Capítulo XXI: Bálsamo

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El ambiente falto de ánimo del hogar apenas se vio afectado por las fiestas patrias del 25 de noviembre, día de la independencia centroamericana. Las instituciones educativas gozaban ya de vacaciones para la fecha, pero los muchachos que participaran en los desfiles practicaban desde días antes y dos jornadas antes de la fecha se reunían con gusto para los últimos ensayos. Incluso los asalariados celebraban con emoción la fiesta, y todo el mes las decoraciones lucían los tres colores de la bandera: el límpido cielo, la paz pura y el sonrojo que cubre las mejillas del labrador.

Varias calles se cerraban por los desfiles de estudiantes. En eso Nova Costa Rica fue pionera; nadie marchaba con armas desde hacía casi doscientos años, mucho antes de que la posguerra obligara a toda nación deponer sus ejércitos. La resolución inicial no fue por la paz precisamente, pero la población tomó el movimiento político como ventaja y formó una filosofía de diálogo.

En los desfiles no podían faltar alumnos abanderados que se graduaban de primaria y de secundaria. Las bastoneras se movían siempre coordinadas y gráciles. Los grupos de baile folclórico daban muestras de coreografías tradicionales de cada provincia; no era raro que a veces se mezclaran y jugaran las muchachas de largas faldas guanacastecas con los jóvenes de colorido trajes limonenses. Los padres fabricaban con los más pequeños trajes basados en la fauna y flora más representativa, y así asistían ellos encabezando las marchas. Las bandas ambientaban con himnos y alguna pieza de cultura popular nacional.

En los parques se gozaba de decenas de puestos de comida típica y exposición de arte y cultura de cada región del país, así como también se representaba también pequeñas porciones de lo que podía ofrecer cada nación centroamericana. Hasta las islas y pueblos más pequeños celebraban en grande.

No obstante, y a pesar de todo, para los Jefes Vascante no hubo casi nada de entusiasmo por la celebración. Sarabi intentó hacer que los dos salieran a los desfiles en Maru Maru, pero a ninguno se le antojó ir. Ninguno quiso aceptar la invitación de Elián para que lo acompañaran a él, a Lucas y a Jonathan; inclusive Carolina se unió junto con su hermana Sara. Mientras que Holger se hundió releyendo un libro que antaño gozó junto con Káralie, Fiorella usó todo su tiempo escuchando música.

El 3 de diciembre Fiorella ni siquiera se percató de que estaba cumpliendo diecinueve años. Recién acababa de bañarse y mientras se peinaba el abundante y largo cabello chocolate vio en el reflejo del espejo que la pared de atrás tenía pegadas algunas calcomanías de flores con números escritos en los pequeños pétalos. Eran indicación de año y altura. Retrocedió con lentitud y usó su mano para señalar la pared, al girarse notó que desde hacía dos años creció tres centímetros.

«Sarabi adivinó, de verdad podía estirarme un poquito... Qué curioso, con razón Jonny se veía un poquito más bajo que yo», pensó y luego recordó la fecha. «Así que un año más...».

—Gracias por la vuelta al sol, Señor —murmuró apenas.

Recordó también la tradición de los huevos y la harina. Así que en vez de la blusa floreada y la falda negra que pensó usar, se puso la misma ropa para hacer ejercicio que venía utilizando desde hacía algunos meses para no desatender su cuerpo. Aunque, nadie la esperó en el pasillo ni en la cocina con ningún proyectil, más bien se encontró con una rica comida.

Lucas le cocinó unas papas rellenas de queso especiado y pasadas por pan rallado antes de freír. Hummus de berenjena para acompañar tortillas palmeadas, así como un arreglado de lentejas y tomate. Aparte del irremplazable café chorreado, también preparó té de menta con hierbabuena. En añadidura, hizo un budín de calabaza, el favorito de Fiorella.

La muchacha se llenó los pulmones con los aromas tibios que pululaban la cocina. Sonrió de lado y se sentó a ver detalladamente cada plato.

—Comida ¿libiarricense?

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