10. Malas Influencias

54 5 0
                                    

Apenas entro a la escuela Mike me lanza algo a las manos, es mi teléfono

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Apenas entro a la escuela Mike me lanza algo a las manos, es mi teléfono.

—¿Dónde...?

Lanza otra cosa, me golpea la cabeza, es mi billetera. Me dice que mis tarjetas y billetes ya no están.

—Pero venga, al menos no tendrás que sacar otra licencia. Vele el lado bueno.

Me explica que encontró a quienes me asaltaron y que se ha ocupado de ello; que hoy irá al desguace en donde cree que han llevado mi auto, dice que ha recorrido ya los demás sin éxito.

—Si aún existe y si no lo han vendido por partes—dice—, debe estar ahí.

Me dice que lo acompañe, para que de encontrarlo, me lo traiga de vuelta. Le pregunto que si debería prepararme mentalmente, me dice que no mucho, pero que me mantenga alerta.

—No es un lugar para chicos fresas como tú. Venga, vámonos.

—¿Ya ahorita?

—Sí, a menos de que quieras ir tú solo al rato.

—No, vamos.

Estoy casi al borde de faltas en todas mis clases, Barbara es la causante del un por ciento de las ausencias, Mike es el causante del otro noventa y nueve. Barbie desde el otro lado del pasillo me grita que ni se me ocurra acompañarlo, le digo que esta vez hay una buena razón.

—Siempre hay una buena razón según tú... —dice.

Mike suelta una carcajada y acelera.

El desguace es un lugar turbio, es sucio, oscuro y está estructurado como un laberinto, nunca me dio buena espina y ahora que Mike lo ha confirmado, con más razón prefiero no acercarme. Cerca está una estación de gasolina en la que le digo a Mike que prefiero esperarlo, pero me dice que es más seguro si nos quedamos cerca.

Mike me indica que le pase algo de la guantera, así que jalo la manija y al abrirse, sale una Glock sacada de Call of Duty, me pongo pálido. Al quedarme congelado, Mike la toma y la pone sobre sus piernas mientras se estaciona a la vuelta de la esquina. Le pregunto que por qué carga con eso, él me contesta que no quiere arriesgarse a que se repita lo del otro día y que esta vez terminen bien el trabajo, que espera nunca usarla, pero que «uno nunca sabe».

Al salir del auto, se la esconde en el pantalón y me dice que me alivie, que estoy de lo más pálido, le respondo que no creo que sea para menos. Al menos cumplió su promesa de distraerme de mis otras penas, ahora ojalá regrese vivo. Me dice que no exagere. El auto de Frank está estacionado también cerca. Mike saca de la cajuela una bolsa de basura.

Sigo a Mike a través de la calle y hasta entrar por la reja de malla, adentro lo recibe un señor de cincuenta y tantos años, es gordo y tiene cara de pocos amigos. Me mira, entrecierra los ojos y voltea la cara hacia Mike. Cierra la puerta detrás de nosotros.

Cielo por tu LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora