La colina de los lamentos

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JACOB

Mientras seguía escribiendo observé el paisaje que nos rodeaba. Imaginé cómo sería capturarlo, guardar una imagen de él, y entonces recordé lo que tantas veces había visto a Hannah hacer.

– Hannah – ella levantó la cabeza del papel y sus azules ojos se clavaron en los míos, expectantes – ¿Ya no haces fotos?

Hannah bajo la mirada y suspiró.

– No, no desde el accidente...

Aún recuerdaba perfectamente el día que vi su primera fotografía. Estaba en su casa, el cumpleaños de Hannah sería en un par de días y yo no iba a poder estar porque me iba de excursión con el instituto, así que quise ir a felicitarla en persona antes de tiempo. Cuándo entré en su habitación me paré delante de las fotografías que estaban tiradas por el suelo. No pude evitar fijarme en las líneas delicadas, los colores vivos y los puntos de brillo perfectamente ubicadas en su lugar. En cómo había capturado a la perfección aquella imagen, la esencia de aquel verde bosque y como parecía transladarte al sitio. Casi pude pisar la hierba cuando me acerqué más y mi piel se erizó. Supe que aquella no era una foto cualquiera, porque tenía algo diferente, algo... que no sabía muy bien explicar.

Ella salió del baño de su habitación.

– ¡¿Que haces con esto?! – chilló arrebatándome la foto de entre mis manos. Sus mejillas se colorearon.

– Son buenas – le aseguré.

– Son malas. Solo estaba practicando.

– Pues sigue igual – la guiñé un ojo antes de sonreírle.

Durante los siguientes meses, cada vez que iba de visita a casa de los Cooper y ella no estaba en su habitación, subía y le echaba un vistazo a sus últimas obras. Hannah era..., era ella misma. Sus fotos parecían tan suyas que podría haberlas reconocido en cualquier lugar. Era luz, vida y había algo en ellas, que me mantenían a su lado, magnéticas, mirándolas y descifrándolas...

– ¿Por qué? – creía saber la respuesta, pero quería escucharla de sus labios. Quería saber si aquello que parecía mostrar sentir era real.

– Porque ya no hay colores, ni luz, ni vida. Porque miro a mi alrededor y nada parece valer la pena. Porqué duele y hay recuerdos y...

Me acerqué a ella y la abracé tras el primer sollozo. Sabía lo mucho que la dolía hablar de estas cosas porque a mi también me dolía. Me partía el corazón escuchar a Hannah, que siempre había sido un rayo de sol, hundirse en una profunda y oscura tormenta y a veces pensaba que por mucho que tirara de ella, no sería capaz de sacarla...

– Y bien – traté de cambiar de tema. No es que quisiera, quería saber más sobre ella. Sobre lo que sentía, pero su mirada me suplicaba que parase y no quería hacerla sufrir más – ¿Me vas a decir que has escrito?

– No.

– ¿Por que?

– Porque no – una fugaz sonrisa cruzó sus labios.

– ¿Y si hacemos un trato? – propuse – Tú me lees una frase que hayas escrito y yo te leo otra.

Hannah se lo pensó durante unos segundos. Sus ojos analizando en profundidad los míos, como si quisiera hallar alguna trampa en todo aquello.

– Vale, pero empiezas tu.

Puse los ojos en blanco, pero terminé aceptando. Quería decir cualquier tontería, algo que había puesto simplemente por rellenar, pero sabía que si quería obtener una buena respuesta de Hannah, lo que yo la confesara tendría que estar a la altura.

– Quiero volver a sentir – por alguna razón no me incomodaba hablar con ella de esto, porque con Hannah todo parecía ser más fácil.

– No lo entiendo – el mar en sus ojos me miro confundido.

– Desde hace mucho tiempo encerré mis sentimientos en un baúl lanzando la llave lejos y encargándome de que jamás la encontrara – confesé – Ahora, quiero volver a sentir, aunque sea un poco...

Una ráfaga de tristeza cruzó su rostro. Sus ojos se cristalizaron y su mano viajó a su estómago, agarrándolo con fuerza, como si doliese.

– Hannah ¿estas bien?

– S- si... No me pasa nada – No lo entendí. En ese momento no supe verlo y fue tiempo después cuando me di cuenta que una parte de su corazón se había roto aquella noche en la montaña.

– Bueno, te toca, cuéntame.

Con las manos temblorosas Hannah agarró la lista y la recorrió varias veces con la mirada. Cogió aire antes de hablar.

– No quiero tener miedo... – susurró.

– ¿Miedo a que?

Suspiró y ahogó un pequeño sollozo. No aparté los ojos de ella ni un segundo. Su pelo rubio parecía blanco bajo la luz de la luna.

– A perder a la gente que quiero y no poder soportarlo – intente hablar pero me interrumpió – No lo aguantaría Jacob, a día de hoy ya me cuesta aguantar...

Bajó la mirada incapaz de sostenérmela. Yo cogí su mentón y la obligué a perderse en mi mirada de la misma forma que me pasaba a mi.

– No vuelvas a decir eso ¿entendido? – Hannah asintió despacio – No sufrirás más. Jamás lo permitiría estando yo a tu lado.

Con suma delicadeza pase mi brazo por sus hombros, atrayendo su delgado y débil cuerpo hacia el mío. Temblaba, y no estaba seguro si era por frío o por lo que acababa de decirme. En cualquier caso, la estruje aún más junto a mi, apoyando mi mentón sobre su cabeza y dejando que aquel dulce olor a canela lo inundara todo a mi alrededor.

Nos mantuvimos así durante varios minutos hasta que la respiración de Hannah volvió a la normalidad.

– ¿Quieres que quememos los papeles ya? – pregunte apartándola un poco para poder mirarla a los ojos.

– Si.

Y sin más que decir saqué el mechero y empecé a prender fuego a aquellos papeles dejando que las cenizas se fueran con el viento. Ambos los quedamos en silencio observando cómo terminaban de arder. Como con aquellas últimas llamas, todo aquellos que habíamos escrito se iba alejando, al menos un poco.

– Me gusta nuestra colina de los lamentos – susurré cuando el fuego se extinguió por completo.

– ¿Que apodo acabas de ponerle? – sonrió y una pequeña carcajada escapó de sus labios. Pocas veces escuchaba aquel sonido, pero cuando lo hacía, un escalofrío recorría mi cuerpo y no podía evitar sonreír también.

– ¿Que? Soy bueno en casi todo...

– Déjame que lo dude – sonrió de nuevo y mi pecho se inundó de una enorme felicidad – Pero me gusta como suena, nuestra colina de los lamentos...

– Sabía que te gustaría.

Decidí acompañar a Hannah hasta su cuarto después de escuchar algunas canciones y tararear junto a ella la letra de estas.

Me paré en la puerta antes de marcharme.

– Hannah.

– Dime.

– ¿Me prometes que acudirás a mi si tienes algún problema, necesitas desahogarte o quieres hablar de algo? – la miré a los ojos con intensidad, haciéndola ver que iba muy enserio – Por favor Hannah, prométemelo.

– Te lo prometo – susurró con un suave hilo de voz. Después, se metió en la cama dándome la espalda.

Eche un último vistazo a su habitación viendo las vacías paredes que un día habían estado decoradas por miles de fotografías llenas de emociones... Sacudí la cabeza y cerré los ojos.

– Buenas noches, Hannah.

– Buenas noches, Jacob.

Cantando bajo las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora