «No hay reembolsos».

Un montón de grupos y familias entran muy contentos tomándose fotos en cada punto "#social". Mientras tanto yo busco a algún empleado que pueda darme indicaciones. Una chica con un overol rojo en el punto de información me dice que la chica a la que estoy buscando está del otro lado del puente, en la tienda de regalos al final del recorrido. El vértigo comienza a tomarme por sorpresa.

Todos los caminos llevan al puente que cuelga libre sobre el precipicio más impresionante que haya visto nunca. Un par de niños saltan en el medio, tratando de hacerlo tambalear. Paso saliva, estoy apretando los puños. Una persona me toca el hombro para hacerme a un lado, porque les estoy impidiendo el paso.

Mi cuerpo se echa hacia atrás y tropiezo sobre el césped, las palmas de mis manos tiemblan sudorosas y mi respiración se alenta. Me preguntan si estoy bien, les digo que sí. Mis piernas no quieren levantarse y cuando por fin lo logran, se sienten como gelatina. Cierro los ojos e inhalo tan profundo como me es posible, tomo el barandal como si mi vida dependiera de ello y doy el primer paso. Las vibraciones del paso de la gente se sienten en los eslabones debajo de la estructura del suelo, se mece apenas un poco, pero lo suficiente para bajarme la presión. ¡Venga, cobarde! Recuerdo aquel poema y el miedo me da toda la energía que necesito.

Doy un respiro hondo, levanto la mirada. Doy otro paso. Y otro. Paso a los chicos que siguen tratando de mover la estructura, y al tipo que me hizo a un lado, y a otros más. Un sprint de un lado a otro, a setenta metros sobre una muerte segura. Una energía que se siente completamente nueva. Al llegar al otro lado, exhalo todo el aire de mis pulmones y aunque el cosquilleo no cesa, comienza a sentirse más bien familiar. Trato de no volver la cabeza, busco un mapa cerca, de esos que ponen con una pequeña flecha "Usted está aquí", la tienda no queda muy lejos, camino en la dirección que me indica.

Hay una tienda de regalos ambientada temáticamente, interpolada con uno de los árboles que sirve de fundación para uno de los puentes de la Aventura en las Alturas. Está pintada de color azul, trato de recordar el nombre de la chica que mencionó Frank entrando y acercándome a la caja.

—¿Brenda?

Una chica de cabello negro voltea riéndose de un chiste que le cuenta su compañero. Su expresión cambia: levanta las cejas, entrecierra los ojos.

—¿Sí?

—Estoy buscando a...

—Lucía, sí —dice—. Dylan, voy a tomar mi descanso ahora.

Su compañero asiente confundido. Ella no deja de mirarme extrañada.

Brenda se quita su etiqueta de servicio y me indica con un gesto de cabeza que la siga fuera de la tienda. Sonríe a medias. ¿Cómo es que sabe? Nos acercamos a una mesa con un par de bancos de madera a sentarnos, Brenda toma un cigarrillo, se lo pone entre los labios y me ofrece otro de la cajetilla.

—No, gracias.

Ella encoge los hombros y guarda la cajetilla, saca un encendedor Zippo y prende el cigarrillo. Estoy a punto de preguntarle algo pero me detiene con el dedo, exhala el humo.

—No sé, te imaginaba más alto cuando Luz me contaba de ustedes —responde.

—Bueno, Luz es bajita.

—Sí, debe ser eso —ríe—, Alex ¿cierto?

—Sí —me reconforta saber que Luz habló de nosotros—, ¿sabes dónde está?

—No realmente —contesta, cierro los ojos y los aprieto frustrado, suspiro, en mi pecho me falta el aire—, pero tengo una idea—dice, me vuelve el alma al cuerpo.

—¿O sea que ha estado aquí?

—Sí, estuvo aquí antier, vino a saludarme y fuimos por un café a Vancouver.

—¿Te dijo por qué vino?

—No, ¿cómo? ¿No vino a buscar trabajo?

—No, bueno, no que nos haya dicho, desapareció sin decirle a nadie, las autoridades y su hermano piensan que pudo haber sido secuestrada.

—¡Mierda, Lucía!

—Sí. Pero es bueno que esté aquí, eso significa que vamos en el camino correcto. ¿Sabes si se está quedando en algún hotel de Vancouver?

—Oh, no creo que esté en Vancouver —exhala—, ayer estuvimos platicando y estaba interesada en irse a Toronto.

—¿Toronto? —Me ahogo. Son otras tres horas en avión.

—Sí, pero le dije que es bastante frío en el invierno y que le diera una oportunidad a Victoria antes.

—¿Victoria?

—Sí, es una isla junto a Vancouver, ahí apenas nieva en enero y la temperatura siempre se mantiene estable. No es muy grande, pero es un buen lugar para vivir. Ayer la ayudé a buscar vacantes de trabajo ahí así que quiero pensar que no fue en vano.

—¿Cuál es la manera más rápida de llegar?

—Más bien la única desde aquí, tienes que tomar el ferry, la ruta que te llevará más cerca de la ciudad sale desde Tsawwassen y sale cada hora, hora y media.

Anoto en el teléfono cada palabra que me dice, excepto el nombre de la estación, porque no sé cómo se escribe, me lo deletrea; busco rutas en mapas de internet, va a tomarme cinco horas llegar si salgo de aquí en este momento.

—Tengo que irme, muchísimas gracias, ¿tienes alguna dirección?

—¿Tan rápido? —Ríe. —No, entiendo.

—No y no sé cuánto tiempo se quede ahí, pero... —sonríe.

—¿Qué? —Pregunto.

—Nada, eres todo lo que decía de ti.

—¿Eso es bueno?

Ella asiente repetidamente. No puedo evitar sonreír.

—Ve y encuéntrala —dice—, y dame tu teléfono, si puedo contactarla, te daré noticias.

—Muchas gracias.

Le doy mi número y me preparo mentalmente para cruzar el puente de nuevo. Pienso en ella, tomando el avión sola y dejándolo todo atrás sin decirle a nadie, en los motivos que guarda tras labios cerrados, en una encrucijada: Victoria o Toronto. ¿Por qué? Exhalo, no hay tiempo de acobardarme de nuevo. Si se pudo una vez, ¿por qué no dos?

Un paso tras otro, sin mirar hacia abajo ni hacia los lados, con el corazón latiéndome tan rápido como un corazón puede, con la mano en el barandal y respirando por la boca cruzo el puente. Mis piernas tiemblan al principio, pero las fuerzo a pisar más fuerte, a hacerlo más rápido sin detenerse. Por la orilla del ojo veo el río correr debajo, las copas de los árboles mecerse con el viento que sopla a mi favor, hojas volar y planear hasta desaparecer a la distancia. Cosquilleos en cada uno de mis dedos, en mi cuello y en cada vértebra de mi espalda. Vamos de vuelta como venimos de ida. 

Cielo por tu LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora