Lo que queda de mí

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HANNAH

Todos hablan del amor, de las mariposas, de las miradas infinitas, los abrazos, los besos..., pero nadie habla del miedo. El pánico, el terror. El momento en el que te vuelves vulnerable. En el que te expones al completo para entregarle tu corazón a otra persona, esperando que el también lo haga, pero ¿y si no es así? ¿Y si no siente lo mismo? ¿Qué pasa cuando el amor no es correspondido y el que tú sientes no es suficiente?

Me quede allí, de pie, en medio de la acera, mientras Jacob me miraba de arriba a abajo. Aparté la mirada de él, incapaz de sostenérsela. Incapaz de dejar que esos verdes ojos me traspasaran. Un cosquilleo suave me atravesó. Mi corazón empezó a latir un poco más acelerado. Suspiré. Un suspiro que llevaba su nombre, porque lo conocía bien. Demasiados años. Demasiados recuerdos.

Inspiré hondo y subí un escalón, después otro y seguí hasta darle la espalda.

– Me encontraba mal – respondí sin siquiera mirarlo – Por eso no he ido a clase.

– ¿Y donde has estado? – su ronca voz se clavó en mi corazón, en lo que quedaba de él.

No respondí. Metí la mano en el bolsillo de mi pantalón y saqué las llaves.

– Hannah – sentí su voz acercarse – Vamos Hannah, háblame.

No pretendía hacerlo. No quería. No podía arriesgarme a sentir de nuevo por él. No de esa manera. No después de todo lo que había pasado.

Todo eran negaciones en mi interior mientras me concentraba en abrir la puerta, en controlar mi pulso y el repentino temblor en mis manos.

– Por favor...

Entonces sus dedos rozaron mi mano y las llaves cayeron al suelo. Todo cayó al suelo, las barreras, los muros, las normas que había establecido sobre mi misma. Todo se derrumbó con aquel suave contacto durante unos segundos.

Le miré. Me permití hacerlo. Me permití perderme en su mirada. En aquel mar de color esmeralda. En aquella profundidad que siempre había sido uno de mis lugares favoritos. Mi pecho subía y bajaba y el temblor de mis manos se hizo aún más pronunciado. Recorrí cada una de sus facciones. Hacía mucho tiempo que no lo hacía y casi me había olvidado de su marcada mandíbula y de sus rosados labios; de los pequeños hoyuelos que se le formaban al sonreír y de aquellos tirabuzones que a veces colgaban despreocupados por su rostro. Capturé esa imagen y la guarde para mi, porque lo necesitaba. Porque siempre lo había necesitado. Porque siempre había sido él.

– Hannah – su voz era casi un susurro – Conmigo no hace falta que finjas.

Mis ojos se cristalizaron. Mis piernas empezaron a temblar. Pensé que me derrumbaría, que me caería al suelo en aquel preciso instante, pero entonces, sus brazos rodearon mi débil cuerpo y me abrazó. Me abrazó con fuerza. Rompiendo cualquier tipo de miedo y aislando todos mis pesares. Dejando que mis lágrimas mojaran su oscura sudadera.

Sabía que aquello no solucionaría mis problemas. No los alejaría ni los haría desaparecer, pero alivió mi sufrimiento. Abrazar es acariciar el alma de la otra persona y proporcionarle un refugio entre nuestros brazos, y eso hizo Jacob. Un gesto repleto de sentimientos y aunque él jamás se diese cuenta, un gesto que por mi parte decía "te quiero".

Entramos en casa. Tras el abrazo nadie había vuelto a emitir palabra, pero Jacob me seguía escaleras arriba. Entré en mi habitación y solo quise tumbarme en la cama y llorar, pero me contuve para no hacerlo.

– Te he traído los apuntes de hoy – Jake abrió su mochila y dejó un papel sobre mi escritorio.

– Gracias.

– Deberíamos hacer el trabajo del profesor Philips, no nos queda mucho tiempo – se sentó en mi silla, girándola para quedar frente a mí.

– Lo se, pero hoy no tengo ganas...

Jacob asintió y luego apartó la vista de mí para fijarla en mi habitación. Una habitación vacía. Solía tener las paredes repletas de fotografías, pero ahora no soportaba verlas y un día entre lágrimas las había arrancado todas.

Jake abrió la boca para decir algo, pero inmediatamente la cerró cuando se cruzó con mis ojos. Unos ojos que le suplicaban que no lo hiciera, que no dijera nada.

Me quité los zapatos y cuando me giré para ver a Jacob de nuevo, ya no tenía su sudadera negra puesta. Ahora sus brazos estaban al descubierto y sus tatuajes también. Se había hecho nuevos. Conocía cada parte de su cuerpo y sabía que muchos de aquellos dibujos hechos con tinta antes no estaban.

– ¿Te has hecho nuevos? – mi voz era tímida.

– Si – respondió echándose un vistazo a los brazos – Quería enseñarte uno para que me dieras tu opinión.

Dudando me acerqué a él y extendió su brazo para que pudiera ver el dibujo que había en su piel. Un nudo se formó en mi garganta y reprimí con todas mis fuerzas las ganas de llorar, ya había llorado demasiado aquel día. De forma inconsciente, mis dedos dibujaron el infinito que había tatuado en su brazo hasta detenerse en la fecha, la fecha en la que había nacido April.

– ¿Te gusta? – sus ojos buscaron mi aprobación.

– Mucho – la voz casi no me salía – Es muy bonito.

Seguí recorriendo con mi mirada sus brazos hasta detenerme en el dibujo de un personaje animado. Un niño con pelo largo y lo que parecía ser un taparrabos.

– ¿Quien es?

– ¿Quien? ¿Tarzan? – dijo elevando las cejas con asombro como si fuese absurdo que no supiera quién era ese personaje – ¿No sabes quien es Tarzan?

– No.

– No lo puedo creer Hannah. ¡Es la mejor película de Disney! – me limité a elevar los hombros – En serio, ¿nunca has visto Tarzan?

Negué.

– ¡Que decepción! – quise rebatirle pero entonces su teléfono sonó y Jacob se puso de pie poniéndose su sudadera y al parecer dispuesto a irse.

Se acercó a la puerta y agarró el pomo, pero de repente se giró y sus ojos se clavaron en los míos durante unos segundos. Me miró buscando algo, escarbando dentro de mí, pero entonces apartó la mirada con pena.

– ¿Qué? – pregunté extrañada.

Dudó en responder.

– Que por mucho que busco, no encuentro rastro de la chica que eras antes, y la echo de menos...

No dijo nada más y salió de casa, pero esas palabras fueron suficientes para conseguir derrumbarme de nuevo. Me quedé quieta durante un segundo, con la mirada fija en la ventana y una mano sobre el pecho, mientras una horrible sensación se apoderaba de mi cuerpo.

Me acerqué al espejo y busqué en mi reflejo algo que hiciera que pudiera reconocerme, pero no lo encontré. Allí solo había vacío, dolor, sufrimiento, años de carga. Esa imagen que se reflejaba no era yo.

Noté como una lágrima caía por mi mejilla, seguida de otra, hasta que el llanto fue descontrolado. Quería que el tiempo se pararse, no soportaba esa sensación. No soportaba admitir que me estaba perdiendo, que algo en mi fallaba, que era aquella prenda vieja que dejas al fondo del armario y de la que no te vuelves acordar, y me di cuenta, que no me tenía a mi, que yo ya no era nada.

Mi pecho empezó a subir y a bajar descontrolado. Mi respiración era acelerada. Ahogue sollozos, gritos, llantos. De repente, sentía un enorme peso sobre mis hombros, una carga que no era capaz de soportar. Un punzante dolor en el corazón. Mis manos temblorosas corrieron al baño y agarraron lo que estaban buscando con ansia.

Entre lágrimas saladas, aquel peso sobre mis espalda fue disminuyendo, aquel dolor en mi corazón se hizo más ameno, todo se calmó mientras pequeñas gotas de sangre deslizaban por mis muslos. Mientras volvía a respirar con normalidad.

Cantando bajo las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora