Capítulo XVI: Tribulación

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Tras días de tranquilidad y el cumpleaños de Jonathan de por medio, lo cual ayudó a terminar de despejar los sentimientos pesados incluso si sólo pudieron usar harina por su alergia, hubo algo que aun si fuera pequeño significó mucho para los miembros de la familia.

Hubo una mañana en la que Lucas recibió a Holger con una sonrisa marcada y positiva. No respondió con claridad cuando el otro le preguntó qué había pasado para que estuviera de tan buen humor.

—Debe darse cuenta por sí solo. Sólo me falta chorrear el café, siéntese.

—No lo sé, Jonny siempre tiene esa cara cuando está a punto de hacer una broma y ustedes hablan mucho.

Lucas se echó a reír y negó.

—Holger, no es eso. En serio, espere el desayuno como siempre. Sólo le adelanto que será algo muy bueno, vale la pena.

Holger clavó su mirada inquisitiva sobre el otro hombre, quien se mantuvo imperturbable, y acabó por resignarse. Suspiró advirtiendo que esperaba que valieran la pena sus altas expectativas. Lucas asintió y señaló la mesa para que el otro tomara asiento.

Al girarse, Holger no pudo más que exhalar el aire en sorpresa. Se acercó sin esperar mucho e inclinó el cuerpo para observar mejor los pequeños seres de la maceta gris. Dos de ellos habían abierto por fin sus pequeños botones y tres flores con pétalos delgados y de una textura como de papel crepé se mostraban resplandecientes. Una era de un tono rosado casi fucsia, y los otros dos lucían un luminoso amarillo.

Holger se volteó un momento para ver a Lucas, con nervios revolviéndole el estómago. Temía que fuera una broma o un juego de su mente.

—Son reales —replicó Lucas con una sonrisa sincera—. Ayer en la noche estaban apenas abriéndose y las encontré así cuando me levanté.

Los ojos de Holger se humedecieron de emoción y volvió su atención a los cactus. Rozó con sus dedos los pétalos y percibió la suavidad que sólo las flores reales y vivas podían gozar. Aún podía recordar a Jeytter cuando los trajo al hogar en macetas chiquitas e individuales hacía cuatro años y la ilusión que mantuvo para que un día saliera alguna florecilla. Le fue imposible contener las lágrimas y estas se soltaron gracias a una alegre melancolía.

—¿Por qué esperaron tanto? —preguntó en un susurro—. No saben lo que Jeytter esperó para verlas... Lucas, las expectativas le quedaron cortas.

—Supongo que sí —respondió mientras se acercaba a él para extenderle una servilleta—. Estuve esperando a que alguno se despertara para no ser el único que las viera. Sinceramente, hasta ahora veo un cactus con flores; yo sólo he visto un montón de suculentas.

Holger se rio levemente y se secó el rostro con la servilleta.

—Jeytter sólo las vio una vez y por eso me rogó que lo dejara traer cactus. Quería grabar todo el proceso desde que saliera el primer brote.

—Donde está seguro ya vio decenas de estos con lujo de detalles —comentó Lucas mirando los pétalos tan poco comunes en zonas húmedas y templadas como lo era Turrialba de Cartago.

Holger sonrió de lado. No podía estar más de acuerdo. Sin quererlo le sobrevino un recuerdo.

La tarde en que Holger por fin se animó a ver de nuevo a Jeytter a los ojos después de intentar acabar con su vida se sintió como un chiquillo buscando a su padre para sentirse seguro en una tormenta eléctrica. Casi lo fue. Jeytter odiaba levantarse si ya estaba enrollado en las cobijas y ese fue un día helado; le dijo que se recostara con él. Fue un poco raro para él que Jeytter lo envolviera entre las sábanas, pero la calidez le agradó; similar a la de Káralie cuando seguía con ellos y los abrigaba o como cuando se quedaba hasta tarde en el cobijo de sus padres. Por un rato pudo ser el hermano menor en los brazos de alguien que ya sabía que todo saldría bien y que tenía experiencia suficiente como para tomarse las cosas con calma.

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