Durante tres días ponemos pósters alrededor de la ciudad, en los tableros de anuncios de los museos y lugares públicos, y en los muros, junto a la entrada a los parques más populares y a través del malecón, en los food trucks cuyos dueños se conmueven con la historia que Alex cuenta con tal emoción que parece que le perteneciera. A veintidós grados Celsius y bajo un cielo del norte azulado nos dirigimos de aquí para allá y de allá para acá en autobús y a pie.
En el camino de un lugar a otro, Alex me comparte sus audífonos y escuchamos funk, me quita de las manos el libro de Syrjälä y comenta que leyó su obra en primer año de preparatoria, al parecer soy el único que no cumplió con la tarea, hablamos de su tragedia y me sugiere que uno no debería llegar a esos extremos nunca, le digo que lo tengo presente.
Sosteniendo con mi mano un eterno moka respondo al interrogatorio de Alex, contándole más detalles de nuestra historia aunque sé que a Mike no le parecería. Supongo que se lo debo por ayudarme en mi cruzada como si fuera suya. Le cuento acerca de Barbie y de que aunque estoy buscando a Luz, mi corazón aún le pertenece.
Responde que estoy equivocado, que no puedo escapar por siempre de mi luto, le explico que la desaparición de Luz tiene muchas ramificaciones y que esta odisea no es solo mía, sino que estoy tratando de controlar el daño colateral.
Ríe, dice que soy como un libro abierto que no puede leerse a sí mismo, que puedo mentirme tanto como a mí me guste pero que la verdad siempre surge, que con los años las ramificaciones se me olvidarán y Luz y yo tendremos una linda historia que contar cuando nos pregunten como nos conocimos. La idea me hace sonreír, pero solo por un segundo porque el futuro me asusta y con ella o sin ella, mis prospecciones no se ven precisamente positivas.
Le digo que no tuve opción, que venir aquí es solamente algo que tenía que ocurrir. Contesta que el destino tiende a disfrazarse de espontaneidad y que los caminos que están destinados a estar juntos tienden a encontrarse o reencontrarse de un modo o de otro tarde que temprano. Que no todo aquel que llega a nuestra vida está destinado a quedarse y quien sí, regresa siempre bajo el peso de la gravedad de las cosas.
—A mí me suena a que más bien Lucía volvió en el momento perfecto —dice—, la excusa perfecta para procrastinar las decisiones que tanto te asusta tomar. Pudiste ignorarla y seguir con tus planes, pero decidiste no hacerlo.
Al otro lado de la calle hay una tienda de segunda mano y en el aparador tienen la misma lámpara victoriana que compramos Barbie y yo, sonrío a medias. Al mismo tiempo el corazón me late más rápido mientras me acuerdo de esa noche que pasamos Lucía y yo en la playa, la sal del mar y las gotas de lluvia den ese instante aún resbalan sobre mi cara.
Alex nota en mi mirada mi encrucijada y para tratar de animarme un poco cambia la conversación, me cuenta acerca de ella, que nació en Barbados pero que su mamá es francesa y que se mudó a París cuando era muy pequeña, patinando entre sus calles y pasando la mayoría de sus tardes a la orilla del Sena, escuchando artistas callejeros y conociendo extraños bajo los edificios sepia, me cuenta de lo enorme que es la luna ahí y de que sueña con un día tener un departamento en el que pueda ver la torre Eiffel prenderse con sus luces cada anochecer. Me dice que quiere estudiar criminología o algo así para ser detective ya que es muy fan de Sherlock Holmes y de Arsène Lupin, pero no del agente 007, porque James Bond no es muy de su estilo. Le respondo que se notan sus influencias, sonríe, diciendo que su primer aventura será ayudarme a encontrar a Luz y que así irá construyendo su portafolio de experiencias para un día tener una vida interesante, así como la mía, dice, refiriéndose a la difícil situación en la que me encuentro.
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Cielo por tu Luz
Teen FictionTodos tenemos tres amores en la vida... Cuatro años después de desvanecerse sin dejar rastro, Lucía Hernández regresa como si nada a Santa Elena, poniendo de cabeza todo a su paso, especialmente el mundo de Alex, su ex-novio, a quien dejó con mentir...