"Hannah"

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JACOB

Cerré los ojos e intenté irme lejos. Imaginar algo bonito. Olvidarme de todo durante unos segundos, y entonces, aquel mar azulado que había perdido su brillo apareció en mi mente. Fue fugaz. Se desvaneció rápido, pero durante un instante, la sonrisa de Hannah se dibujó en mi mente y aunque me parecía imposible, logró  que también se dibujara una pequeña en mi rostro. Por eso, cuando abrí los ojos de nuevo, supe que tenía que ir a verla.

Una noche más, estaba despierto. No podía dormir. Mamá lloraba como de costumbre. Papa aún no había llegado a casa, y casi que lo prefería así, porque sabía que cuando llegara se desataría el caos y no estaba seguro si esa noche iba a poder con ello.

Hoy era el cumpleaños del abuelo, cumpliría 86 años, pero ya no estaba aquí para celebrarlo y el simple recuerdo de su sonrisa antes de soplar las velas hacía que el pecho me ardiera y mis ojos se nublaran.

Me levanté de la cama y me acerqué a mi estantería. Un viejo mueble negro que había llenado de cedés coleccionados con el paso del tiempo. Rebusqué en la sección de Disney, pasando mis dedos por los lomos de las finas cajas, hasta detenerme en la que estaba buscando, Tarzan.

No podía creerme que Hannah jamás hubiese visto esa película. Hasta lo que yo sabía, a Hannah le gustaba Disney, o solía hacerlo. Ella y April pasaban de niñas las tardes viendo películas de princesas, pero quizás ahora ya no la conocía tanto. Porque, sí, Hannah era la chica que había vivido toda la vida frente a mi casa. La chica a la que había visto crecer y forjar una inseparable relación con mi hermana. Había conocido a la Hannah alegre, risueña, soñadora. La inocente niña que creía poder comerse el mundo, pero ¿quien era esta Hannah? La Hannah que había perdido a su madre y a su mejor amiga. La chica que diariamente luchaba por no ser consumida.

Descubrí entonces que no la conocía en absoluto, y que ahora, nada me importaba más que conocer todo de ella. Por eso, fui a su casa y la llevé la película; lo que no esperaba era verla tan devastada como yo y que un pequeño impulso me hiciera soltar aquellas palabras:

– Quiero ir a la montaña.

– Ve – respondió algo confundida, sin entender mi repentino comentario.

– Pero quiero que vengas conmigo – dije ofreciéndola mi mano.

Me miró de arriba a abajo. Dudando. Analizando el peligro en aquellas palabras que acababa de pronunciar, pero al final, la tomó. Fue un roce suave, delicado, distante, pero suficiente para que una ola de electricidad recorriera mi cuerpo. Fue una sensación nueva, distinta, pero me gustó.

– ¿No pretenderás que baje por la ventana? – sus ojos estaban muy abiertos mientras me sentaba sobre el borde de esta.

– ¿Prefieres salir por la puerta y tener que explicarle a tu padre porque estaba en tu cuarto?

– ¡No!

– Entonces ¿confías en mi? – dije volviendo a ofrecerle mi mano para ayudarla a bajar.

– ...Supongo – respondió en un susurro, y agarró mi mano de nuevo, esta vez con firmeza por miedo a caerse.

Caminamos por las oscuras calles de Whitebridge. Era relajante ver todo tan vacío, como si las calles fuesen nuestras y fuéramos los únicos que pudiésemos caminar sobre ellas. Hannah a mi lado no decía nada, pero no importaba, no era incómodo en absoluto. Si de algo me había dado cuenta estos días, era que los silencios a su lado nunca eran incómodos, sino más bien reconfortantes. Porque no eran silencios vacíos, estaban llenos de dolor, dudas, vulnerabilidad, de recuerdos...

No tardamos en llegar y no pude evitar q mi vello se erizase al recordar la imagen de Hannah llorando devastada en aquel mismo lugar, anhelando que April volviera y la ayudara a sobrellevar el dolor. Como acto reflejo la miré. Posé mis ojos en la chica rubia de ojos azules y piel blanca que se encontraba a mi lado, pero ella parecía muy tranquila, parecía estar en casa.

Seguí a Hannah e imité sus movimientos cuando se sentó en la hierba, mirando las estrellas, como hacía siempre que venía aquí. Nunca había entendido que tenía de especial este sitio. Al principio pensaba que era por la tranquilidad del lugar, pues era un sitio aislado y ni siquiera se escuchaban las ruedas de los coches pasar, pero ahora sabía que había mucho más tras este lugar, que para Hannah está colina tenía más significados.

– Hannah – desvió su mirada del cielo y la clavó en mis ojos. Por unos segundos, me permití perderme en su mirada. Navegar en aquella tormenta y rebuscar más allá del dolor, del sufrimiento, encontrar algo de luz, de vida... – ¿Por que es tan especial este sitio para ti?

– ¿Que te hace pensar que es especial? – las pequeñas pecas que salpicaban su nariz se reflejaron bajo la luz de la luna.

– Lo veo en tus ojos, en tu mirada. En como parece que este sitio sea tu salvavidas – y ahí estaba, la primera lágrima rodando por la mejilla de Hannah.

Sabía que la dolía hablar de esto, que no soportaba sacar este tema, porque responder a ello significaba que era real y que no había marcha atrás, pero necesitaba que Hannah se abriera conmigo, y no sabía cuánto hasta que entre lágrimas soltó aquellas palabras.

– ¿Ves aquella estrella? – dijo señalando el punto más brillante del cielo – Ella es... es April.

Por primera vez desde el accidente, Hannah se había abierto a mi, lo había hecho por completo, sin esconderse o avergonzarse.

– Cuando supe que April había... muerto, corrí hasta aquí. No era mi intención llegar a esta colina en concreto, solo quería correr, huir, alejarme de la realidad que me tocaba vivir y cuando me senté en esta misma hierba, ahí estaba – su voz era un susurro cargado de dolor y lastima – Cuando la vi por primera vez, supe que era ella, que me estaba cuidando y que jamás se iría, justo como ella me prometió y...

Me acerqué un poco más a Hannah y seque una de sus lágrimas. Ella me miró y por un segundo vi un pequeño destello en sus ojos, una pequeña grieta en sus murallas.

– April siempre cumplía sus promesas... – dije mirando yo también aquella estrella que tenía el nombre de mi hermana.

– La echo mucho de menos Jake.

Había tantas cosas en sus ojos, que me costó mantenerme alejado de ella. Me acerqué, sintiendo el peso del mundo sobre mis hombros, y la abrace. Su cuerpo se agito contra el mío y cerré los ojos, aguantando, aguantando a pesar de qué dolía, porque yo también sentía lo mismo que ella, porque sabía que aquel sentimiento nunca se iría.

Me aparte un poco de ella limpiándole las mejillas. El viento húmedo de la noche agitándose a nuestro alrededor.

– Yo también la echo mucho de menos.

Aún tenía muchas preguntas por hacerle, pero ninguna que pudiera responder sin un llanto acompañado, así que no me molesté en formularlas.

Ella apoyó su cabeza en mi hombro, ahí fue la primera vez que sentí el cosquilleo, un cosquilleo que hasta tiempo después no entendí.

Por el momento, suspiré relajado, contemplando el cielo estrellado, viviendo solo el instante, ese presente a su lado.

Cantando bajo las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora