Ayer del veterinario nos fuimos a casa de Mike para distraerme y para que descansara también, mencionó haberme notado extraño y me preguntó el porqué, no supe qué decirle. «Es el estrés de las tareas, ya sabes.»
«Tú nunca entregas tareas.»
Es verdad. No dormí mucho pensando en qué debería preguntarle, en todas las respuestas y las posibilidades. Me recibe la mañana con la Epifanía de que no debería estar pensando en ella, y de que se me ha olvidado desearle las buenas noches a Barbara. Debería mandarle un mensaje, no, ya es muy tarde, la voy a despertar.
Después de Lucía ninguna mañana volvió a ser normal.
Hoy me despierto desvelado. No suelo tomarme más de ocho minutos en la ducha, pero esta mañana se me van veinte minutos en el agua, pienso en ella y pienso en Bárbara y en el tiempo que nos queda antes de tener que tomar decisiones más difíciles. Hay tantas preguntas y tan pocas respuestas, quizá Lucía se marchó hoy al amanecer de nuevo, quizá todo ha vuelto a la normalidad, todo ha sido un mal sueño y nada importa. Extraño mi aburrido estatus quo.
Mientras conduzco hacia la escuela el escalofrío se ha convertido más bien en un parásito adentro que me revuelve el estómago. Tenemos una conversación sin terminar. ¿De verdad quiero escuchar lo que tiene que decirme?
No, no quiero, necesito oírlo aunque me duela.
Al llegar Barbie me saluda, nos besamos esta vez sí en la boca, el roce de su piel, de sus dedos con los míos me calienta el pecho, una sensación de calma y de paz me recorre el cuerpo. Retracto mis palabras de antier, de que la amo no hay duda alguna, si tan solo no hubieran tantas dudas en mi cabeza, si tan solo estas preguntas no nos arrancaran al uno del otro. Se despide, sonríe, quizá ha notado que me hizo sonreír también. Siento una mirada.
Hay un auto que no reconozco del otro lado del estacionamiento y en el asiento del conductor hay una cara familiar que me vigila, enciende el motor pero se queda parado esperando a que me acerque. No es Lucía, pero mis respuestas están adentro.
Le pongo llave a mi auto y me acerco. Él abre los seguros sin pronunciar palabra alguna, tengo una clase importante, pero tendrá que esperar. Abro la puerta, entro, a lo lejos Barbie me mira confundida, pensé que había entrado ya. Hago como que no la noto. Volvemos a cero, supongo.
El conductor acelera para salir del terreno escolar y se dirige hacia las afueras de la cuidad, a un pequeño café que vende también cerveza. Le pregunto que qué está haciendo aquí, pero no contesta, da una vuelta, luego otra, se detiene en una luz roja y cuando por fin decide hablar:
—Hola, Alex.
—Hola Gabriel.
Al hermano de Luz se lo ha comido el tiempo, aún ni siquiera llega a los veinticinco y ya se le asoman las canas en las patillas y se empiezan a asentar también en su copete. Sus ojos están hundidos en ojeras y su piel un poco quemada por el sol, tiene arrugas en la frente. Las uñas de sus dedos índice y pulgar están manchadas de amarillo, la piel de negro. Se pone el cigarrillo entre los dientes y lo prende, me ofrece uno, se lo acepto. Me regala fuego.
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Cielo por tu Luz
JugendliteraturTodos tenemos tres amores en la vida... Cuatro años después de desvanecerse sin dejar rastro, Lucía Hernández regresa como si nada a Santa Elena, poniendo de cabeza todo a su paso, especialmente el mundo de Alex, su ex-novio, a quien dejó con mentir...