12. Mensajes de Texto

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Me paso la noche leyendo la poesía; es estúpida, pretensiosa y me tiene con los ojos empapados porque me recuerda a lo nuestro

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Me paso la noche leyendo la poesía; es estúpida, pretensiosa y me tiene con los ojos empapados porque me recuerda a lo nuestro. En mis audífonos suena Mirrors de Justin Timberlake y del otro lado de la página refleja nuestra historia Syrjälä, que entre líneas me sugiere no cometer el mismo error. El de quedar congelado en el mar del Norte tratando de encontrar una ruta al tiempo ya pasado.

Debería tener a Barbie en mente al leer los versos más sinceros de su pluma, tenemos planeado el camino de ida y de vuelta, pero no es así; es Lucía quien se adueña de mi desvelo. Me llega un mensaje de un número desconocido:

«¿Te está gustando el libro?» Pregunta.

«¿Cómo conseguiste mi número?»

«Frank se lo pidió a Mike, pero Mike no se lo dio, así que se lo pidió a Barbie. Le dije que no lo hiciera pero para cuando me lo dijo, ya lo tenía. No me da para nada orgullo.»

«Diablos...»

«Sí. ¿Entonces?»

«Es muy triste.»

Con la iluminación tenue liminal de la luz de luna a través de las persianas el tiempo deja de correr. Le pregunto si no prefiere que llamemos, que se me hace un poco complicado poner en texto lo que me viene a la mente leyendo "Los Extraños", pero me dice que las paredes de la casa son delgadas y no quiere despertar a Gabriel. Siempre prudente, pero nunca lo suficiente.

«¿Pero despertarme a mí no es problema?» Bromeo.

«No estabas dormido, Alejandro.»

«¿Cómo sabes eso, Lucía?»

«Es jueves.»

————

Me paseo entre los estantes de la sección de ciencia ficción, entre reimpresiones de clásicos y libros auto publicados sin buscar nada en específico. De pronto mi poca atención me lleva a chocar con otro visitante de la biblioteca, una chica que también divaga sin curso fijo y sin saber tampoco qué título la ha traído acá. Se disculpa, sin voltear a verme, le respondo que no hay problema. Qué coincidencia, nos ha pasado lo mismo en cuatro ocasiones ya; la misma persona, en el mismo lugar. Si no fuera más escéptico pensaría que es destino.

—Nos seguimos encontrando, Lucía.

—Parece ser que sí, Alejandro.

Se pone a revisar el estante que queda a mis espaldas y lee la contra cubierta del primer libro que se encuentra.

—No sabía que te gustaba Philip K. Dick.

—Estoy tratando de ampliar mi repertorio —dice.

Me pregunta que si vengo de paso, la respuesta es siempre sí, solamente a ver o tal vez solo para comprar una pequeña adición a mi librero, un pequeño regalo para ya-sabes-quién. Ella también, viene simplemente porque le gusta la atmósfera del lugar y el café irlandés que prepara René. Nada más, nada menos. Tomamos nuestra distancia como debe ser cuidando de no decir ni sentir nada imprudente, de no cometer un error del que debamos arrepentirnos luego.

Y terminamos tomando café juntos, platicando de la vida y de como no logro terminar el libro de Syrjälä. Lucía me dice que soy un zángano, pero la verdad es que es algo que merece la pena tomármelo a mi propio paso. A veces mencionamos a Frank y a Barbie, pero solo por buena costumbre. Coincide que ha estado lloviendo bastante a la misma hora y eso justifica nuestras pequeñas charlas secretas. Si no tuviera que ser, quizá el clima debería no ser tan malo.

Rozamos manos y nos echamos para atrás cuando eso sucede. No debemos dejar que la coincidencia de encontrarnos en este pequeño lugar a la mitad del tiempo se convierta en algo más. No somos nada más que extraños platicando, utilizamos la palabra amigos a veces ella, a veces yo. Lucía me recuerda que solíamos leer novelas juveniles, platicamos en el quinto encuentro acerca de las vueltas de la vida. Que los extraños se convierten en ocasiones en amigos y que los amigos pasan de ser amigos a amantes, y luego a extraños de nuevo. Todo es un ciclo, una espiral, un Uzumaki.

Todo termina como comienza, nos despedimos en cuanto la verdad comienza a destaparse entre líneas y nos recordamos que esto no tiene por qué significar nada. Me desea buena suerte y yo a ella, y en la noche cuando no puedo dormir, su mensaje llega siempre en el momento en que sus ideas me revuelven la cabeza. Sugiero mejor hacer llamada, invariablemente dice que no.

Borramos los mensajes al llegar la mañana del día siguiente para evitar la cruda moral y disminuir el riesgo. ¿Pero el riesgo de qué? Si no tiene nada de malo lo que estamos haciendo. ¿Pero entonces por qué nos mantenemos en secreto? Escondemos las sonrisas cuando nos pasamos de lado en los corredores de la escuela y se me retuerce el estómago cuando la encuentro con Frank.

«Hay que aprender a mantener nuestra distancia,» qué lástima que seamos de lento aprendizaje.

Su sonrisa también le luce más forzada cuando en la entrada de la escuela me encuentra con Barbie.

Y hablando de eso, las cosas con Barbie se sienten complicadas. Bebemos vino tinto en el balcón de su casa, discutiendo acerca de nosotros y del futuro conforme se oculta el sol y sale la luna en el horizonte. Muy recatada ella, no toma más de una copa, pero me sirve a mí tres. No sé si por costumbre o porque ha escuchado eso de que los borrachos nunca mienten. Qué bueno que tengo buen aguante.

Tomados de la mano me platica que encontró un piso a buen precio cerca de una de las universidades a las que aplicó y que cerca también hay un colegio en el que podría prepararme en una de varias cosas que podrían interesarme. El piso mide cuarenta metros cuadrados y tiene dos habitaciones contando la sala y la recámara principal, está un poco descuidado, pero podría verse bastante mono con una buena pintada.

—Y con los muebles que tenemos...

Cuando termina su oración voltea en mi dirección y pone los ojos en blanco, algo le molesta, pero no quiere decírmelo. Le da otro trago a su vino y se sirve otra copa. Insisto en saber qué sucede con un vacío en el estómago, aterrado de que sepa cualquier cosa, pero al mismo tiempo esperando que lo haga para no tener que guardarle secretos. No es como que esté haciendo nada malo de todos modos, ¿cierto?

Me dice que siente que nuestras conversaciones empiezan a sonar a disco rayado, como esas canciones que uno escucha un millón de veces y luego evita como uno evita la plaga. Que mis reacciones siempre cautelosas, más bien se sienten vacías, que si antes éramos una bolsa de Skittles, ahora hablar de nuestro futuro ahora sabe a Sour Patches, que una vez que el sabor dulce inicial pasa, siempre termina amargo. Pero aún así hacemos el esfuerzo, por no dejar que lo que hemos construido se pierda sin remedio, por miedo a dejar ir.

Me pregunta que qué ha sucedido, que sí deberíamos replantearnos el futuro y que quizá deberíamos checar otros destinos a dónde ir, que quizá deberíamos ir a Nueva York a probar mi suerte como escritor, da mil planes pero no considera nunca la opción de que no tengamos que seguirlos juntos. Yo tampoco dudo nunca que así tengan que ser las cosas, pero me repito cada noche que si ahora no hace sentido, seguramente después lo hará.

Ya de vuelta en la casa me recuesto en la cama y me pinta una sonrisa imaginarnos en nuestros momentos dorados, ¿podríamos volver algún día a ser tan felices y a entendernos tantos? No veo por qué no. Me llega un mensaje de Lucía, quiere platicar de una trilogía que estamos viendo juntos, cada quién por su cuenta: Before, de Richard Linklater, de dos amores que se reencuentran en distintos puntos de su vida y de su relación, y en París después de perderse en Vienna años atrás, cuando el tiempo es correcto y están listos para consumar lo suyo. En el medio de la oscuridad nocturna, el teléfono me alumbra como un reflector, me hace entrecerrar los ojos contemplando en si contestar o no. No debería, pero decido hacerlo.

«Creo que tenías razón, Lucía. Es mejor mantener nuestra distancia. Lo siento ».

Quince minutos más tarde responde:

«Okay».

Cielo por tu LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora