Sentimientos

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HANNAH

Me desperté sobresaltada. Otra pesadilla. Las manos me temblaban y estaba algo pálida. Me levanté de la cama y sentí un pequeño mareo, pero no le di importancia. Me vestí con lo primero que pillé. April había marcado un antes y un después en mi vida; mi aspecto ya no me importaba en absoluto.

Lavé mi cara, me serví un vaso de agua y salí de casa. Tapé mis orejas con la capucha de mi sudadera verde y empecé a caminar rumbo al instituto. El frío invernal había empezado a deslizarse por las calles de Whitebridge, el pequeño pueblo donde vivía. El inverno siempre me había agradado. Era el retorno de la naturaleza después de una temporada de esplendor y profusión, a los hábitos sencillos y parcos. Hacerse un ovillo sobre uno mismo protegiéndose del frío para observar y reflexionar. Ni calor, ni luz, ni pleno día, todo niebla y crepúsculo.

Llegué al instituto y recorrí los pasillos con la cabeza baja, evitando así las miradas de lástima de la gente. Entré en el aula de literatura. La única clase que no compartía con April. Ella no era fan de la lectura, en cambio, a mi me apasionaba o al menos, en un pasado había sido así. Ahora, no estaba segura si algo podía llegar a apasionarme. Caminé por el aula hasta llegar a los últimos pupitres, al fondo, donde pudiera ser invisible. Empezó la clase y como de costumbre, me perdí en mis propios pensamientos hasta que escuché el ruido de la puerta abrirse.

– Señor White, me alegra saber que a partir de ahora asistirá a esta clase, pero le agradecería que llegara antes de que el timbre sonara. No me gustaría tener que dejarle fuera – dijo el profesor Philips.

El alto chico que se apoyaba en la puerta se limitó a asentir con la cabeza de forma despreocupada.

– Puede sentarse con la señorita Cooper – agregó señalando la silla vacía que se encontraba a mi lado – Por cierto, me gustaría hablar con ambos cuando termine la clase.

El profesor continuó con la lección mientras que el castaño que el día anterior había conseguido que mi corazón se acelerase, se sentó a mi lado.

– Hola Hannah.

No respondí.

– ¿No piensas saludarme?

– Intento prestar atención.

– Nunca se te ha dado bien mentir...

La clase continuó. Jacob y yo no volvimos a cruzar palabra. No podía creer que fuera a compartir clase con él cuatro días a la semana. Jake era un año mayor que nosotras, pero debido a sus malas notas y sus habituales ausencias, había repetido curso y al parecer, ahora estaba en el mismo que yo. De vez en cuando le miraba de reojo. Su piel bronceada, su delineada mandíbula y su habitual gesto tenso. Las azules ojeras aún adornaban su rostro. Había fantaseado tantas veces con él, que no comprendía como ahora al verle, no lograba sentir nada, o eso es lo que me obligaba a mi misma a pensar...

– Hannah, Jacob, acercaros por favor – la gente había empezado a abandonar en aula y el profesor Philips nos esperaba en su mesa.

– ¿Que pasa? – preguntó Jacob con fastidio.

– Siento mucho la pérdida – comenzó a decir. Yo bajé la cabeza, pero pude notar a Jacob tensarse a mi lado – Comprendo vuestras ausencias, pero debéis hacer algunos trabajos si queréis aprobar la asignatura. El resto de alumnos ya han hecho sus exámenes.

Había faltado casi un mes y al parecer, Jacob también se había ausentado. Ambos asentimos y el profesor continuó.

– Haréis un trabajo individual sobre la poesía del siglo de oro, pero, también deberéis hacer uno conjunto. Elegiréis entre los dos un poema que os guste y deberéis leerlo delante de la clase. Os aconsejo practicar juntos antes de exponerlo la semana que viene – después de decir eso, tomó su maletín y salió del aula, dejándonos allí parados.

No solo compartiría clase con Jacob, si no que también tendría que hacer un trabajo con él.

Me quedé helada. Las paredes del aula empezaron a hacerse más pequeñas cada vez. Sentía que me ahogaba. Mi pecho subía y bajaba sin control. Mis pulmones tratando de alcanzar algo de oxígeno. Mis manos empezaron a pellizcarse y los notables moretones que ya adornaban mi piel, se volvieron manchas rojizas. Corrí a la calle tratando de encontrar calma. Había estado conteniendo la respiración prácticamente desde que había empezado la clase, y no me había dado cuenta de lo mucho que pesaba hasta que el viento acarició mi piel y solté todo el aire que había estado reteniendo. Por fin, volvía a respirar. Respirar...

Volví a mi casa deambulando. Hacía tiempo que sentía que no pertenecía a este mundo, que nada de esto está real. Subí a mi habitación. Pasé varias horas tumbada en la cama, boca arriba, escuchando música e intentando que mi mente se callara. Pero había un debate en mi interior. Había pasado toda la tarde buscando fuerzas para hacer lo que estaba a punto de hacer.

Mis yemas rozaron la tapa de aquel libro. No un libro cualquiera. No un libro más. Nuestro libro. Un álbum que April y yo habíamos rellenado durante años. Abrí la primera página donde había un collage de fotos nuestras y en el centro, en letra cursiva que April había aprendido a hacer, nuestros nombres escritos. No fue hasta que llegue a la mitad del álbum, que la respiración se me cortó por completo. Un montón de hojas vacías. Hojas, que se suponía que íbamos a llenar con los nuevos recuerdos que formáramos. Recuerdos, que ya nunca habría y paginas que nunca sería escritas...

Volví a sentir esa presión en el pecho. Aquella que me impedía respirar. Las lágrimas nublando mis ojos y el profundo agujero de mi estómago consumiéndome por dentro.

Corrí. Corrí hasta el sitio al que había estado yendo desde el accidente. Corrí hasta que mis piernas no aguantaron más y caí desplomada en el suelo. Las lágrimas aún no cesaban y mi llanto era desgarrador.

– ¡April no lo aguanto más! – suplicaba con todo lo que tenía dentro para que volviera. Para que me ayudara a seguir adelante. Para que fuera la luz en la oscuridad que diariamente me consumía y para que me guiara hasta la salida – April, duele. Duele tanto que cada fibra de mi cuerpo se estremece de dolor. Siento que no voy a poder, siento que pronto me rendiré...

Aquella estrella que me había acompañado la primera noche, aún no había desaparecido del cielo. La montaña se había convertido en mi colina de lamentos.

– Intento mantener la cabeza fuera del agua incluso cuando me llega por la nariz. Me voy hundiendo y no puedo nadar. Siento que me ahogo, aunque puedo ver a todo el mundo a mi rededor respirar – las palabras se atascaban en mi garganta – Te echo de menos April. Nada es lo mismo sin ti...

El mundo volvía a pesarme otra vez y ya no había color. Porque no era justo que todo siguiese igual, adelante, como si nada hubiese cambiado, cuando todo lo había hecho, cuando April estaba muerta. Me sentía tan lejos de mi misma, que a veces tenía la sensación de qué también había muerto ese día.
Entonces, lo sentí. Su mirada sobre mi espalda. Su respiración agitada en el silencio de aquella noche estrellada. Jacob avanzó hacia mi. Mi cuerpo se tensó. Mis manos temblando sobre mis rodillas. No me atreví a girarme.

– ¿Que haces aquí sola Hannah? – su voz sonó ronca.

Mi estómago se encogió. Pequeñas mariposas volvieron a revolotear en él y no estaba bien. Nada estaba bien si volvía sentirlo a él.

Cantando bajo las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora