14. La Playa

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Sin perder tiempo nos subimos al Cadillac y nos ponemos el cinturón de seguridad, el motor enciende a la primera

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Sin perder tiempo nos subimos al Cadillac y nos ponemos el cinturón de seguridad, el motor enciende a la primera. Echo el auto de reversa y giro el volante para salir, acelero hasta que la casa de Frank empieza a hacerse pequeña en el retrovisor. Debería al menos mandarle un mensaje a Barbie pero no lo hago. Luz no dice ni una palabra.

—No te preocupes —digo—, tu casa no está tan lejos y...

—No —interrumpe y agita la cabeza.

—¿No?

—No, no quiero ir a casa, Alex —contesta distante.

—¿Entonces?

—Llévame lejos. —Contesta.— A dónde sea, pero lejos.

—Okay.

Sé lo que podría ayudarle. Enciendo el indicador de dirección y giro el volante para tomar la siguiente salida a la carretera. Hay una playa a veinte minutos a la que nadie nunca va fuera de la temporada vacacional, suelo ir ahí cuando necesito calmar mis nervios, espero que le sirva también.

Le pregunto si puedo poner música para que se sienta mejor, ella dice que sí y aunque mis bocinas están un poco jodidas, el sonido de The Japanese House la hace sentirse un poco más tranquila. Poco a poco su postura es menos tensa y vuelve en sí.

—¿Cómo está tu nariz? —Pregunta.

Con la mano izquierda paso mis dedos tratando de sentir si hay alguna fractura.

—Pues no está rota, afortunadamente —Río.

Ríe también, exhalando por la ventana. Y luego comienza a llorar. Se cubre la cara, cierra los puños. No tiene sentido preguntarle porqué ni decirle que no lo haga.

—Está bien, Luz. Ya estamos lejos de ahí.

—Respira, Lucía —se dice a sí misma. —El tablero del auto es gris, el sillón también, uno es rígido, el otro suave. Estás aquí, estarás bien.

Leí acerca de esto después de que Gabriel me contara de su diagnóstico, le dicen "grounding", lo usan algunas personas para evitar colapsos ansiosos: se trata de decir en voz alta lo que uno observa y lo que uno siente, así la mente se distrae y se planta en la realidad en vez de en las ideas que tratan de sobreponerse. Espero a que termine, da un respiro hondo. Antes de que pueda preguntarle si está bien:

—Alex, de verdad que tuve mis motivos —dice.

—Está bien, Luz —la interrumpo, no tiene por qué pensar en esas cosas en este momento—, me cuentas luego ¿vale?

Asiente sin más. Al llegar a la playa me detengo en un estacionamiento con vista panorámica y nos quedamos un minuto sin decir nada, mirando al horizonte. La luna alumbra el cielo y su reflejo el agua debajo. A lo largo de la costa tonos azules y grises colorean el paisaje, no hay ni un alma a lo lejos.

Cielo por tu LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora