El compás de nuestros latidos

115 16 0
                                    

HANNAH

– ¡Papa, me voy a ver a Hayley! – me acerqué a él que descansaba en el sofá con una lata de cerveza en la mano, y deposité un suave beso en su frente.

– ¿A estas horas? Son casi las once.

– Es que... tiene un problema con un chico y me ha pedido que si podía ir – me paré  frente a la puerta – No te importa ¿no?

– No, claro que no, ve a ayudar a tu amiga.

Terminé de calzarme sentada en la escalera. Por primera vez en mucho tiempo me miré al espejo. Peiné un poco mi pelo y acomodé bien mi camiseta. Observé mis ojos ligeramente y un pequeño brillo cruzó mi mirada. Una sutil chispa que antes no estaba. Sonreí.

– Hannah – me acerqué a él un poco – Estoy muy orgulloso de ti... y me alegro de que hayas vuelto a sonreír...

Un ligero pinchazo atacó mi corazón. Inconscientemente me llevé una mano al pecho y sonreí. Sonreí con dulzura. Sonreí de verdad.

– ¡Adiós papa! – chillé antes de salir.

– ¡Ten cuidado, cielo! ¡Y no llegues muy tarde!

Cerré la puerta de casa y crucé la acera. Bordeé la casa hasta llegar al jardín. Rebusque entre las plantas hasta encontrar dos pequeñas piedras. Las lancé a la ventana y repiquetearon contra el cristal.

– Pensé que ya no vendrías – dijo abriendo la ventana de par en par.

– ¿No pretenderás que suba hasta ahí?

– No veo cuál es el problema – se rió y aquel sonido me llenó de calor – Puedo lanzarte mi cabellera.

– Eres idiota – sonreí – ¿Vas a bajar o qué? Empiezo a tener frío.

– Espera rubita, tengo una idea – ahora solía llamarme así.

Me quede mirando la ventana, esperando que en algún momento volviera, pero los minutos pasaban y la luz seguía apagada.

Había empezado a temblar y me movía en el sitio intentando entrar en calor, hasta que unos brazos me rodearon por la espalda girándome por completo y estampando sus labios contra los míos. No tardé ni un segundo en dejar de tiritar. De repente las capas de ropa me sobraban.

Jacob atacó mis labios. Ni dudas, ni pasos atrás, tan sólo su lengua hundiéndose en mi boca buscando la mía. Mis manos ascendiendo hasta llegar a sus mejillas, como si temiese que fuese apartarse en algún momento. Con miedo de que fuese a desaparecer.

Llevábamos días viéndonos así. No me gustaba mentir a mi padre, pero tampoco quería decirle que iba a ver a Jacob. No siempre mentía cuando decía que iba a quedar con Hayley, había estado con ella un par de días. Retomar nuestra relación había sido reconfortante, y ahora que volvíamos a estar juntas, no podía volver a alejarla. Hayley no se lo merecía.

Jake se separó dándome un suave beso en la frente  antes de poner unas llaves frente a mi rostro, agitándolas emocionado.

– ¿Que es eso? – pregunte confundida.

– Las llaves del cobertizo.

Pasó su brazo sobre mis hombros y me condujo hasta aquella pequeña caseta que tantos recuerdos guardaba.

Cuando éramos pequeñas, April y yo solíamos escondernos ahí. Era como nuestro lugar secreto. Lo habíamos descubierto un día cuando mi madre quería llevarme a casa y yo aún no quería irme. Ambas nos habíamos metido allí esperando que así no nos encontrasen y no me obligasen a irme. Sorprendentemente, nuestro plan funcionó. Pasaron casi una hora buscándonos, hasta que mi madre se rindió y me dejó quedarme a dormir con April. Desde entonces aquel había sido nuestro escondite secreto.

Supongo que Jacob no sabía que aquel sitio traía tantos recuerdos para mi, ni que ahora mis ojos estaban llenos de lágrimas.

Entramos con cuidado y Jacob encendió una linterna. No tardó en encontrar en luz del cobertizo y entonces lo vi. Justo en el mismo lugar donde lo recordaba. Con cuidado me acerqué. La madera crujió. Cuando llegue hasta aquella esquina pasé mis dedos por la tabla de madera. El tacto áspero de aquel roce fue reconfortante.

– Hannah prométeme que nunca nos separaremos.

– Seremos mejores amigas para siempre April, te lo prometo.

– Deberíamos sellarlo, por si algún día se nos olvida – dijo April cogiendo un rotulador permanente que había sobre una mesa.

– A mi jamás se me olvidaría nuestra amistad – fruncí el ceño. No entendía porque April podía pensar en algo así.

– Ya pero imagínate que te caes y pierdes la memoria. ¿Y si no me crees cuando te digo que soy tu mejor amiga?

Negué con la cabeza imaginándolo.

– Está bien. Yo escribo tu nombre y tú el mío – dije quitándole el rotulador de las manos.

Después me acerqué a aquella esquina y sobre una tabla de madera escribí su nombre. April hizo lo mismo con el mío y debajo puso "mejores amigas para siempre". Ambas sonreímos.

Entonces recordé lo que hacía unos días Jacob me había enseñado y dibujé un infinito.

– Has hecho el ocho torcido – dijo April torciendo la cabeza para verlo bien.

– No es un ocho tonta, es el infinito.

– ¿Y qué significa? – preguntó confusa.

– Que es para siempre.

– Para siempre – repitió, y ambas nos abrazamos.

– Hannah ¿estas bien? – la voz de Jacob me sacó de mi ensoñación – No sabía que conocíais este sitio.

– Nos escondíamos aquí siempre – sonreí – Hasta que tu padre empezó a traer herramientas y un día nos descubrió, entonces decidió poner candado. Para que supuestamente no nos hiciésemos daño. Tu hermana se enfado muchísimo.

– Me lo imagino. April siempre ha sido muy cabezota.

Los dos nos reímos.

– ¿Ves aquel infinito? – dije señalándolo

– Si bueno, nunca has tenido muchos dotes para la pintura – le golpeé el hombro.

– ¡Tenía siete años! – trate de defenderme – Lo que te iba a decir, lo hice por ti.

– ¿Por mi? – preguntó enarcando una ceja.

– Acababas de aprender que era y no parabas de dibujarlo por todas partes – me acerqué a él – Un día te pregunté qué significaba.

– Para siempre – dijo repitiendo la misma frase que había dicho años atrás.

Lo abrace apoyando mi barbilla sobre su pecho para poder mirarle a los ojos. Aquellos huracanes verdes.

– Para siempre.

Entonces me puse de puntillas y deposité un suave beso en sus labios. Al saboreárlos me separé sorprendida.

– ¿Que pasa? – preguntó al ver mi sorpresa.

– ¿Lo has dejado? El fumar. La droga.

– Creo que sí.

– ¿Por que? – estaba orgullosa de él, pero quería saber el motivo. Necesitaba saber que había cambiado.

– Supongo que ya no lo necesito. Pensar ya no duele tanto...

Lo abrace. Lo abrace con tanta fuerza que puede que incluso le hiciese daño, pero él no se quejó. Entonces cubrí sus labios con los míos y le besé con todas mis fuerzas. Fue un beso real. Un beso intenso.

Lo acerque más a mí, nuestros cuerpos encajando como si de una misma pieza se tratase. Sólo quería estar más y más cerca de él, y pese a todos los obstáculos que ambos habíamos sorteado, aquello parecía tan natural como respirar. La forma en la que nuestras bocas se fundían. Como nuestros cuerpos encajaban. La sincronización de nuestros latidos juntos...

Cantando bajo las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora