Capítulo XII: Cuestiones

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—No —replicó Fiorella con seriedad y firmeza hacia la llamada en curso, aunque con dolor en el pecho—. No voy a aceptar quejas suyas ni más negativas.

Hacía diez minutos que acababa de regresar de Rusia Asiática y ahora estaba en su cama con una llamada de sus amigos, los cuales habían estado enviando mensajes y llamando desde el día anterior. No podía seguir de aquel modo, silenciar el celular no era una cura eficaz ni duradera; por lo que optó por aceptar una última video llamada.

—Fio. —Camila se notaba bastante inquieta y su semblante demostraba cierto miedo—, es que todo fue de la nada. ¿Qué pasó allá?

—No pasó nada aquí y ya no les incumbe mi vida. No quiero seguir más con nuestra amistad, estoy muy ocupada ahora y no tengo tiempo para perderlo con ustedes. Puedo vivir sin amigos. Punto.

—Fotito, no lo diga así. —Tristana se veía al borde del llanto.

—Ustedes me conocen, así que no les voy a mentir con palabras dulces. Esto es lo que siento: Ya no los quiero en mi vida.

Los muchachos se miraron entre ellos con desasosiego y melancolía. En sus miradas había duda y temor, pero al final Camila negó con suavidad y los demás asintieron en silencio. Tristana limpió una lágrima que se le escapó, un llanto que seguro saldría apenas finalizara la conversación. Volvieron a ver a la pantalla, donde Fiorella se mantuvo expectante.

—Queremos despedirnos formalmente, sólo eso ­—dijo Lathan.

Fiorella apretó los dientes y respiró hondo para evitar el llanto.

—Que sea rápido. —Por más que quiso evitarlo, su voz se quebró en la última palabra.

Le dijeron que fue agradable conocerla y que deseaban lo mejor para ella. Lathan y Tristana le sonrieron al asegurar que, aunque hubieran querido tenerla en su graduación, ya sabrían que no tenían que lamentar no verla dentro del público con una banderilla para brindarles apoyo. Fiorella se limpió el rostro al percibir que le escapó una lágrima, en su agenda aún estaba marcado el, ya cerca, 5 de junio.

Camila agradeció cada vez que escuchó sus exposiciones, le arregló sus ensayos y le hizo porras en sus partidos de voleibol. Le dijo que intentaría encontrar un reemplazo digno para las animadoras. Tristana casi no mencionó palabra, pero le aseguró que si algún día necesitaba ayuda con su ropa, ella estaría ahí para trabajar con gusto. Casandra intentó hablar, pero masculló una incoherencia y se despidió antes de irse del lugar. Diego fue el último y el más reservado, se notaba algo enfadado y triste. Afirmó que fue agradable cuando estuvieron en el grupo de baile y le dio las gracias por haberlo animado a ingresar a gimnasia; él habría deseado verla en sus competiciones.

«Los amo, chicos, en verdad los amo».

—Si no tienen nada más que decir —dijo con la voz baja—, entonces adiós.

Dejó el celular a un lado y se tapó el rostro con una almohada para llorar y gemir de dolor. No había alivio en apartarlos antes de que Chasseur los pudiera lastimar, sino un arrepentimiento lacerante. Quería abrazarlos y hacer cosas divertidas con ellos, compartir sus logros y penas unos con otros. Pero el rostro afligido de sus padres y saber cuánto daño le había hecho a los de Gabriel Benet-Leyva, los cuales abandonaron el ambiente Familiar un mes después del fallecimiento del chiquillo, la hizo aferrarse a la idea de que hacía lo correcto en apartarse.

Entre los sentimientos a flor de piel, Fiorella sintió una oleada de frustración y gritó al mismo tiempo que tiraba la almohada lejos de ella. Escuchó que algo se cayó cerca de la cabecera y no pudo importarle menos. Se sentó y se pasó las manos por el rostro húmedo y enrojecido. El cabello estaba desordenado y la sudadera del Cthulhu la tenía desacomodada.

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