15. Cortina de Humo

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Despierto con una resaca del tamaño del mundo aún después de dos días

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Despierto con una resaca del tamaño del mundo aún después de dos días. Me duele el estómago,. el hígado, la cabeza y sobretodo la nariz y todo alrededor de ella. Más aún el arrepentimiento de lo que he hecho, de que nos hemos dejado llevar y ahora no hay vuelta atrás. Esta mañana Barbie no me manda un mensaje de texto y el tráfico de afuera de mi casa está ausente, el tiempo está callado, quizá demasiado.

Tengo que decirle las cosas, pero no quiero perderla. Haber besado a Luz me ha ayudado a darme cuenta de que lo nuestro no es más que un recuerdo que no hemos aprendido a dejar ir, que nuestros sentimientos han pasado su fecha de vencimiento. Me lo repito cuantas veces hacen falta para creérmelo yo también. Estaba ebrio, no fue mi culpa. No, tampoco fue culpa de ella, los dos estábamos tomados. «Sí, debí haberte mandado mensaje; sí, sé que han pasado dos días. Lo siento».

Me lavo la cara porque no me da tiempo de bañarme y se me ha hecho tarde, en el espejo con la cara empapada noto que mi ojo izquierdo tiene un derrame del tremendo golpe que me dio Frank, me sorprende que no me haya fracturado. Mi piel y las venas por debajo, junto al impacto, tienen un tono púrpura oscuro. Me pongo perfume para esconder el olor. Salgo corriendo y aunque mis papás me llaman para interrogarme no me detengo. «Voy tarde, voy tarde».

El auto prende sin ningún tropiezo y en cuanto le doy reversa, mi corazón empieza a palpitar nervioso, me cosquillean las manos. Paso saliva. Trato de practicar lo que le diré, quizá puedo pretender que nada pasó. Ojos que no ven...

Barbara me está esperando en el estacionamiento sentada contra el capó de su auto con un par de gafas oscuras. Sonríe a medias en cuanto me ve llegar. No se acerca a mí, espera que más bien lo haga yo esta vez, tiene sentido. Doy un ultimo respiro antes de salir y saludarla. Ella agita la cabeza mientras me acerco.

—¿Estás bien? —Pregunta.

—¿Esto? —Me apunto a la cara.

Asiente.

—Es solo un rasguño, estaré bien.

—Ten cuidado, se ve delicado.

—De verdad, estoy bien.

Asiente de nuevo, esta vez deja de retrasar lo inevitable.

—¿Podemos hablar? —Pregunta.

—Tengo clase —respondo cobarde.

—Eso nunca ha sido un problema para ti...

Buen punto.

—Barbie...

—¿Para qué hacer las cosas más difíciles? Esto ya se venía anunciando.

Se encoge de hombros. Asiento, caminamos hacia la cancha vacía de basketball, nos sentamos en las gradas, mirando hacia la nada, sin el valor de vernos el uno al otro. Ella suspira.

—¿Y bien? —Pregunta.

—¿Qué?

Agita la cabeza.

Cielo por tu LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora