Capítulo XI: Imprevisible

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La madrugada del 26 de abril Jeytter no dejó pasar su ejercicio regular, tan sólo acortó la rutina a una hora. Los últimos veinte minutos los dedicó a los retos que Toni le propuso en combate cuerpo a cuerpo. Le era difícil decirle que no a un entrenamiento que le resultaba divertido y enriquecedor, los dos jugaban sucio de vez en cuando y habían aprendido las técnicas del otro, trucos adquiridos en las calles.

Jeytter esquivó una patada a la cabeza, pero no una que lo lanzó hacia la pared. Aprovechó el impulso, apoyó una pierna en la pared y empujó para volverse en dirección a Toni y taclearla. Esta se quedó en el suelo, con los brazos extendidos y respirando de manera agitada. Jeytter fue a tomar su botella de agua.

—Eso es nuevo —dijo volteando a ver a su compañero—. Siempre se decanta por escurrirse como una ratilla.

—Lucas me enseñó algunas cosas —respondió alzándose de hombros—. Parece que no estaba aprovechando del todo los contraataques.

—Me gusta eso; no para que me saque el hígado, pero creo que le será útil.

—Lo sé —dijo con una sonrisa.

Toni se echó a reír y se fijó en la hora, faltaban diez para las seis. Se irguió y fue a buscar su toalla, sentía hileras de sudor cayéndole por las sienes.

—Ya casi es hora de comer. Vamos, muero de hambre.

Jeytter siguió a la morena fuera de la sala de ejercicio y cuando salió, Toni cerró la puerta de golpe antes de correr lejos de él. Sintió un bombardeo de proyectiles frágiles que estallaron alrededor de su cuerpo, y no pudo huir. El contenido viscoso y oloroso se combinó con la harina que le cubrió desde la cabeza a los pies. Debió haberlo esperado, incluso Sarabi estaba del otro lado de la pared riéndose junto con las médicas que laboraban en la noche y con Jonathan, quien nuevamente gravaba todo el jolgorio.

Un último huevo se estrelló en medio de su frente, dolió un poco, pero se concentró más en quitarse los restos de los párpados.

—Qué buen tiro, Fio —se escuchó de Toni.

—¿Eh?, ah, sí. ¿Vio qué puntería la mía?

—Mentira —se metió Elián—. Ni siquiera estaba apuntando.

—¿La distraje con mi hermoso cuerpo, Fio? Cada músculo está como roca.

­—¡No es cierto, Jeytter! —gritó con la cara roja—. ¡No me interesan sus músculos!

—Hay gente que dice que tengo buen trasero, ¿es verdad?

—¡¿Y a mí qué me importa?! ¿Y qué vería para empezar?

—Oh, mucho en realidad —replicó con una sonrisa pícara al girarse y levantar la cadera—. Apostaría que tengo mejor trasero que Elián.

El mencionado rodó los ojos, empezando a sentir algo de pena ajena. Jeytter se acercó a Fiorella dejando un rastro de harina y le preguntó si quería comparar.

—¡Deje de hacer estupideces! ¿Por qué dijo eso, Elián? Yo no pienso en esas cosas, no es justo.

­—Es lindo verla como un tomate. Jeytter, creo que ya es suficiente para la señorita.

—¿Ah, de verdad? Pero es tan tierna que quiero abrazarla. Fio, no se enoje con nosotros. Vamos, quiero compensarla con un poco de cariño.

—¿Qué? ¡No!

Sin poder huir, Fiorella fue aprisionada entre los pegajosos brazos de Jeytter. Él restregó su cara en el pelo de Fiorella, quien se quejó verbalmente, aunque no hizo tanto para soltarse. Parecía que se había rendido al abrazo y a los meneos de Jeytter, por más a huevo y sudor que oliera. Ya podría ir a bañarse una vez que él mismo se sintiera incómodo de estar cubierto por una incompleta mezcla de repostería.

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