Lucas únicamente escuchaba los sonidos que él mismo provocaba al usar los instrumentos de cocina y apenas algún murmullo proveniente de la naturaleza exterior. Algunas aves empezaban a trinar y aún se escuchaban grillos y chicharras. Era el primer día de marzo y el verano, aunque bastante ligero, sí se notaba en Turrialba. En el sartén se freía huevo y tomate y cuidaba de que no se quemara nada moviendo de cuándo en cuándo la mezcla que ya soltaba un aroma un poco salado y suave por la fruta. En un recipiente más pequeño calentaba frijoles con una ramita de romero. De pronto supo que alguien más se acercaba, en silencio y sin hacer ruido al caminar.
Miró de soslayo a Elián entrar a la cocina, sobre la ropa de diario traía puesto un suéter liso y encima una chaqueta cerrada hasta el pecho. Era consciente de que hacía frío y él mismo había sentido un escalofrío al salir de la habitación, pero no para usar doble protección. No le fue difícil determinar que el otro no estaba tan bien y lo corroboró con la expresión seria que ocultaba cierta fatiga. Aun así, Lucas lo saludó como si todo estuviese en orden.
Elián no respondió y fue directo a Lucas. Lo abrazó por detrás, complaciéndose del calor ajeno. El perfume a sándalo y anís lo hizo sentir la seguridad de un hogar. Lucas posó su mano libre en una de las de Elián y la acarició.
—Quiero algo suave.
Lucas paró de revolver el contenido del sartén un momento y suspiró.
—¿Le duele mucho? —preguntó en un tono bajo.
Elián guardó un breve silencio, respirando lento y disfrutando del tacto que le proporcionaba Lucas. Gustaba del suave cosquilleo que captaba su piel, inclusive en las irregularidades. Una punción de ardor en su estómago que se expandió por todo su abdomen y lo hizo curvar la espalda un momento le hizo recordar que debía hablar.
—Anoche sólo era incómodo, ahora no podría comer nada masticable... No puedo quitarme las náuseas ni con CanCam.
Lucas asintió pensativo. Respiró hondo y trató de concentrarse en la sensación de calidez y la respiración de su hermano. Se dijo que no debía alterarse.
—¿Qué tal una crema de almendras y miel de carao? —preguntó finalmente.
—Me gusta la idea.
Elián se soltó y fue a sentarse con las rodillas contra el pecho. Observó detenidamente los cactus mientras escuchaba a Lucas abrir la nevera para sacar un poco de leche de coco. Una de las puertas de la alacena rechinó cuando su hermano sacó un tarro de cristal repleto de almendras y de otro compartimento, el cual no molestó con ningún chirrido, obtuvo una botella de corcho con miel de carao.
Respiró lento y hondo otra vez, las punzadas de dolor eran prolongadas y ardían. Las náuseas volvieron y exhaló volteando la vista al techo. Estuvo en aquella posición algunos minutos, intentando respirar con tranquilidad. Cuando pudo bajar la cabeza miró que Lucas le había servido un poco de batido de banano. Agradeció en un murmullo.
Lucas continuó con sus labores y su atención se repartió entre el desayuno de la familia y en monitorear a Elián. Era en aquellos «días malos» cuando más odiaba las ramificaciones. Se preguntaba si también fue adrede o si la mujer que les implantó el mecanismo de ramificaciones de verdad esperaba que la herida en el estómago de su hermano sanara durante los días en que el proceso se completara.
Sus cavilaciones fueron interrumpidas por Toni; no en vano, pues sus dudas carecían de respuestas. La mujer saludó y fue directo a la nevera para sacar una botella llena de agua y trozos de jengibre. Traía la parte inferior del uniforme y por arriba usaba un suéter ligero. De sus azules ojos no se escapó el aspecto decaído de Elián. Le preguntó si se encontraba bien.
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La Novena Familia
RandomLos Vascante son una de las familias dominantes del mundo en el siglo XXII, la novena de treinta. Sin embargo, ni la influencia ni el poder han evitado que el autodenominado Chasseur les haya impuesto un juego de cacería que se ha mantenido por cuat...