Sentirlo de nuevo

236 26 5
                                    

HANNAH

No sabes que estás jodida de verdad hasta que un día te miras al espejo y ves un cuerpo vacío. Sin vida. Sin alma. Tan solo los restos de una persona que solía ser feliz.

No recordaba la última vez que había reído, que había disfrutado, que había pensado que la vida tenía sentido. Estaba tan perdida en mi propio mar de sufrimiento, que a veces sentía que me había perdido por completo.

Una noche más, estaba despierta. No podía dormir. Los recuerdos de aquella noche me atormentaban. La cara de April ensangrentada. Mis gritos desesperados. Su cuerpo sin vida. Y la pregunta que torturaba mi mente a todas horas ¿Por que se había ido ella y yo seguía aquí?

Tenía la mirada fija en el techo. Pérdida. Mis muslos ardían por las recientes heridas pero no me importaba. Nada importaba. No cuando ese dolor era nada comparado con el que había en mi interior. Con el sufrimiento que crecía diariamente dentro de mí e iba consumiéndome a medida que los días pasaban.

Cogí mi teléfono para poner música. Para intentar alejar mi mente de la realidad que estaba viviendo. Estaba apunto de hacerlo, pero el ruido de la ventana hizo que diera un pequeño salto asustada dejando que mi móvil se escapara de entre mis manos cayendo al suelo.

– ¿Jacob?

Mis ojos se posaron en la persona tras el cristal. El chico de pelo castaño que repiqueteaba la ventana ansioso con que la abriera.

¿Que hacía el aquí?

Corrí al baño con la respiración acelerada y con rapidez me cambié mis pantalones cortos por unos largos que pudieran esconder las heridas. Luego, inspiré varias veces y, aunque solía evitarlo a menudo, miré mi reflejo en el espejo y acomodé mi cabello. Después, salí del baño y comprobé que el chico de ojos verdes seguía aún ahí.

Me acerqué con cuidado y con torpeza abrí la ventana permitiéndole pasar. Lo miré curiosa, esperando una explicación por su parte. Esperando que me dijera que hacía aquí a estas horas, pero no lo hizo. Se limitó a mirarme de arriba a abajo, analizando cada parte de mi. Comprobando que era real. Pero había algo nuevo en su mirada, algo que antes no estaba, no cuando había estado en casa esa misma tarde. Había un brillo en sus ojos que no conseguía descifrar del todo. Quizás... ¿rabia? ¿preocupación? ¿cansancio?

Alivio.

– ¿Que haces aquí?

– No podía dormir – sus ojos aún no se apartaban de los míos y su mirada se hizo más intensa.

Incapaz de sostenerla más, bajé la mía topándome con algo que hasta ahora, no me había visto.

– ¿Que tienes ahí? – pregunte señalando la fina caja que sujetaba en sus manos.

– He traído Tarzan – al ver que no respondía, Jake continuó – Vi la luz encendida de tu ventana e imaginé que quizás tú tampoco podías dormir y como no habías visto la película pensé que a lo mejor... No hace falta que la veamos si no quieres.

Quería decirle que no, que se fuera y que me dejara en paz. Quería decirle que se alejara de mí y que no quería ver esa estúpida película con el, pero no podía. No cuando había un pequeño destello en sus ojos que me suplicaba que accediera, que no quería marcharse y yo, solo quería olvidar, alejarme de los pensamientos negativos que invadían mi cabeza constantemente y no encontré otra opción más que aceptar.

– Está bien. Voy a por el portátil.

Y sin más que añadir ambos nos acomodamos en mi cama, arropándonos con mis sábanas y poniendo el portátil en medio para que los dos pudiéramos ver la película, pero manteniendo distancias. Una distancia que yo había establecido por mi bien.

Una hora y media después la película había terminado y yo estaba secándome las lágrimas que me habían causado la muerte de Kerchak. Me sentía ridícula.

– ¿Te ha gustado? – Jake esperaba ansioso mi respuesta.

Había intentado que la distancia entre ambos se respetara, pero a mitad de película, me vi apoyada sobre su hombro de forma inconsciente. Me había sentido tan bien con su leve contacto, que me había sido imposible separarme, por mucho que lo intentara.

– Está mejor de lo que imaginaba. Quizás no tengas tan mal gusto después de todo...

– Claro que no tengo mal gusto ¿Que espe-

– Hannah cariño, ¿puedo pasar?

Papá.

Desde hacía unos días solía venir todas las noches a preguntarme qué tal mi día y a darme un reconfortante beso en la frente. Se que se preocupaba por mi.

– ¡Espera papa, me estoy cambiando!

Clavé mi mirada en Jacob.

– Corre al baño. Ya. – empujé el pesado cuerpo de Jake hasta el baño mientras mi corazón latía acelerado.

Yo parecía estar en pánico, en cambio Jacob me miraba con una sonrisa torcida. Una sonrisa que avivó las mariposas de mi estómago.

Cerré la puerta del baño grabando aquel gesto de Jacob en mi cabeza evitando poder olvidarme de él.

– Ya puedes pasar papá – dije mientras me acomodaba en la cama de la forma más natural posible.

– ¿Que tal cielo? ¿Como ha ido tu día? – su voz era dulce y calmada.

– Bien. Fuí a ver a mamá...

No solíamos hablar de este tema. No porque no quisiera, si no porque a papá le afectaba aún la situación y prefería evitarlo.

– ¿Tú qué tal estás? – pregunte tratando de evitar yo también el tema.

– Cansado por el trabajo. Muchos pacientes.

Un largo silencio reino entre ambos. En cualquier otro momento, no lo hubiera cortado, me gustaban los silencios a su lado. Nunca eran incómodos y a mi me resultaban reconfortantes, pero teniendo a Jacob encerrado en el baño, me veía en la obligación de zanjar la conversación.

– Tengo sueño papá, creo que me voy a dormir.

Papa me miró con compasión y asintió.

– Vale cielo. Buenas noches. Que descanses – se levantó de la cama y depositó con cuidado un cariñoso beso sobre mi frente, como si fuera de un material muy frágil y con el mínimo roce pudiera romperme.

Te quierosusurró antes de salir de mi cuarto y cerrar la puerta.

– Yo también te quiero papá.

Respiré un par de veces antes de correr al baño y abrir a Jacob que me esperaba con una sonrisa de lado a lado. Una sonrisa que no entendí, pero que me llenó de luz. Una pequeña luz dentro de mi enorme oscuridad.

– ¿Que te hace tanta gracia? – pregunté fingiendo algo de molestia.

– De nada – soltó una pequeña carcajada.

– Eres idiota.

De repente la expresión en su rostro cambió, se endureció. Me miro detenidamente durante unos segundos, debatiéndose entre sí decir lo que estaba apunto de soltar, o no; y entonces abrió sus labios.

– Quiero ir a la montaña.

– Ve – respondí algo confundida.

Mi corazón se paró y se formó un nudo en mi garganta.

– Pero quiero que vengas conmigo – dijo ofreciéndome su mano.

Lo miré agitada. Sintiendo..., sintiendo algo de nuevo...

Jacob me miro otra vez. Sus ojos me taladraron en el silencio de la noche y me empequeñecí frente a él, sintiendolo capaz de atravesar cualquiera de mis muros. Siendo consciente de que terminaría por derribar todas mis barreras.

Cantando bajo las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora