El dulce sabor de unos labios equivocados

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JACOB

The night we met sonaba a todo volumen en la colina. Nuestra colina de los lamentos. Hannah bailaba a mi lado. Saltaba, gritaba, reía y giraba como una peonza perdiendo el equilibrio. Había bebido más de la cuenta. En realidad, ambos habíamos bebido más de la cuenta, pero saltaba a la vista quien tenía más aguante.

Ver a Hannah allí, sonriendo, permitiéndose dejar de lado el sufrimiento que se obligaba a cargar sobre sus hombros diariamente, hizo que mi pecho se hinchara de orgullo. Una sonrisa viajó de la boca de mi estómago hasta mi rostro. Por primera vez en mucho tiempo la veía ¿feliz...? No sé si aquella palabra se podía emplear en Hannah, pero había un brillo en sus ojos que hacía mucho tiempo que no veía. Parecía volver a estar viva.

Hannah avanzó hacia mí tras el segundo estribillo. Sus finas piernas flaqueaban y su cuerpo se balanceaba de un lado a otro. Era gracioso verla. Justo cuando estaba a punto de llegar hasta mí, tropezó. Yo la atrapé entre mis brazos. No pesaba mucho, de hecho, no pesaba nada.

La miré a los ojos. Aquel mar de olas revueltas que parecía no tener fondo. Sonreí. Hannah siempre había sido importante en mi vida. De algún modo u otro siempre había estado allí y me alegraba que pese a todo, aquello no hubiera cambiado. Era... era como mi hermana pequeña, o al menos eso creía hasta que estampó sus labios contra los míos. Hasta que se puso de puntillas y me besó.

Me dió un vuelco al estómago cuándo sus labios rozaron los míos, cuando su dulce olor a canela nos rodeó a ambos, sumiéndonos aún más en aquel beso.
No me esperaba aquel movimiento. Me pilló por sorpresa, y no fue hasta que sus brazos rodearon mi cuello que me di cuenta de lo que estaba pasando.

¡Nos estábamos besando, joder! Había besado a la amiga de mi hermana y aquello no estaba bien. Nada estaba bien.

La sujeté de las caderas para poder apartarla.

– Hannah... ¿qué haces?

– Solo quería... Pensaba que tú... Que si nosotros...

– ¿Pensabas que volvería a sentir...?

Asintió, con miles de lágrimas inundando sus ojos. La observé aturdido, y ahí estaba, tan vulnerable, tan pequeña, tan... rota. Quería abrazarla, consolarla. Apartar de su mente todos aquellos pensamientos que ahora parecían hacerle tanto daño, pero luego me di cuenta que era yo. Era yo quien la hacía daño. Era yo quien había confundido las cosas, quien había permitido que llegáramos a esto. Era todo culpa mía.

– No me encuentro bien, yo... me tengo que ir... – sollozó.

– ¡Hannah! – la llame mientras se iba alejando, mientras recuperaba otra vez la consciencia sobre mi ser – ¡Hannah, espera!

– No Jacob. Ahora no – gruñó y antes de que pudiera frenarla, echó a correr colina abajo, dejando congeladas en mi garganta las palabras que nunca llegué a decir.

Ni siquiera me preocupe en recoger las cosas. En llevarme mi mochila, o guardar mi altavoz en el bolsillo, porque salí corriendo colina abajo tras ella. Pese a su pequeño cuerpo y sus débiles piernas Hannah corría rápido. Se escurría entre las sombras.

Había olvidado como era ella. Como sentía. Como solía lanzarse al mundo sin paracaídas, con esa impulsividad que la llamaba a saltar al vacío.

Mientras corría tras la chica de pelo rubio con la que había pasado prácticamente toda mi vida, recordé la noche de las cenizas, cuando habíamos quemado aquellos papeles y le había confesado a Hannah que no sentía nada.

Recordé como su rostro se había encogido en un gesto de dolor. Como su respiración se había hecho más pesada y sus ojos brillaban bajo las lágrimas que se asomaban en ellos. Me sentí idiota por no entenderlo, por no darme cuenta de lo que pasaba en aquel momento. Porque el causante de aquel dolor que había sentido ese día no había sido la muerte de April, ni de su madre, ni cualquier cosa que pudiera lastimarla. Había sido yo.

Paré de correr cuando llegue a la carretera. Cuando me di cuenta que por muy rápido que fuese ya no la alcanzaría, y no sabía si quería hacerlo. Porque... ¿Qué le diria? ¿Acaso saldrían las palabras de mi boca cuando sus azules ojos revueltos se clavaran sobre los míos?

Metí la mano en mi bolsillo del pantalón y rebusqué hasta encontrar mi paquete de tabaco. Necesitaba sacar el sabor de la boca de Hannah de mis labios.
Pegue una calada. Una segunda. Y una tercera. Tras la cuarta sentí que volvía a respirar. El aire volvía a llegar a mis pulmones por fin después de todo lo que había ocurrido.

Seguí caminado y cuando me acabe el cigarro encendí otro. Y otro. Y así seguí hasta que llegue a su casa.

– Hannah... – susurré cuando la encontré sentada en las escaleras de su porche, abrazada a sus rodillas e inmediatamente apague el cigarro – Yo...

Paré de hablar recordando lo ocurrido en la montaña. Reviviendo aquella mirada de dolor que me había dedicado antes de salir corriendo.

– Jacob – susurró, y no sabría describirlo, pero aquella forma de pronunciar mi nombre sonó distinta. Nueva. Mi estómago se revolvió – Necesito saberlo.

Me quedé helado y tragué con dificultad. Hannah se levantó quedando frente a mi. Subida en aquellos escalones era prácticamente de mi altura. Me miró. Sus ojos se clavaron en los míos de aquella forma que parecía poder traspasarme hasta el alma.

– ¿Que necesitas saber? – y juro que no quería saber la respuesta. No quería escucharlo porque sabía que no sería capaz de afrontarlo.

– Necesito saber por qué no sientes lo mismo que yo – suspiró con pesadez – Por qué aún estado siempre frente a ti, nunca te fijaste en mí.

Me bloqueé. Mi cuerpo entero se paralizó. No pude responder. No sabía como hacerlo. Hannah me miró a los ojos una última vez. Los míos confundidos, los suyos todavía vidriosos por el alcohol. Parpadeó apunto de llorar y su mirada me pareció más perdida que nunca.

Esperó una respuesta. Lo hizo durante varios segundos, pero cuando se dió cuenta que mis labios no se despegarían, se dio media vuelta y entró en su casa, perdiéndose en la oscuridad que reinaba en su interior.

Yo me quedé allí, respirando agitado, aún sin apartar la vista de donde Hannah había desaparecido. Me mantuve ahí de pie unos segundos. Quizás, incluso unos minutos. Varios, de hecho, intentando asimilar todo lo que había pasado.

Cantando bajo las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora