19. Dos Alex

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A lo lejos y entre la neblina de la tarde, el puerto Swartz Bay de Victoria empieza a asomarse alumbrado por los viejos reflectores industriales

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A lo lejos y entre la neblina de la tarde, el puerto Swartz Bay de Victoria empieza a asomarse alumbrado por los viejos reflectores industriales. Detrás de las montañas, del otro lado de la isla, en esa ciudad en la que nunca he estado y entre sus calles que no me son familiares está Luz. No sé a qué esté jugando, pero la voy a encontrar.

Al igual que el puerto de Vancouver, Swartz Bay es prácticamente solo una plataforma para recibir ferry's y un estacionamiento masivo, no hay tiendas alrededor ni tan siquiera un hotel de tercera a la distancia. Es un punto liminal, un lugar transitorio entre aquí y su misterio. Me tomará una hora llegar a la ciudad por autobús, tomaría el taxi que toma media hora si tan solo hubieran unidades disponibles. El trayecto cuesta cuatro dólares, el taxi me hubiera cobrado cuarenta, sea como sea, al menos descansaré un poco en el camino.

Sentado me pongo los audífonos, la lista aleatoria que elige mi teléfono me recuerda a de mis canciones con Barbie. No he tenido tiempo de tenernos luto. Mis ojos comienzan a berrear en silencio, les sigue el resto de mi cuerpo. Con la cabeza recargada en la ventana y por primera vez sin distraerme en nada más, cruzando los montes verdes y la neblina de la tarde me escucho repetir «te extraño, Barbara». Ya más sobrio y solo sobrándome el dolor en el alma, me castigo pensando en lo felices que solíamos ser, en los planes que estaban tan prontos a verse concretados. ¿Por qué me hacen tanto sentido ahora? Le mando un mensaje de texto diciéndole acerca de la canción, pero me tiene bloqueado. La cantante en mis oídos exige la pregunta: «¿Me amas o solamente a mi recuerdo?»

Mike me pregunta que cómo van las cosas. Lo pongo al tanto de la situación, a lo que responde: «no tan mal entonces». Me manda otro mensaje, pero decido no leerlo, es un buen tiempo para desconectarme mientras pueda. Lo dijo Barbie, quizá debería desaparecer también. ¿Por qué duele tanto que tenga razón? ¿O duele más que lo haya dicho ella?

El tiempo se pasa volando y la vista interrumpe mi tristeza, Victoria es hermosa. Arquitectura supongo Victoriana, intercalada con naturaleza, flores intercaladas en los pilares del edificio que se asoma frente al puerto. Ya veo porqué Brenda le recomendó venir acá, espero que Luz haya tomado su consejo, le gustaría bastante, es muy ella. Está lleno de gente, es buen momento para empezar a buscarla. El autobús no me deja muy lejos de ahí, así que camino hasta llegar a donde se concentra una multitud de tamaño más o menos respetable. Me arreglo el cabello en el reflejo de un aparador. Me da un poco de reflujo estomacal, hablar con gente que no conozco no es lo mío.

Hay un grupo de chicas de mi edad, toman café sentadas en una banca. Una de ellas nota que las observo y quiero hablarles, ríe. En México no tendrían la misma respuesta, generalmente por seguridad. Me acerco, una de ellas me pregunta que si pueden ayudarme en algo, le respondo que sí y le menciono que vengo buscando a una chica aproximadamente «así de alta».

Le muestro una fotografía que me ha pasado Frank, pero me responde que no la ha visto, su amiga tampoco. Me dirijo al siguiente grupo y al siguiente, ninguna de las quince personas ha podido reconocerla. Veinte, treinta, treinta y cinco, nadie. Pasada casi una hora y sesenta personas me siento en una de las bancas que da al malecón, suspiro, Victoria es una ciudad pequeña y aún así me tomará un año preguntarle a toda la población si la han visto a este paso. Debe haber una mejor manera, pero por ahora no tengo tiempo para averiguarla.

Cielo por tu LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora