Chocolate caliente, dos chicas y palabras prohibidas

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HANNAH

Llevaba días sin ver a Jacob. No me escribía. No me llamaba. No se presentaba en mi casa sin avisar, aún sabiendo lo mucho que me molestaba que no lo hiciera, ni venía con mis gominolas favoritas para llevarme a cantar a la colina. No me hacía preguntas incómodas, ni aparecía de madrugada en mi ventana, ni criticaba mi falta de noción cinematográfica. Era como si hubiera desaparecido, como si nunca hubiese estado allí, salvo por el hecho de que vivía frente a mi casa y diariamente tenía que contener las ganas de cruzar la acera, llamar a la puerta y pedir explicaciones. Suplicarle un porqué, aunque él había dejado suficiente claras las cosas aquella noche, y yo ya no tenía nada más que hacer. Sabía que todo había acabado. Y aunque por una parte lo prefería así, mi corazón seguía anhelando todo de él.

Echaba de menos sus ojos verdes, su pelo castaño y casi siempre desordenado y su impecable sonrisa perfecta... Añoraba el sonido de su ronca voz cuando tarareaba canciones en la colina, la forma en la que fruncía el ceño cuando le hacía algún comentario sobre qué debería dejar de drogarse y aquellos pequeños hoyuelos que aparecían solo cuando se reía de verdad. Echaba en falta como mi cuerpo entero se tensaba cuando sin querer nuestras pieles se rozaban y como las mariposas en mi estómago se avivaban cuando decía mi nombre. Cada parte de él, cada recuerdo que se removía en mi interior, cada pequeño e insignificante detalle era un pichando en mi delicado corazón que me hacía recordar cuanto le quería en realidad.

Había ido a visitar a mamá varías veces durante aquellos días. La había llevado flores, me había sentado a su lado y había llorado como una tonta mientras le narraba todo lo que había ocurrido. Había imaginado uno de sus reconfortantes abrazos y su dulce voz en mi oído, y aunque sabía que aquello no era real, me había hecho sentirme mucho mejor.

También había ido a la colina. Intentaba convencerme a mi misma que lo hacía para sentirme más cerca de April y hablar con mi mejor amiga, pero una parte de mí no podía evitar girarse constantemente esperando que en algún momento él apareciese allí, haciendo preguntas que odiaba responder y desestabilizando todas mis barreras. Pero no lo hizo. Jacob nunca apareció.

Había pasado el día encerrada en mi habitación, tumbada en la cama mirando el techo, sintiendo como poco a poco el vacío que había en mi interior iba incrementando. Estaba cansada de sentirme así, de que cada fibra de mi cuerpo se tensase de dolor y supongo que fue gracias a eso, pero por primera vez después de varios meses, cogí el teléfono y llame a Hayley.

– ¿Hannah?

– Hola...

Conocía a Hayley desde hacía un par de años. Coincidíamos en la mayoría de las clases en las que no estaba con April y aunque nunca había sido muy social, Hayley siempre se había comportado genial conmigo.

Durante una época habíamos sido grandes amigas, y aunque no era lo mismo que con April, era lo más parecido que tenía a una amiga de verdad, pero habíamos perdido todo contacto desde que había ocurrido el accidente y la causante de aquello había sido yo.

No podía evitar sentirme culpable. Me sentía fatal por llamarla después de haber dejado de contestar sus mensajes hacía meses, después de haberla apartado de mi vida sin ningún tipo de explicación. Me detestaba por todo aquello e imaginaba que Hayley sentiría lo mismo.

– Me alegra muchísimo que me llames – su voz sonaba sincera, transparente, como siempre había sido ella.

– Yo... – mi voz se quebró y antes de que pudiera continuar Hayley me interrumpió.

– ¿Que te parece si nos vemos? Tengo muchas cosas que contarte – accedí rápido, porque no soportaba ver a Hayley comportándose así conmigo después de todo. Haciendo planes para verme cuando en realidad tendría que estar huyendo en sentido contrario a mí y no molestarse en dirigirme la palabra ni una sola vez más.

Con las palmas de las manos sudorosas y prácticamente todo mi cuerpo temblando, colgué el teléfono y me preparé para salir de casa. Para salir de verdad después de mucho tiempo.

No tarde mucho. Mi falta de interés en mi aspecto aún no había desaparecido. Me puse unos pantalones negros y un jersey del mismo color. Tuve que coger un cinturón para que los vaqueros no se me cayesen. Había vuelto a descuidar mis hábitos de comida y prácticamente no tenía apetito.

Cuándo estuve lista me monté mi bicicleta y pedaleé lo más rápido que pude hasta llegar a aquella pequeña cafetería, cómo si con cada impulso intentate dejar atrás mis sentimientos, aquellos que atacaban mi mente constantemente. Y lo hice, en algún momento durante el camino me quedé vacía, porque cuando llegué y vi los oscuros ojos de Hayley mirándome con ternura, una pequeña sonrisa se dibujo en mi rostro.

– ¡Hannah! – Hayley se levantó y corrió a abrazarme. No fui consciente de lo mucho que necesitaba aquello hasta que una pequeña lágrima rodó por mi mejilla cayendo en el desnudo hombro de mi amiga – Hey ¿estás bien?

– Si... No... Bueno... solo quería pedirte perdón.

– ¿Por qué? – y realmente se la veía confundida.

– Por mi... por nosotras... – trague saliva intentando encontrar las palabras. Nunca se me había dado bien las disculpas – Siento haberte alejado de mi lado sin haberte dado explicación alguna, de verdad, lo siento muchísimas. Todo fue tan repentino, tan rápido que no supe cómo gestionarlo y pensé que alejando a la gente que quería de mi lado todo se solucionaría y... joder entiendo que me odies...

Las lágrimas ya caían desbordadas por mis ojos, corriendo el poco maquillaje que había llegado a ponerme. Las sequé con rabia. Cansada de sentir mis mejillas húmedas una y otra vez.

– Hannah yo no te odio. Jamás te odiaría por algo así – se acercó a mi y me envolvió de nuevo en otro cálido abrazo – Pienso por todo lo que has tenido que pasar e imagino que no es fácil. No es tu culpa. Además, ahora estás aquí ¿no? Venga, no te disgustes.

– Gracias por ser así – susurré.

Me senté enfrente de ella y contemplé a la chica que me sonreía de forma dulce. Recordé la primera vez que vinimos a esta cafetería, cuando decidimos hacer pellas para ir de compras. Habíamos terminado tan cansadas de probar ropa y recorrer tiendas que habíamos acabado aquí, bebiendo unos batidos de frutas extrañas que juramos jamás volver a pedir.

– Y ¿qué tal todo? – preguntó después de pedir un par de chocolates calientes.

Y no sé si fue por su mirada llena de nostalgia, la situación extraña que estabamos viviendo o las palabras que estaban atascadas en mi garganta, pero lo solté todo de golpe:

– Besé a Jacob

– ¿Que?

– Le besé y luego le exigí saber por que nunca se había fijado en mí, por que no sentía lo mismo que yo.

– Joder Hannah, no pensé que te atreverías nunca – bromeó – Y ¿que te dijo?

– Nada. No me dijo nada...

Y aquellas palabras rasgaron tanto mi garganta que creí que me desmayaría en aquel preciso momento. Los ojos de Hayley se suavizaron, llenándose de ternura intentando esconder una mirada de lástima que no me pasó desapercibida. Sin apartar su vista de la mía, acerco un poco su silla juntando nuestras manos, dándome un pequeño apretón que me calentó por dentro.

– Dale tiempo – susurró

Y eso hice hasta que llegue a casa y vi la fina caja que descansaba sobre mi mesilla. La película que Jake me había dado antes de que todo aquello pasase. Volví a leer el post it y unas pequeñas mariposas revolotearon en mi estómago. Luego, encendí mi portátil y me puse a ver la película deseando a cada segundo que pasaba que llegara por fin el minuto que Jacob me había señalado en su nota...

Cantando bajo las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora