Capítulo VI: Adaptación

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Eran las cuatro de la madrugada y los ojos se abrieron se abrieron despertar. El sol todavía no se asomaría hasta las cinco y media, así que la oscuridad de interior abrazó a Elián. Se permitió respirar tranquilo. Aún le parecía un curioso sueño despertar sabiendo que nadie enviaría su mente a una prisión y que nadie lo obligaría a usar su fuerza, su artificial fuerza.

No pasó mucho rato en la cama, su reloj biológico era muy estricto. A las ocho de la noche se dormía y a las cuatro de la madrugada se despertaba. Con sobre esfuerzo podía atrasar su descanso hasta las nueve antes de caer dormido sin poder evitarlo, pero actualmente no tenía esa necesidad. Ya sin sueño, él no veía necesario estar en pijama envuelto en cobijas. Así que tomó de la mesa de noche un tubo de CanCam y se metió a la boca uno de los dulces. Saboreó el tan acostumbrado sabor a atol que percibía del mismo. No hizo ruido ni tuvo que encender la luz del celular para llegar hasta el baño.

El cuartillo había sido pintado y retocado junto con el resto de la habitación. Y dado a que tanto él como Lucas mantenían buen aseo, aún le parecía recién estrenado. El mueble de lavabo era cómodo y guardaba un respetuoso espacio con el retrete y la bañera.

Elián se miró al espejo y suspiró. Las marcas de quemaduras en su cuello nunca dejaban de molestarlo. La piel era más clara en esos lugares; irregular de modo que en algunas partes se sentía liso y en otras rugoso o un poquito abultado. Las odiaba, aún percibía escozor en la piel por el recuerdo. Lucas le decía que podía verlas desde otra perspectiva: eran heridas curadas y significaba que ya nadie lo estaba lastimando. Quería hacerle caso, pero su nítida y precisa memoria no se lo permitía.

De todas formas, poseía otros recuerdos que lo molestaban más y que no se iban a ir. No todas las marcas en su cuerpo, sólo algunas que en verdad lo habían afectado, como la pequeña línea desde su labio inferior hasta su barbilla. A los diecinueve había entrado en una crisis terrible donde muchas veces pensó en acabar con su vida..., o con su agradable apariencia. Había llegado a verse con asco. No podía dejar de ser esbelto por su metabolismo y dieta; pero sí podía arruinarse el rostro que tanto le elogiaban con lascivia.

Lo recordaba con nitidez. Después de otro trabajo donde pasó más tiempo siendo un pedazo de carne para el consumo sexual que el arma que debía ser, decidió usar un cuchillo para desfigurar su rostro. Frente al pequeño espejo del motel donde pasaría la noche, antes de volver a la casa Iburte, se miró con odio. Sostuvo un cuchillo en su mano izquierda. De tanto llorar los ojos estuvieron rojos, las mejillas empapadas y los labios resecos. Había respirado hondo y puso la punta del arma sobre su frente, apenas rozándola. Sintió el frío del metal. Exhaló lento. Pasaron los segundos. No se atrevió.

Apartó el cuchillo con exasperación. Su piel quedó intacta. Se había dicho a sí mismo que era cobarde. Se sintió así por no alejar a esas personas, por no rechazar las órdenes, por no huir. Pero entonces le dio más rabia, no quiso acobardarse también con su propio plan. Volvió a dirigir el arma hacia su rostro y lo posó sobre sus labios; los que habían sido forzados a tocar los cuerpos de personas que ni siquiera conocía. Apretó los dientes, frustrado; las sensaciones de tocar bocas y genitales contra su voluntad tampoco las olvidaba, mucho menos los olores fuertes y los sabores agrios y amargos.

Justo cuando Elián se iba a rebanar la piel, Lucas tocó la puerta del baño pronunciando su nombre. El sobresalto que le causó la sorpresa fue suficiente como para desviar su mano y cortarse de todas formas. Sintió la punzada aguda. Ardió mucho; el químico de impulso lo había hecho mucho más sensible de tacto. Con la mano sobre la herida le dijo a Lucas que saldría pronto, que esperara. Pero su voz quebrada le indicó al otro que no debía esperar.

—Pero ¿qué está haciendo? —había preguntado Lucas en una respiración contenida apenas abrió la puerta; Elián olvidó poner el seguro. Él lo miró atónito y supo que era por la sangre en rostro y mano, por el arma que sostenía.

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