Promesas de un amor sincero

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JACOB

Durante días, las palabras de Hannah se habían repetido en mi cabeza constantemente.

"¿Por qué no sientes lo mismo que yo?"

Tumbado en la cama, una vez más sin poder dormir, recordé el día que April intentó abrirme los ojos.

– ¿¡No te das cuenta!? – me habían roto el corazón por primera vez, April me lo había advertido, pero yo no había querido escucharla.

– Que no me doy cuenta ¿de que? – no entendía lo que April quería decir.

– Jacob, abre los ojos.

– ¿Abrir los ojos? ¿Que quieres decir? ¡¿Puedes ser clara April?!

– ¿¡Quieres a alguien que te quiera de verdad!? Solo tienes que cruzar la acera – y así sin más salió de me habitación.

Yo me acerqué a la ventana y contemplé la casa que tenía enfrente. Las palabras de April revolotearon confusas por mi cabeza. Contuve la respiración. Pensé que podía tratarse de una coincidencia y no me di cuenta que la venda que tapaba mis ojos estaba atada demasiado fuerte, porque cuando la encontré mirando por la ventana y me saludó sonriente, enterré el recuerdo en algún lugar profundo de mi memoria y lo dejé ahí.

Llevaba días dándole vueltas a las cosas. Intentando poner en orden sentimientos que creía extintos y emociones que no sabía controlar.

Había querido ir a su puerta demasiadas veces, llamar y estrecharla entre mis brazos. Pedirle perdón por haberla hecho esperar tanto y por haber sido un auténtico gilipollas, pero cuando estaba apunto de salir de casa, algo tiraba de mí impidiéndome avanzar.

Era un cobarde, lo sabía, y Hannah no merecía aquello.

Era de madrugada cuando me desperté. Abrí los ojos un poco desorientado. Me incorpore despacio, suspirando y me acerqué a la ventana como había estado haciendo todos estos días. Lo que no esperaba era verla allí, cerrando con cuidado la puerta de su casa para no hacer ruido y caminando hacia un sitio que ambos conocíamos bien.

Verla de nuevo hizo que todo en mi se removiera. Un pequeño cosquilleo llenó la boca de mi estómago, convirtiéndose en un hormigueo que viajó hasta la punta de los dedos. Mis manos temblaban. Mi corazón latía con fuerza y la boca se me secó.

Quería tocarla. Quería besarla. Quería volver a sentir aquella ola de electricidad que había sentido la otra noche, pero esta vez de verdad. Sin huir. Sin quedarme en blanco. Susurrandola un té he echado de menos al terminar.

Y era verdad. Jamás pensé que necesitaría tanto a otra persona. Se lo había dicho. En aquella película. En aquella nota que solo rezaba porque no hubiera tirado.

Echaba de menos su largo y rubio pelo desordenado, su nariz respingona y aquel tierno sonido que hacía cuando se reía de verdad. Añoraba sus ojos. Los añoraba con todo mi ser. Aquel mar bravío que solo parecía encontrar la calma cuando hablaba con mi hermana. Cuando aquel brillo en su mirada relucía mientras contemplaba aquella estrella.

Hannah se había vuelto indispensable, y ya no me imaginaba una vida sin ella a mi lado, así que la seguí. Cuando vi que se encaminaba hacia la colina, corrí tras ella.

No volví a respirar hasta que se lo solté todo. Hasta que me vacíe por completo y aquellas palabras escaparon de mi boca.

– Y ahora que vuelvo a sentir, Hannah, no puedo sacarte de mi puta cabeza...

Silencio. El pecho de Hannah subia y baja sin control, y el mío, preso del pánico, también.

Por fin se giró. Por fin me miró a los ojos y todo lo que pude ver en ese mar azulado fue miedo. Terror. Un remolino de sensaciones que parecía arrastrarla.

– Yo no quiero sentir nada por nadie – susurró y su voz pareció quebrarse – Ya no quiero sentir amor, ni
quiero sentir amistad, no quiero sentir ni tristeza ni felicidad por alguien. No quiero que alguien me importe. Porque al final todos se van, y dejan un vacío que no puedo controlar, como mi madre, como April, como tú...

– Yo no me voy a ir – le aseguré, y no había dicho nada más enserio en toda mi vida.

– ¿Cómo estás tan seguro?

– Porque me he dado cuenta que no tengo a donde ir si no es a tu lado. Porque no imagino estar separado de ti un segundo más. Porque, aunque llegue un poco tarde... te quiero.

Una lágrima calló de sus ojos humedecidos y pude ver que por fin, un destello cruzaba su mirada.

– ¿Lo prometes? – susurró.

Me acerqué aún más a ella, acortando la poca distancia que había entre ambos. Nuestros cuerpos se rozaron, y aquel contacto me hizo sentir en casa. Con cuidado, cogí su rostro entre mis manos y, analizando cada uno de sus movimientos, deposité un suave beso en sus rosados labios.

– Lo prometo – susurré sobre su boca, y después volví a atacarla.

Esta vez con decisión, saciando las ganas que tenia de hacerlo de nuevo. Hannah no se apartó y al contrario, rodeó con sus brazos mi nuca, haciendo pequeñas caricias detrás de mi cabeza que hicieron que la desease cada vez más. Mis manos bajaron de su rostro a su cintura y pegué su cuerpo con el mío.

Nunca me había sentido así. La estaba besando como si fuese indispensable para respirar. Como si pudiese ahogarme. Nunca había necesitado tanto a alguien como la necesitaba ella en este momento. De pronto, fui consciente de qué llevaba esperando que esto sucediera desde hacía mucho tiempo y ni siquiera había sido capaz de darme cuenta.

Una gran ola de calor recorrió mi cuerpo cuando una de sus manos, que había abandonado mi cuello sin que me diese cuenta se coló por mi sudadera, acariciando en forma circular la parte baja de mi torso. No sé si fue eso, o el pequeño morisco que le dio a mi labio inferior, pero me encendí por completo.

– ¿Hasta donde quieres llegar? – pregunte separándome un poco de ella.

Hannah me miro confusa, pero no tardo en responder.

– Hasta donde tú quieras llevarme.

– Entonces, te llevaré a las estrellas si hace falta, pero no hoy. Lo haremos poco a poco – deposité un pequeño beso en sus labios saboreandolos de nuevo – Lo haremos especial.

Ella sonrió y mi pecho se llenó de calor. Juro que aquella fue una de las sensaciones más increíbles que había sentido y ahora solo quería ver aquel gesto en la cara de Hannah todos los días de mi vida, y me aseguraría de ello.

– ¿Quieres escuchar música? – dije sentándome.

Hannah asintió imitando mi gesto. Yo la rodeé con mi brazo y la pegué a mi, sintiendo el calor de su cuerpo sobre el mío. Hannah se acurrucó en mi hombro.

Una vez leí que los humanos habían sido creados con cuatro brazos, cuatro piernas y dos cabezas, pero Zeus los había dividido en dos partes condenándoles a buscar durante el resto de su vida a su otra mitad. Nunca había creído en esas cosas, pero aquella noche, mientras escuchaba a Hannah tararear aquella que ya era nuestra canción, me di cuenta que había encontrado a mi otra mitad, sin ni siquiera saber que aquella parte me faltaba.

Cantando bajo las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora