"Jacob"

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HANNAH

Observé a Jacob durante unos segundos. Allí estábamos los dos, en mi colina, en la que más tarde sería nuestra colina. Me permití analizar cada uno de sus rasgos con detalle. Ya los conocía, pero quise hacerlos míos otra vez. Centré mi vista en su piel ligeramente morena, pero que bajo la luz de la luna se veía mucho más pálida. En el verde esmeralda en sus ojos. Aquel exacto tono que había coloreado mi vida durante años. En sus largas pestañas, idénticas a las de April; igual que sus rosados labios, que tanto había soñado con saborear y que de vez en cuando se curvaban formando una sonrisa torcida.

Disfruté de aquello porque hoy ya no podía fingir más. Hoy no podía mantener la careta puesta y aparentar estar bien. Mantener los muros alzados para alejar los sentimientos que querían inundar mi mente. No podía porque pesaba. Pesaba muchísimo. Y porque necesitaba encontrarme al fin, aunque fuera tan solo un poco, en aquel mar de sufrimiento en el que yo misma me obligaba a navegar...

– Es más fácil contigo – las palabras escaparon de mis labios.

– ¿El qué?

– Vivir – suspiré – El no tener que esconderme y fingir constantemente estar bien.

Y era verdad, aunque por dentro seguía luchando contra lo que Jacob me hacía sentir, el mundo no pesaba tanto a su lado.

– Debemos permitirnos estar mal, no podemos estar siempre sonriendo – desvió la mirada al cielo – Algunas veces simplemente necesitamos rompernos para sanar desde un lugar más profundo.

– ¿Tú lo has hecho? – pregunté intentando descifrar que había en sus ojos.

– Yo lo estoy intentando...

La gélida brisa de la noche revoleteó a nuestro alrededor. Un escalofrío recorrió mi espalda y en acto reflejo abrace mi cuerpo. Era una noche oscura, fría, húmeda. Una noche tan solo iluminada por la colcha estrellada cernida sobre nuestros hombros.

– ¿Por qué te fuiste antes así de casa? – aquella pregunta había rondado mi cabeza desde hacía unas horas.

– Tenía deberes que hacer – ni siquiera me miró a los ojos.

Mentía. Lo sabía. Conocía bien a Jacob.

– ¿Me vas a contar ahora la verdad? – sus ojos se encontraron fugazmente con los míos, luego soltó todo el aire que estaba reteniendo.

– Mi casa es un infierno Hannah – bajo la mirada, y aunque no pude fijarme en sus ojos, había dolor en su ronco hilo de su voz – Mi padre se pasa el día bebiendo y mi madre no para de llorar y yo tengo que lidiar con ello. Tengo que tragarme las lágrimas y asegurarles que todo estará bien cuando ni siquiera yo lo creo, porque a mi también me duele. Yo también la echo de menos...

Su vista subió y la clavó en mis ojos. Ambos estaban cristalizados y una pequeña lágrima rodó por su mejilla. Mi corazón se encogió. No imaginaba ver tanto dolor reflejado en su rostro.

– Lo siento mucho – y de verdad lo hacía. Sentía con todo mi corazón que Jacob tuviera que cargar con todo aquello.

– No tienes nada que sentir, tú no tienes la culpa –apoye mi cabeza sobre su hombro, dejando que su olor me acunase. Me mantuve así durante unos segundos, evitando cerrar el espacio de confesiones que habíamos creado entre los dos, porque me sentía cómoda. Me sentía segura a su lado.

Jake secó con rapidez sus lágrimas y sacó un pequeño altavoz – ¿Ponemos algo de música?

– Si.

– ¿Que quieres escuchar?

– ¿The night we met? – el asintió con una pequeña sonrisa y buscó la canción en su teléfono.

Segundos después la música había inundado todo a nuestro alrededor, y bajo las notas de aquella canción deseé con todas mis fuerzas que todo fuera distinto. Imaginé un mundo en el que mamá y April seguían vivas, donde Jacob no sufría y todo parecía estar bien. Un mundo en el que yo era feliz, aunque ahora mismo aquella palabra era más que lejana.

Cerré los ojos durante unos segundos y cuando los volví a abrir, Jacob tenía una pequeña caja metálica en las manos. Sabía que había dentro y sabía lo que iba a hacer.

Volví a fijar mi vista en él y sus verdes ojos se encontraron con los míos. Dulces, brillantes, serenos, ahora también enrojecidos...

– Jake – su rostro se iluminó bajo la tenue luz de la luna – ¿Puedo hacerte una pregunta?

Pegó otra calada antes de responder. El humo escapó de sus labios perdiéndose en la oscuridad de la noche. Siempre me había parecido atractivo ver a la gente fumar, pero que iba a decir cuando todo en él me resultaba atractivo...

– Dime.

No me andé con rodeos.

– ¿Por qué te drogas? – apartó su mirada para clavarla en el cielo, pensativo, barajando sus posibles respuestas.

Esto no había sido a raíz de April, Jacob ya lo hacía mucho antes, cuando su abuelo murió. Recuerdo estar muy preocupada por él, tener miedo de que algo malo pudiera pasarle, pero con el tiempo supongo que entendí que era algo que no iba a parar de hacer por mucho que yo le advirtiera o se lo pidiese, aunque no podía evitar sentir curiosidad.

– ¿Quieres que sea sincero? – asentí. Jacob se encogió de hombros – En realidad, no estoy muy seguro del porqué, supongo que... todo empezó porque quería dejar de pensar.

Su vista viajó de mi al cielo de nuevo. Yo bajé la mirada porque le entendía. Los pensamientos obsesivos, la voz interior, la rabia, la impotencia, el llanto... Comprendía a la perfección aquellos sentimientos y no podía imaginar que él también pasara por ello.

– ¡Ey Hannah! ¡Mira! – señaló arriba – Una estrella fugaz ¡Pide un deseo!

Un brillante punto viajó con rapidez por el cielo. Cerré los ojos con fuerza y dibujé el deseo en mi mente olvidándome de todo. Una pequeña sonrisa iluminó mi rostro.

– ¿Que has deseado? – preguntó ansioso por saber mi respuesta.

– Algún día te lo contaré.

Cantando bajo las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora