Enfrentarse a la realidad

465 47 7
                                    

HANNAH

Luz. Blanco. Todo lo que veía era claridad. Mis párpados pesaban y aún no lograba abrir los ojos por completo. Un fuerte pitido llenó el ambiente. Mi cabeza iba a estallar. Todo me daba vueltas.

Estaba tumbada en una camilla de hospital. Mi cuerpo dolía de una forma tan intensa que incluso me costaba respirar. Una aguja atravesaba una vena en mi brazo. Estaba siendo medicada.

Intente incorporarme emitiendo algunos quejidos de dolor hasta que unos cálidos brazos, que conocía bien, me ayudaron a colocarme.

– Hannah – la dulce voz de mi padre golpeó mi piel herida.

Tenía un aspecto horrible. Unas enormes bolsas azules decoraban sus ojos, que se veían hinchados y enrojecidos. Su piel estaba pálida. Mi padre nunca había sido un hombre de mucho color, pero su cara era difícil de distinguir de las blancas paredes de la habitación.

– Estoy bien – dije tratando de tranquilizarle, pero eso no era lo que le preocupaba. Pude notar que había algo más.

– Hannah yo... – su voz suave se cortaba con facilidad – Ella... lo intentaron pero...

April.

Mi corazón se paró. El mundo dejó de dar vueltas. No podía respirar, sentía que me ahogaba. Mi pecho subía y bajaba tratando de alcanzar oxígeno. Mi padre seguía hablando, pero yo ya no escuchaba nada.

April.

Sentí una presión en el pecho. Mi corazón bombeaba enloquecido. Recordé la cara ensangrentada de mi mejor amiga, y mis gritos desesperados tratando de qué despertara. Yo... mi mundo se volvió a derrumbar. Todo lo que había estado construyendo durante dos años, cayó en un segundo. Un gélido vacío inundó mi pecho.

– No. No, no, no, no, no, no – no paraba de negar con la cabeza. Cientos de lágrimas ya corrían desbordadas por mis mejillas. Las palabras se atascaban en mi garganta – Ella no... No puede estar...

Me era imposible mencionar la palabra. Dolía. Dolía tantísimo que la simpleza de respirar se me había hecho inviable. Puede sentir mi corazón partirse. Juro que lo oí. Mi corazón, que estaba roto en mil pedazos, ahora era escombros.

Los brazos de mi padre rodearon mi cuerpo tembloroso, y yo sólo pude llorar contra su pecho. Lloré durante horas, ahogué sollozos toda la noche, y cuando no me quedaron más lágrimas, me dormí.

Me dieron el alta aquel día pese a que tenía algunas heridas graves.
Mi cuerpo aún flotaba en otra realidad. No asimilaba la muerte de mi mejor amiga, y, lo prefería así, porque vivir sabiendo que ella ya no estaba, me resultaba imposible.

Cuando salí a la calle, el cargado y húmedo olor que la lluvia había dejado azotó en mi cara. El trayecto a casa fue silencioso. Mi padre no habló, yo tampoco y sinceramente, lo prefería así.

Me encerré en mi habitación. La persiana bajada. April siempre había vivido enfrente de mi casa e imaginar ahora su hogar vacío sin su contagiosa sonrisa, se me hizo insufrible.

– Hannah ¿quieres comer algo? – mi padre no entró en la habitación, se limitó a preguntar a través de la puerta.

No respondí. No era capaz de emitir palabra. No tenía fuerzas. Todo era pesado, triste, melancólico.
Las sensaciones que había sentido hacía dos años volvieron a mi, y dolieron aún más, porque ella ya no estaba ahí para ayudarme a frenarlas.

April. La dulce niña que había estado a mi lado desde los tres años.

Tenía que enfrentarme a la realidad, pero era tan doloroso y yo estaba tan rota, que sabía que no podría sopórtarlo. Todo me superaría.

Cayó la noche. Mi teléfono llevaba sonando toda la tarde. Mensajes de compasión aparecían constantemente en la pequeña pantalla. No lo aguantaba más. Las paredes de mi habitación, que habían sido siempre una fortaleza, se me hicieron pequeñas y asfixiantes. No podía estar un segundo más ahí dentro, así que me puse unas zapatillas y sali a la calle intentando huir de aquella nueva y horrible realidad.

Empecé a caminar sin rumbo y cuando me di cuenta, estaba corriendo desesperadamente con lágrimas desbordando mis ojos. Corrí. Corrí hasta que mis piernas no pudieron más y mis pies ardían de dolor. Entonces, llegué a una pequeña colina. Oscura, desierta, para muchos escalofriante, para mí, tranquilizadora.

Me tumbe en la hierba intentando que mi respiración acelerada se estabilizase. Ya no había más lágrimas en mis ojos, lo había soltado todo. Mis manos inquietas no podían dejar de pellizcarse la una a la otra. Miré al cielo, intentando olvidarme de todo por un momento. Una noche oscura y estrellada. Silenciosa y fría. Sofocante y dolorosa. Observé atentamente durante unos segundos las pequeñas bolas que brillaban en el cielo, y... la vi.

April.

Aquella estrella que brillaba más que las demás. Aquella que, siendo ligeramente más grande que las otras, tenía un brillo peculiar. Supe que era ella, que estaba allí, cuidándome, asegurándome que no estaría sola y que ella nunca se iría por completo...

– April – susurré sin apartar los ojos de ese punto brillante.

Puse música. Abracé mis piernas con mis manos y tarareé en pequeños susurros.

– Te echo de menos. Aún no ha pasado ni un día y el mundo ya pesa sobre mis hombros – las lágrimas volvieron a mis ojos – No se como lo haré, April, de verdad. No tengo fuerzas. Vuelvo a estar en ese profundo agujero sin salida, April. Mi mundo se ha venido abajo y... no te tengo a ti para guiarme.

Mi boca saboreó el salado sabor de las lágrimas. Mi llanto se volvió descontrolado y, sabiendo que estaba sola, dejé de ahogar mis sollozos.

– Creo que no podré... – terminé por admitirle a mi mejor amiga muerta.

Pasé toda la noche ahí sentada. En esa pequeña colina hablando con aquella estrella que había adquirido el nombre de April, y viendo el brillante cielo que se cernía sobre mi. Sentí dolor, rabia, pena.

Me odié a mi misma por haber estado mal aquel día, por haber dejado que April me convenciera para beber y por no haber impedido que condujera. Me odié por haberla alejado durante tanto tiempo de mi lado y por todas las estupidas peleas que habíamos tenido. Me odié porque era yo la que estaba con vida y no ella. Porque ella merecía seguir aquí y ahora ya no estaba. Porque April quería vivir, y yo en ese momento, prefería estar muerta.

Cantando bajo las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora