3. Dudas

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El día pasa, Mike y yo jugamos un partido de basketball entre los dos para distraerme, me sigue contando de Jessica y de las cosas que le dice, irradia felicidad, emoción, yo irradio nauseas

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El día pasa, Mike y yo jugamos un partido de basketball entre los dos para distraerme, me sigue contando de Jessica y de las cosas que le dice, irradia felicidad, emoción, yo irradio nauseas. Miro a todos lados maniaco en cuanto pasa una persona junto de nosotros a ver si es mi fantasma, a ver si no estoy soñando. Un par más de clases sin poner atención, el sonido del reloj análogo que cuelga en la pared de mi salón comienza a volverme loco como el sonido del corazón en aquel cuento de Edgar Allan Poe y al igual que ahí, algo que pensé no volvería ha vuelto sin advertencia a atormentarme.

Cuarto para las tres, el día casi termina. Rayo en una de las últimas páginas de mi cuaderno de francés para no perder la cabeza, aunque no está funcionando. Cinco para las tres, la maestra nos deja salir más temprano, un vacío en el pecho, en el estómago, estoy falto de aire.

Guardo mis cosas en la mochila, pienso en mandarle un mensaje a Bárbara «Perdón, no me siento bien. ¿Lo dejamos para otro día?», lo escribiré cuando llegue al auto, tengo tiempo de ventaja. Salgo del salón hacia el desolado pasillo y en dirección al estacionamiento, he revisado cada esquina sin encontrar nada, pero aún así no puedo quedarme tranquilo. ¿Por qué me afecta tanto?

Porque hay tantas que se han quedado sin resolver.

Hay alguien esperando recargada junto a mi auto, es Barbara, está leyendo un libro de poemas y no ha notado mi presencia, la dejaron salir temprano también. Debí haber mandado ese mensaje hace un par de minutos, ya es muy tarde, o no, quizá puedo decírselo.

Baja el libro y levanta la mirada hacia mí, sonríe de forma que las comisuras de sus labios se notan desde acá de lejos, encoge los hombros. Sonrío a medias. Me acerco a ella, me abraza, me pregunta que si tengo hambre, que pidió nuestras pizzas favoritas y llegarán en aproximadamente veinticinco minutos, poco rato después de que lleguemos a su casa. Debería decirle la verdad, pero no puedo.

Le digo que sí, que extraño pasar la tarde con ella. Me responde «yo también». Le abro la puerta del auto, ella entra, momento seguido lo hago igual. Enciendo el motor, esta vez sí batalla para encender, este viejo demonio está dando las últimas y no tengo dinero para seguirle dando mantenimiento, pronto tendré que cambiarlo por algo más funcional, aunque no luzca tan elegante.

Enciende, Barbie me pregunta si quiero poner un poco de música, le contesto que ponga lo que a ella le gusta, pone una banda de jazz funk que hace covers de canciones modernas. Piso el pedal del acelerador, salimos de la escuela, hay un poco de tráfico así que nos detenemos en cada esquina. Barbie canta, primero a sí misma y luego a todo pulmón cuando llegan al coro de la canción, cierra los ojos, mueve la cabeza de un lado a otro. De pronto todo lo demás se me olvida.

Cuando me nota mirarla se detiene un instante, hace mucho que no la veía perderse así, hemos llegado a un punto en que todo es seriedad y planes y no hay tiempo para momentos como este. Sonríe, tiene un mechón de cabello sobre la cara, se lo pasa detrás de la oreja. Sonrío también. Nos pita el auto de atrás, el semáforo cambió a verde. Soltamos una pequeña risa, acelero de nuevo, Barbie recarga la cabeza contra el asiento, sigue cantando pero un poco más bajito.

Cielo por tu LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora