Capítulo XX: Pesares

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Adrienna estaba cerca de cumplir diecisiete años cuando invocó a un morquer servus. Para ese entonces Ánker ya se había separado de la familia y no tenía idea de que lo hubiera conocido antes. Le pareció extraño que él le diera tantos consejos para actuar y entrenarse para ejecutar su propia justicia, mucho más que se comportara atento y al mismo tiempo soltara de vez en cuando frases irritantes. Con el tiempo que duró su contrato comenzó a encariñarse de él, el único amigo que se permitió tener en mucho tiempo.

Al cumplir sus veinte años y a pesar de haber completado su propósito inicial, la melancolía y la nostalgia continuaron intensas en su ánimo. Aún no se animaba a visitar a sus padres más de una vez cada cuatro o seis semanas; sus diálogos con peones sombra, víboras y ratones no fueron más llamativos que con otros morquer servus. Sólo rumores, información y favores. Ese día Ánker agarró la única fotografía que mantenía de su familia, una que Jonathan tomó mientras ella jugaba en el antiguo jardín con Fiorella mientras sus padres tomaban café junto con Sarabi y DeMarco. Holger estaba sentado en una esquina leyendo. Gustavo Urán aparecía del otro lado de Jonathan; no obstante, Adrienna rompió esa parte. Por un instante esa fotografía fue una ventana con la que Adrienna pudo visualizar un poco de la vida de sus hermanos por primera vez en años.

Fiorella, cerca de cumplir trece de edad, fue acompañada por sus amigos en su habitación. Ellos la animaron con un espectáculo usando marionetas. Adrienna sonrió observando a su hermana, los ojos marrones seguían enrojecidos, pero se la notaba sonriente. Ánker luego cerró el pequeño portal y lo reabrió segundos después. Adrienna borró su sonrisa. Holger estuvo tendido en el suelo alfombrado de la pequeña biblioteca del hogar con la mirada taciturna sobre el techo. Jeytter, notablemente incómodo, le habló sobre cualquier cosa para tratar de distraerlo; obtuvo respuestas monosilábicas.

—¿Por qué se ve tan triste? —preguntó a Ánker en ese entonces, sin apartar la vista de su hermano—. Se supone que mi recuerdo no sería tan fuerte.

—Todavía pueden recordar algo de vos, Adrienna. Te extrañan y saben que te amaron. No es raro que te lloren en tu cumpleaños. En unos años estarás menos presente en sus mentes y les será fácil distraerse. No están solos..., y podrás comprobarlo vos misma si querés.

Adrienna asintió y luego la vieja fotografía volvió a la normalidad. Ella alzó la cabeza y miró a Ánker con los ojos empañados en lágrimas.

—Muchas gracias.

Haber fingido su propia muerte y gozar de recursos suficientes para vivir y cumplir con su propósito de eliminar la calaña que amenazaba su familia fueron cosas que no abastecieron del todo el interior de Adrienna. La soledad se volvía muy pesada de vez en cuando, sobre todo las veces que Ánker se comportó distante y frío, como la mañana siguiente a su vigésimo cumpleaños.

Él se excusó en que le gustaba pasar el rato cerca de ella para matar el tiempo prolongado que tenía; pero entonces era amable y tosco al mismo tiempo. La misma actitud tuvo cuando ella mató por primera vez y se sintió tanto asqueada como asustada. Ánker la acompañó y gracias a su ayuda pudo sobreponerse del peso de quitar una vida. Hubiera deseado desde un principio que Ánker matara por ella, pero el precio habría sido mayor que el de recibir apoyo. Las enfermedades constantes durante los primeros años subsecuentes a la invocación y el acoso de criaturas del bajo astral le fueron mejores que perder años de vida.

Gracias a ese deseo de mantenerse en la Tierra el tiempo necesario fue que se atrevió a negociar con el ente con el que Ánker hizo el trato que lo convirtió en un morquer servus. Tenía ya veintiún de edad cuando se percató de su enamoramiento hacia Ánker. Para ese entonces el hombre ya no intentaba alejarla con palabras bruscas, mas era excesivamente serio. Aun así, el soporte que recibía por su parte iba más allá del contrato que mantenían. Ánker le admitió una vez que por su maldición acababa buscando aplacar la sensación de soledad, algo sencillo para otros morquer servus. En estudios mitológicos de antiguas civilizaciones se hablaba de servidores que se hubieron aislado durante siglos con clientes como único contacto humano.

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